—Los milicos Pedro, y antes el Brujo Lopecito.
—Me imaginé, la guita vino de ahí, militares y católicos siempre se llevaron bien, salvo con la peronchada.
—Si Pedro, pero la guita llegó por razones un poco más oscura de las que vos te imaginas.
—¿Y qué me imagino yo?
—No se Pedro, aparatos ideológicos del Estado, conquista de conciencias, sociedad disciplinada vía educación, boludeces psicológicas.
—Y no es eso.
—No
—¿Entonces? ¿Qué mierda fue? ¿Por qué metieron tanta guita los milicos?
—Torturas Pedro
—¿Torturas? ¿Los milicos torturaban? No te lo puedo creer. Falta que me digas que la CIA también tortura, o que lo hacen ustedes en la SIDE. Pedro se ríe, irónico
—¿Nosotros Pedrito? Jamás lo hicimos, y jamás lo volveremos a hacer.
—En serio Rogelio, contame el tema de las torturas.
—El Nuestra Sagrada fue un centro clandestino de detención Pedro, el más secreto, el menos pensado.
Ahora Pedro ya no ríe, se sorprende, no esperaba ese dato.
— Y si a todo esto sumas las denuncias por abusos sexuales a menores tenés de sobra para apretar a quien te esté jodiendo.
—¿Y quién te dijo que alguien me está jodiendo?
—Somos pocos y nos conocemos muchos Peter.
—Contame todo.
Pedro anota, elucubra un plan, está más seguro que nunca que jamás se hundirá ante nada.
*****
No nació para esto, se hizo con el tiempo. De chico, en su infancia en Chascomús, quería ser policía, o mejor bombero. Pero muerta la infancia murió también su vocación por el bien, por ayudar al otro. A los quince repitió tercer año del secundario por segunda vez, luego otra vez más, a la cuarta dejó los estudios. Su madre ya no estaba, nunca estuvo, lo abandonó poco después del nacimiento, eran solo él y su padre, y su padre le dio la opción: o laburás y aportás guita para la casa o te mandás mudar. No lo dudó ni un segundo, se mandó a mudar.
Llegó a la Capital Federal, que ya era el centro del universo, pero que aún no era la CABA, la autonomía llegaría cinco años después, con la reforma del Más Vivo de Todos. Corría el año 1989: hiperinflación y crisis. No fue fácil establecerse, pero Gonzalo Gutiérrez tenía una gran virtud, algo que pocos poseen: perseverancia ante la adversidad. El destino le tenía su futuro preparado, la Providencia decidió por él, llegó en el momento justo: la Ciudad puerto, su periferia, los saqueos a los supermercado, y él, con diecisiete años, comenzando a robar, aprendiendo a vivir al margen. Cayó preso, en la comisaría primera del Partido del Libertador de América se comió la primera paliza de la bonaerense, serían varias las que seguirían. Se conoció con gente, prosperó, avanzó en la vida, al margen, ese era su lugar, su oficio, su vocación. Él, que quería ser policía, o mejor bombero, comenzó a delinquir como forma de ganarse el pan. Se estableció en Villa Severino a principios de los 90´, cuando el negocio recién comenzaba. Estuvo en el lugar justo y en el momento preciso, todo se estaba por hacer. Comenzó de punta, de gil, fue creciendo, armando sus propias cocinas de merca, su propia empresa, su monopolio del comercio de cocaína. No fue nada fácil, corrió sangre, algo de la suya, mucha de los demás. A los veinte mató por primera vez, un encargo de los de arriba, un ajuste de cuentas con un bobo. No le costó, mató fácil, y algo que sale tan fácil, casi natural, casi un don, no puede dejarse, no debe dejarse. Siguió matando: soplones, adversarios, indecisos. Mató también porque sí, para no perder la práctica.
