El filósofo de la historia sabe que después del transcurso de estas tres épocas comienza de nuevo el ciclo. En este momento nos encontramos en la época de la completa disolución, de la anarquía en todos los campos.
Si aplicamos la medida que hemos oído y trazado recién en la historia del cristianismo, deberíamos señalar lo siguiente. El tiempo del orden que surge de una aceptación interior, de la vinculación a Dios, al orden querido por Dios llegaría aproximadamente hasta el apogeo de la Edad Media. Es un tiempo en que el orden existe en todas partes. Pero se consiente en él desde el interior, está animado desde adentro.
Entonces comenzó el tiempo del cristianismo rutinario. También allí hay un orden. Se consiente en este orden, pero no se consiente en él en forma viva, no se consiente en él aceptándolo interiormente. Se trata sencillamente de un quehacer rutinario, del cristianismo rutinario. De acuerdo con leyes psicológicas fundamentales, es claramente probable que este tiempo del cristianismo rutinario no pueda durar mucho. Y que después entre a regir la ley de la completa disolución, de la anarquía. En esta época nos hallamos ahora nosotros.
Luchan entre sí, ciertamente, dentro del cristianismo y desde hace tiempo, por una parte las vinculaciones rutinarias, y por otra la disolución y el ímpetu de la anarquía. Ciertamente, también vemos que aquí y allá en el cristianismo ya surge lentamente de nuevo la época del orden que se acepta interiormente. Y ustedes bien saben que, desde un principio, hemos escrito en las banderas de nuestro Movimiento ‘queremos vínculos, pero sólo en la medida en que sean necesarios’. Nuestra tarea, por otra parte, consiste en aprovechar la libertad y llenarla de espíritu.
Esta es la gran ley sobre la cual está construido desde un principio el Movimiento: “Tanta libertad como sea posible; vínculos obligatorios solamente en la medida en que sean necesarios, pero sobre todo, cultivo del espíritu, tanto cuanto sea provechoso y adecuado”.
Así pues, ustedes pueden presumir no sólo a partir de la realidad histórica, sino también por razones histórico-filosóficas, que en este momento nos encontramos en medio de una revolución mundial.Podría plantearse para nosotros —que estamos en medio de las corrientes de la época— lo siguiente: ¿Por qué Dios permite estas corrientes? ¿Porqué la revolución en un sentido demoníaco? La respuesta sólo puede ser una: para que finalmente despertemos; para que finalmente recordemos nuestros deberes y tareas; para que nosotros pongamos en escena la revolución mundial con un sentido divino.
Es así como nosotros esperamos con toda humildad, pero con gran confianza, que Dios, grande y bondadoso, por intercesión de la querida Madre tres veces Admirable, también nos haya encomendado a nosotros, a Schoenstatt, una gran misión en ese sentido. ¿Nos atreveremos a poner aquí, una junto a la otra, las dos palabras: Moscú y Schoenstatt? Si desde Moscú mana una revolución en el sentido demoníaco, una revolución en la educación, podremos esperar tal vez que también desde nuestro santuario mane una revolución en la educación, ciertamente con un sentido divino.
Quien tiene esa fe, debe adoptar de antemano una actitud de gran paciencia. Allí está la gran diferencia entre la revolución mundial en un sentido demoníaco y la revolución mundial con sentido divino. Allí donde trabaja el demonio, ha encontrado fácilmente cómplices en los instintos más bajos, en las inclinaciones y pasiones más bajas. Entonces todo se esparce fácil y rápidamente, hacia arriba, abajo, a lo ancho, y todo se convierte en humo y vapores espesos.
Pero allí donde actúa Dios, cuando se trata de un movimiento de reforma religiosa, se necesita una paciencia extraordinaria, porque esas ideas sólo maduran a lo largo de siglos y siglos. Por eso, todos nosotros, los que estamos todavía en la etapa inicial del Movimiento, necesitamos una fe muy grande en su misión. Por eso, nosotros, que debemos tener en él una tarea como dirigentes, necesitamos una paciencia muy grande. No debemos pretender conducir de la noche a la mañana el barco de la obra de Schoenstatt a mar abierto. Necesitamos tiempo, tal como todos los grandes pensamientos de Dios necesitan tiempo para madurar.
