Cuando sonó el móvil, seguía con el rosario entre las manos. El teléfono sonó y sonó; pero, para cuando lo encontré en el bolsillo del pantalón, había dejado de sonar. Maggie gruñía. Odiaba los móviles. Miré la hora: la 1.17 a. m. Era una llamada de Sam. Luego el teléfono volvió a sonar.
—¿Sam?
—Madre mía —dijo—. Sally, Sally, Sally… —Sollozaba.
—¿Sammy? ¿Dónde estás? ¿Qué ha pasado?
Por fin se calmó lo suficiente.
—¿Puedes venir a buscarme? —preguntó.
—¿Dónde estás?
Comenzó a llorar de nuevo.
—¿Dónde estás, Sam? —Creo que prácticamente grité—. ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?
—Estoy justo delante de Walgreens.
—¿Qué Walgreens, Sam? ¡Mierda! ¿Cuál? —Me estaba asustando—. ¿Te han hecho daño?
—Tú ven a buscarme, ¿vale? —Cielos, parecía herida.
—¿Sam? Sam, ¿estás bien? —Estaba llorando de nuevo—. ¿Sam? Espérame, Sam. No te vayas a ningún sitio. Llego enseguida. Solo espérame.
Siempre habíamos estado muy seguros de nosotros mismos, pero ahora estábamos perdidos .
—¿Papá? ¡Papá! —Me alegré de que tuviera el sueño ligero.
—¿Qué ocurre?
—Es Sam.
Extendió un brazo y encendió la lámpara de su mesita de noche.
—¿Está bien?
—No lo sé, no paraba de llorar. Parece muy asustada.
—¿Dónde está?
—En Walgreens.
—Conduzco yo —dijo.
No puse ninguna pega.
Estaba sentada en la acera, con la cabeza agachada. Papá la vio en cuanto llegamos. A esas horas de la madrugada no había mucha gente en Walgreens. Salió corriendo del coche, y yo salí tras él.
—¿Sam?
Ella corrió a sus brazos, llorando.
Papá la abrazó.
—Shhh. Tranquila. Estás conmigo. Estás conmigo.
Sam y yo nos sentamos en el asiento trasero mientras papá conducía. Le apreté la mano. Había dejado de llorar, pero seguía temblando. Como si tuviera frío. La acerqué a mí aún más, y sentí cómo tiritaba contra mi hombro.
—¿Necesitas que te llevemos al hospital? —Sabía que papá había pensado bien las preguntas que haría… y las que no.
—No —susurró.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
—¿Dónde está tu madre?
—Tenía una cita con alguien. Suele apagar el teléfono.
—¿Estás segura de que no quieres ir al hospital?
—Sí, llevadme a casa, por favor.
Nadie dijo nada mientras conducíamos. Cuando mi padre aparcó frente a la casa de Sam, salió del coche.
—Necesito hablar con tu madre.
—Dudo que esté.
—Allí está su coche.
—Sí, pero Daniel ha pasado a buscarla.
—Tal vez esté en casa —insistió mi padre.
Resultó que Sam tenía razón: no había nadie en su casa.
—No creo que sea buena idea que esta noche te quedes aquí sola.
Me di cuenta de que Sam sintió alivio. Reunió algunas cosas, y regresamos a casa. Mi padre preparó té. Nos sentó a ambos a la mesa de la cocina.
—¿Quieres hablar de lo que ha pasado?
Sam no dijo nada.
—Sé que no soy tu padre, Samantha, pero hay ciertas cosas que no puedes dejar de contarles a los adultos que tienes cerca…, a los adultos que te quieren.
Sam asintió.
—No tienes que contarme nada… Pero mañana, cuando tu madre venga a buscarte, vas a tener que contarle lo que ha pasado. Mírate…, todavía estás temblando. ¿Cómo te has roto la blusa?
Negó con la cabeza.
—No quiero contarle nada a mi madre.
—No creo que tengas opción, Sam. De verdad. —Había tanta ternura en la firme voz de mi padre que casi tuve ganas de llorar.
Pero también sentí ira. Estaba furioso. Quería meterme en el coche, encontrar a Eddie y molerlo a palos.
Sam levantó la mirada hacia mi padre.
—Lamento ser una molestia tan grande.
Papá le sonrió.
—Es parte de tu encanto.
Ella se rió… y luego comenzó a llorar de nuevo.
—Vamos a intentar dormir un poco.
Todas las palabras que teníamos dentro se habían ido a dormir…, así que no hablamos. Sam se quedó dormida en mi cama junto a Maggie . Había un dormitorio para invitados, pero no tenía ganas de estar sola. A mí siempre me había costado menos quedarme solo. Me eché sobre el suelo en mi saco de dormir, pero no lograba conciliar el sueño. No podía dejar de imaginar lo que había pasado. Era extraño que Sam guardara silencio sobre algo.
Y luego comencé a pensar en lo que papá le diría a Sylvia. Ya habían tenido charlas antes. Muchas. Así las llamaba mi padre. Charlas. Sí. Y de pronto me atravesó un torrente de furia. Odiaba a Eddie. Odiaba a ese hijo de puta. Y quería hacerle daño. Y luego pensé: Cómo me gustaría ser más como papá . Él no es de esas personas que emplean los puños para resolver un problema. Pero yo no era como él. Además, él era artista, y lo artístico me resultaba totalmente ajeno. Y luego pensé en que debía de parecerme más a mi padre biológico…, el hombre que se había acostado con mi madre una noche. Y odié esa idea.
Quería detener todos esos pensamientos que me daban vueltas por la cabeza como un hámster que gira y gira en una rueda.
Finalmente, me levanté.
3.12 de la madrugada.
Entré en la cocina para servirme un vaso de agua. Papá estaba en los escalones traseros, fumando un cigarrillo.
Me senté junto a él.
—¿Cuántos cigarrillos van hoy, papá?
—Demasiados, Salvi. Demasiados.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.