Los noventa avanzaban y Gonzalo Gutiérrez se nutría de ellos. Capo y señor de Villa Severino, amo de todo, respetado y temido, hombre de negocios, un chiquillo de pueblo comiéndose al mundo. Si lo viera su viejo, pero no, el viejo nada quería saber, no aceptaba su vida, le repugnaba, la rechazaba. Para mediados de 1995 Gonzalo le mandó pasaje, lo recibió emocionado, se excedió en gastos para agasajar a su anfitrión, pero su padre comenzó con las preguntas, quiso saber de dónde salía tanta plata, y se enteró, y se angustió, y se fue ofendido, puteándolo, arrepintiéndose de haberlo procreado. Que se vayan todos a la mierda pensó Gonzalo, a la mierda la familia, a la mierda todo, el mundo es de los audaces, y un audaz no le teme a nada. Se fue haciendo de a poco, se creó el mismo, se convirtió en un narco importante. Pero aunque simulara que nada le importaba fue, de a mucho, de puro nervio, perdiendo todo su pelo, en menos de un año todo Severino lo conocía como el Pelado Gutiérrez
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El corazón le late demasiado rápido, debe calmarse, debe pensar con tranquilidad, pero no puede, hoy es la cena, faltan solo un par de horas. ¿Qué se va a poner? ¿Cómo estar a la altura de las circunstancias? ¿Qué se pondrá ella? ¿Cómo estará? Espectacular sin duda, como siempre, como ella la sueña, la imagina, la fantasea. Debe ducharse, comenzar a prepararse, es una noche especial, no solo para ella, Sergio está como loco, más loco que de costumbre ¿y más agresivo? Ella espera que no, lo que menos necesita ahora es un hematoma, o peor aún, terror de los terrores, un diente menos. Debe lucir hermosa, ella debe verla hermosa. Débora Casillas comienza a prepararse para la cena en casa de los Aversente, Verónica la espera, y eso la llena de entusiasmo, y también, para que negarlo, de lujuria.
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Agustín Casillas dibuja sentimientos, dibuja lo que le pasa en el corazón, se dibuja él: dos palitos por piernas, un palito para el cuerpo, otros dos palitos por brazos, un círculo forma la cabeza, una línea curva la sonrisa, un garabatito le añade el pelo. A su lado, pegado al palito-brazo derecho, la dibuja a ella: iguales palitos, un triángulo simula una pollera, el garabato final es más grande, intenta imitar su pelo, la línea curva, otra vez, emula la sonrisa. Por detrás un sol de crayón amarillo los ilumina.
Ojalá la vida fuera para Julieta y Agustín un dibujo feliz, la realidad es otra, ya lo sabemos.
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Está en la cocina, frente a él un vaso de whisky, primero y último, debe tener la mente lúcida, debe pensar con claridad. Esta noche podría ser la más importante de su vida, negocios, prosperidad, salir de lo chato, de lo mediocre, de la mierda vulgar de la clase media. Crecer, avanzar, conquistar, el mundo debe ser de él, todo es poco, ahora es poco, ¿cuál es su vida? ¿Su mujer, pálida, aburrida? ¿Su hijo, callado, bobo? ¿Sus amantes fugaces? ¿La idiota del boliche del viernes pasado? ¿Su trabajo estancado? No, eso no puede ser la vida, tiene que haber una salida, hoy es la salida, hoy es la noche, su noche, nada la va a arruinar, nada se podrá interponer entre él y su destino. Sergio Casillas toma el vaso de whisky de un sorbo, se siente con fuerzas, lleno de coraje, se levanta, entra en su dormitorio, llama a su mujer, nadie contesta pero escucha la ducha prendida, la idiota debe estar bañándose piensa Sergio, mejor así, hoy hay que ser puntuales, esta noche debe ser perfecta piensa Sergio y sonríe loco de ambición.
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Se está duchando, un baño normal, como siempre, rutinario, hasta que la ve, ahí, al costado de la bañera, la guillete de su marido, la espuma de afeitar, no duda, un impulso inmanejable la dirige, un presentimiento de lo que pasará esa noche, la sensación de querer estar perfecta, inmaculada. Se esparce la espuma por la entrepierna, la acomoda con prolijidad, el pubis, el monte de venus, comienza a afeitarse, no deja de pensar en ella, se moja, todo se confunde en la ducha, la espuma, el flujo, el placer, los orgasmos, el éxtasis total. Termina, la ducha llega a su fin, se pone la bombacha en el baño, no quiere que Sergio la vea así, lampiña, eso es solo para ella y no para el bobo de su marido. Sale del baño cubierta por una mínima tanga, Sergio está en la cama, ve la televisión, ni cuenta se da de la semidesnudez de su mujer, gajes del matrimonio consolidado.
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