¡Y ay de la generación que quisiera difundir de la noche a la mañana hacia todos los ámbitos el movimiento de reforma que emana de Schoenstatt. Eso sería su muerte, la ruina de la fe en su misión. Por eso, nuestra actitud debe ser ahora y durante largos trechos del camino, una fe firme en la misión del Movimiento y una gran paciencia, una sosegada expectación, hasta que las últimas y grandes ideas hayan madurado, teórica y prácticamente.
1.5 LA EXIGENCIA DE LA ÉPOCA: UNA REVOLUCIÓN MUNDIAL CON SENTIDO DIVINO
Nosotros también en el Movimiento queremos contribuir a poner en escena la revolución mundial con un sentido divino, a través de nuestra educación. Y si hablo ahora de educación, hemos de pensar en la educación que se da a los demás y en la educación de nosotros mismos. Y ahora, para adelantarnos en seguida a las ideas sobre la educación de sí mismo, les expondré un par de ideas sobre la revolución mundial. Pienso en la revolución dentro del propio yo, en el sentido de la revolución mundial que fluye desde Rusia.
1.5.1 LA EDUCACIÓN DE SÍ MISMO: LA REVOLUCIÓN DENTRO DEL PROPIO YO
Educación de sí mismo y educación de los demás en el sentido de la revolución mundial. Sí, mi propia educación, la revolución dentro del propio yo ¿cómo puede ser fecundada por todas las grandes corrientes de la época que hoy día agitan confusamente al mundo?
Tal vez ustedes alguna vez han leído las notas de una mística francesa. Lucie Christine11. Ella contempló en sus visiones místicas cómo el Salvador le señalaba: “Dí a los sacerdotes que trabajan tan apartados de las grandes rutas de la vida, en un puesto aparentemente perdido: ‘Cuando todo lo que hacéis en la cura de almas parezca en vano, os queda todavía una cosa: ¡debéis ser sacerdotes santos!’.
¿Comprenden ustedes lo que se quiere decir con ello? ¿Comprenden ustedes las señales de la época sobre nuestra autoeducación, sobre la revolución dentro del propio yo? Mientras más trabaje el demonio, mientras más fuertes sean las corrientes contra Dios y Cristo, tanto más debemos sentirnos impulsados hacia las últimas metas, a obsequiarle sin reservas todo nuestro ser a Dios, a ser santos. Por su solo ser, los santos son los mayores educadores del mundo. Si nuestro Movimiento engendrara sólo un santo, ¡qué gran cosa habría hecho ya en pro de la revolución mundial con un sentido divino!
Tratemos de extraer de todo esto una sola cosa. Muchas veces decimos: ¿Qué sentido tendrá que nosotros, que somos tan pocos, nademos contra la corriente? La mentalidad general es enteramente contraria a la concepción católica de las cosas. ¿Que debemos hacer entonces? Una cosa podemos hacer todos: y eso es y sigue siendo lo más importante. Nosotros podemos y debemos aprovechar las circunstancias actuales de la época para llegar a ser santas profesoras. Todos los fracasos que tanto nos cansan interiormente; todas las luchas contra las corrientes de la época que no podemos comprender ni superar; todo el dolor que nos reportan interiormente los fracasos; los grandes y pequeños momentos de aislamiento y soledad; todas estas cosas que nos causan dolor, podemos y debemos aprovecharlas para ser santos.
Nuevo estilo de la personalidad del dirigente
Pienso que esta voluntad de ser santos, el hecho de que podemos serlo, debería tomar una forma muy determinada, una configuración muy determinada. Si ustedes quieren, podría formularlo así: nosotros tenemos que imprimir a nuestra manera de ser un estilo característico muy determinado. ¿A qué estilo característico me refiero? ¿Cuál es el estilo característico de los profetas? Deberíamos ser para nuestro tiempo dirigentes proféticos. ¿Puedo remitirme nuevamente a esa división de las épocas que he mencionado antes?
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