Por ejemplo, debemos adorar al único y verdadero Dios de la Biblia. Esto siempre ha sido así. Debemos adorar al único y verdadero Dios de la Biblia de la forma que Él ordena. Esto siempre ha sido así. No debemos utilizar el nombre de Dios en vano. Esto siempre ha sido así. Debemos descansar con el propósito de adorar públicamente y debemos trabajar. Esto siempre ha sido así. Debemos respetar y obedecer a nuestros padres y a todas las figuras de autoridad en nuestras vidas. Esto siempre ha sido así. Debemos respetar la vida y no matar a otros, ya sea al quitarles la vida ilegalmente o incluso al odiarles. Esto siempre ha sido así. Debemos mantenernos sexualmente puros, sin cometer adulterio en nuestros actos, palabras o pensamientos. Esto siempre ha sido así. Debemos respetar la propiedad de otros y no robar. Esto siempre ha sido así. Debemos decir la verdad y no mentir. Esto siempre ha sido así. Y debemos estar contentos con lo que tenemos y no cometer idolatría al codiciar cosas y personas. Esto siempre ha sido así.
Estos son los Diez Mandamientos. De hecho, los Diez Mandamientos no se convirtieron en algo sagrado y bueno en el Sinaí. Estas cosas siempre son buenas o malas a la luz de lo que somos como criaturas hechas a la imagen de Dios. Estos simplemente reflejan los absolutos éticos entretejidos en nuestro ser.
Quizá sea de ayuda si lo consideramos de la siguiente forma. Así como Dios incorporó al Antiguo Pacto la ley que había sido escrita en el corazón del hombre en la creación, ahora hace lo mismo en el Nuevo Pacto. Esta ley natural no llegó a ser lo que era en el Sinaí; fue formalmente publicada por Dios mismo en las tablas de piedra. Esa misma ley fue incorporada al Nuevo Pacto. Esta ley, entonces, no solo trasciende culturas, sino también trasciende pactos. Debido a que coexiste con nuestro estatus de portadores de la imagen de Dios, esto no debería sorprendernos en lo absoluto.
b. Si la ley en Jeremías se refiere a los Diez
Mandamientos, ¿por qué Dios no los repitió palabra
por palabra en el Nuevo Testamento exactamente
como aparecen en el Antiguo Testamento?
“Si se repiten, son obligatorios; si no se repiten, no son obligatorios”. Ese es el argumento. Nuevamente, esta parece ser una buena objeción, ¿pero realmente lo es? Dios ya había revelado los Diez Mandamientos en dos ocasiones en el Antiguo Testamento (Éxodo 20 y Deuteronomio 5). Él profetizó su presencia en el Nuevo Testamento en Jeremías 31:33. Él confirmó su presencia bajo el Nuevo Pacto en 2 Corintios 3:3 (y en otros textos). Los Diez Mandamientos son citados o se asumen como buenos y justos por los escritores del Nuevo Testamento en muchos textos (Romanos 7:12). Recordemos que es la esencia de los Diez Mandamientos lo que es obligatorio, no una forma particular en la que han sido revelados en la Escritura.
Por ejemplo, Pablo hace referencia al quinto mandamiento como algo que es bueno que los hijos obedezcan (Efesios 6:1-3). ¿Necesitas realmente que Dios repita, por ejemplo, el sexto mandamiento —“no matarás”— para creer que matar es pecado? Por cierto, es interesante notar que el asesinato era considerado malo y pecaminoso desde antes del Sinaí—Caín mató a su hermano Abel, hecho registrado en Génesis 4, y Juan nos dice en 1 Juan 3:11-12 que Caín era del maligno y un ejemplo de alguien sin amor. No existe un mandamiento para amar o una prohibición de matar registrada en la Escritura antes de Génesis 4. ¿Quieres argumentar que el amor no era algo esperado y que el asesinato no estaba prohibido sino hasta que leemos un mandamiento explícito que nos obligue a amar y nos prohíba matar? Espero que no.
¿Qué hay del décimo mandamiento—“No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”? Este mandamiento, como aparece aquí, no se repite en el Nuevo Testamento (palabra por palabra). Sin embargo, se reduce a esta frase: “No codiciarás” (Romanos 7:7; 13:9). Dios no tiene que repetir los Diez Mandamientos palabra por palabra para que estos sean relevantes para los cristianos.
