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A pocas cuadras de la mansión transa Matías Ibarguren se despierta, y se despierta en soledad. Néstor y Eva, sus padres, temprano, cuando recién el sol comenzaba a asomar partieron a la CABA, a trabajar, a sacarle la mugre a la ciudad opulenta, limpiando polvo ella, recogiendo cartones él. La CABA acepta a la negrada que la acicala, después que se vuelvan a sus ranchos miserables, es importante que la ciudad esté limpia, pero es igual de importante la parte estética, y el gronchaje pardo afea la París de Sudamérica.
Matías sale da la cama, se despereza, vence a la modorra. Sobre la cocina lo espera una taza de leche y unas galletitas secas, mamá Eva se encargó de dejar el desayuno. Matías se alimenta, prende el televisor, un fantástico catorce pulgadas usado, con el parlante medio arruinado, que papá Néstor pudo comprar en un buen mes de cartonéo. Noticieros anuncian nuevos planes económicos, al parecer muy buenos, Marcelo “Chelo” Martínez, economista serio, de pulcro traje, parece contento, y si él que sabe tanto está contento es porque se vienen mejores tiempos, quizás puedan salir al fin de Severino, quizás la Argentina comienza a estar mejor, sueña Matías. “Chelo” no puede equivocarse, se dice el niño. Mientras come una última galleta seca Matías sale de la casa, en la puerta, cerca de la hondonada llena de mierda, de mierda de ricos, de desechos de country, que llegan a Severino porque un country con casitas tan lindas se estropearía si oliera a mierda, en cambio Severino está lleno de casa de chapas y ladrillos rotos, de pajonales sucios, casa de mierda que si huelen a mierda no pasa nada, hasta tiene cierta armonía, todo es una mierda, le da una especie de folklore al lugar, y todos contentos. A un costado de la casa de Matías, decíamos, cerca de la hondonada, un grifo se eleva majestuoso, erguido como un sobreviviente de la mugre. Matías lo abre, un chorro de agua surge, es clara, sin olor a mierda, el agua corriente llega también a Severino, un punto a favor para las empresas privatizadas, agua clara para negros, delicias del progreso. Se moja la cara, se refresca, saca el pan de jabón blanco, lava el guardapolvos sucio de ayer, ignomiado por las burlas, no le costó esconderlo al volver del colegio, el calor, insoportable, fue una buena excusa para volver sin él, lo puso en la mochila, buscaba ocultarlo, pero no hizo falta, papá no estaba, mamá menos, llegaba tarde de la casa de Alvear. Enjabona, refriega y escurre, sacará la mugre, borrará los rastros, lo pondrá al sol, el agobiante diciembre se encargará de secarlo antes de que sus padres lleguen, lo estirará bien, evitará arrugas, cometerá el crimen perfecto, nadie sabrá de su tormento, de la agresión vivida, de las agresiones por vivir, que no cesarán, lo sabe, y lo acepta, resignado, no quiere preocupar más a mamá y a papá. Matías Ibarguren lava su guardapolvo escolar y sueña salir de Villa Severino, tener una casita linda, una pelota de fútbol, una bicicleta, irse con sus padres a la playa, conocer el mar, jugar en la arena. Piensa en lo que dijo el “Chelo” Martínez, llegarán buenas noticias, todo va a mejorar, lo dijo el “Chelo” y ese sabe mucho, piensa Matías, y mientras sueña despierto como será vivir en un lugar que no huela tanto a mierda.
INTERRUPTUS III
La clase media porteña tiene su lado oscuro, el Instituto Nuestra Sagrada Bendición de Cristo también.
La hermandad de la Santísima Trinidad surgió en Francia en el año 1852, en pleno auge de poder de Luis Bonaparte, sobrino ridículo de Napoleón, segunda parte mal hecha de su tío. Autodeclarado emperador con el nombre de Napoleón III, conservador a ultranza, se propuso reparar el anticlericalismo y ateísmo de la revolución francesa, la Iglesia Católica volvía a reinar en Francia. La nueva hermandad surgía entonces en este propicio clima brindado por chupacirios al poder. Católicos hasta la médula, afectos a San Agustín, lectores profundos de la Suma Teológica de Santo Tomás, consideraban la vida del hombre en la tierra como un tiempo fugaz plagado de sufrimientos y desgracias, período duro pero necesario para llegar al reino de los cielos, a la ciudad de Dios agustiniana, donde la dicha sería eterna. Su catolicismo exacerbado los llevaba a celebrar fastuosamente cada 24 de agosto, en recuerdo de la noche de San Bartolomé cuando la monarquía absoluta y ultracatólica de Carlos X masacró a más de dos mil hugonotes, representantes del protestantismo luterano en Francia.
Fue el episcopado de París el que envió a un grupo de la Hermandad de la Santísima Trinidad a Buenos Aires. El objetivo era fundar escuelas primarias que impartan una educación católica tomista tradicional. En el año 1954 el hermano Jean (Juan para nosotros) Benavidez Zuñiga, miembro destacado de la hermandad, fundaba el Instituto Nuestra Sagrada Bendición de Cristo, su lema de bienvenida establecía, y aún establece, tres condiciones de posibilidad para lograr un objetivo loable: “En la familia, el trabajo y la humildad está la paz”. El catolicismo ultramontano francés aterrizaba en Buenos Aires. La paz sería para ellos producto de conservar los valores tradicionales de la familia, (primera condición de posibilidad), rotos por el peronismo gobernante, recordemos la ley de divorcio, la supresión de los feriados católicos, la habilitación de prostíbulos. La paz solo se impondría producto del trabajo raso, estratificado, mal pago, (segunda condición de posibilidad), se venía la Libertadora, el hijo del barrendero debía morir siendo barrendero, la escoba como única herencia familiar. Se lograría así la humildad necesaria, obligatoria, imperante (tercera condición de posibilidad).
La clase media porteña, espantada del peronismo y su bajada autoritaria en las escuelas, encontró en el nuevo instituto educativo el refugio para salvar a sus vástagos del aluvión zoológico imperante.
Zuñiga fundó el colegio que el barrio del General Entrerriano necesitaba.
Al poco tiempo, luego del bombardeo a la Plaza de Mayo, luego del golpe septiembre, luego del exilio de Perón, llamado ahora tirano depuesto en búsqueda de exorcizar su recuerdo, las fuerzas vivas, creadoras e impulsoras del barrio, su despliegue vital, comenzaron a llamar al instituto, su querido instituto, con el íntimo nombre de “Nuestra Sagrada ”.
Juan Benavidez Zuñiga falleció el 2 de noviembre de 1983, al parecer el advenimiento de la democracia fue el golpe final a su, ya debilitado, corazón. A su velorio en la iglesia Nuestra Señora de la Merced acudió el barrio entero, toda la prosapia estaba allí, despidiendo a su gran educador, al Sarmiento del barrio de General Entrerriano, a un hombre de Dios. Junto con el cadáver se enterraron también las denuncias de torturas ocurridas en el establecimiento durante el Proceso de Reorganización Nacional, y los casos, abundantes, de abusos sexuales a menores de edad. El barrio entero decidió olvidar, como buena gente de fe que eran.
Aún, dicen las malas lenguas del barrio, que se esconden, que no se atreven a pronunciar en voz alta lo impronunciable, cada 24 de agosto se celebra en el Nuestra Sagrada la noche de San Bartolomé, aún se producen en esas noches de frío invierno una larga jornada báquica, dionisíaca, de alcohol y excesos. Otras fechas se han agregado con el tiempo, fechas importantes, conmemorativas: el 2 de noviembre, por la muerte de Zuñiga, educador, fundador de escuelas, quizás un poco pedófilo, y el 16 de julio, fecha en que, desde ese glorioso año de 1955, se comenzó a vencer a la barbarie. Porque ya sean hugonotes, protestantes roñosos, subversivos asesinos, negros de mierda, nenitos mentirosos que dicen ser abusados, denuncias falsas de torturas, siempre, pero siempre, Cristo vencerá.
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