¿Sabías que los primeros cuatro mandamientos no se repiten en el Nuevo Testamento palabra por palabra ni tampoco el noveno ni el décimo? A la luz de esto, nadie en su sano juicio argumenta que solo el quinto, el sexto, el séptimo y el octavo mandamiento, aparecen en el Nuevo Testamento y, por tanto, son los únicos aplicables a los cristianos. La esencia de todos los Diez Mandamientos aparece en el Nuevo Testamento. Esto es lo que esperamos de la profecía de Jeremías (y de otros textos).
c. El Nuevo Testamento dice que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. No tenemos que obedecer la ley de Dios; solo necesitamos bañar nuestras almas en la gracia de Dios.
Esta objeción se basa frecuentemente en Romanos 6:14, que dice: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. A primera vista, este versículo parece anular gran parte de lo que hemos dicho anteriormente. ¿Cómo debemos responder? Notemos, primero, que Pablo establece un hecho que es verdad para todos los creyentes en Cristo: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros…”. Este no es un mandamiento. La palabra “porque” indica que este versículo está conectado a los versículos 12 y 13. El versículo 14 funciona como un incentivo para cumplir los mandatos de los versículos 12 y 13. El versículo 14 es una declaración de un hecho. Los cristianos no están bajo el dominio del pecado. Entonces Pablo da dos razones por las que el creyente no está bajo el dominio del pecado—una negativa y otra positiva. La negativa es: “… pues no estáis bajo la ley”. La razón positiva es: “…sino [estáis] bajo la gracia”. Estar “bajo la ley” en este texto significa estar perdido y estar “bajo la gracia” significa ser salvo. Los perdidos están bajo el dominio del pecado. Una de las funciones de la ley es condenarlos en su estado de perdición. Estar “bajo la gracia” en este texto significa ser salvo debido al plan de Dios para la salvación en Cristo (es decir, justificación, adopción, santificación y glorificación). Los salvos pueden obedecer los mandatos de los versículos 12 y 13; los perdidos no. Este versículo no nos enseña que los cristianos no tienen ninguna relación con la ley de Dios en el camino de la santificación.
Una cosa es estar bajo la ley como pecador para obtener vida (lo cual es imposible desde la caída), o como un medio en que uno obedece para obtener salvación y vida eterna (nuevamente, imposible para los pecadores), o como medio para estar en paz con Dios (imposible para los pecadores), o para ganar una herencia (temporal o eterna); pero es otra cosa muy distinta obedecer porque hemos recibido la vida eterna, porque alguien más nos reconcilió con Dios, o porque alguien más ha obtenido una herencia para nosotros. Estamos obligados a obedecer la ley de Dios, como hemos visto anteriormente, no para obtener vida, salvación o heredar la vida eterna, no para estar en paz con Dios o ganar Su favor, sino porque vivimos, porque hemos recibido la vida eterna y porque somos herederos de la vida. No obedecemos para vivir; obedecemos porque vivimos. Ser cristiano no significa que hacemos las cosas correctas para ir al cielo. Significa que creemos el evangelio. Los cristianos creen que Cristo ha hecho todo lo necesario para otorgarles el cielo y el estado de gloria eterna. Nuestra obediencia no nos lleva a la gloria; Cristo sí. La única base de nuestra justificación y derecho a la gloria es que lo Cristo hizo por nosotros. Lo que nosotros hacemos por Cristo es resultado de Su obra.
La causa efectiva de lo que hacemos por Él es aquello que Él hace por o en nosotros mediante Su Espíritu, una bendición prometida a todos los del Nuevo Pacto. Lo que hacemos es un reflejo de nuestro amor por Cristo a la luz de lo que Él ha hecho por nosotros, y es impulsado por el Espíritu Santo en nosotros, transformándonos a la imagen de Cristo en conjunto con la Palabra de Dios. Obedecer a Dios como creyente es el resultado de la gracia en nuestras vidas; es un efecto de la gracia de Dios en nosotros (Efesios 2:8-10). Pero, también es una respuesta a la gracia de Dios en nosotros (1 Corintios 15:10). Obedecemos la ley de Dios por gracia. Debido a que nuestras almas están empapadas de la gracia de Dios, deseamos obedecer la ley de Dios.
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