El segundo motivo es que a Mariana se le sigue estudiando, se sigue escribiendo sobre él, fundamentalmente en el espacio investigador de la universidad. Algunos de los ponentes que acudieron al congreso son prueba de ello (omito nombres o bibliografía en unas líneas forzosamente sucintas como son estas, bastará que el lector se detenga en aquellos autores que firman las intervenciones para comprobarlo). Mariana sigue interesando. Y nos temíamos que nadie tuviese entre nosotros noticia de ello.
Un tercer motivo, que pesaba en el ánimo de los organizadores, era que la obra del padre Juan de Mariana no había tenido un evento académico exclusivamente dedicado a ella. Una reunión del mejor nivel posible, rigurosa, con algunos de los mejores conocedores de su obra. Esto obligaba a que dicho encuentro fuese de carácter internacional. Los organizadores, más vinculados a la educación media que a la universitaria, teníamos dificultades en este sentido, al estar nuestros recursos (y no me refiero solo a los económicos) más limitados. La generosidad y disponibilidad de todos, especialmente de los profesores que intervinieron, pudo hacer que esa importante dificultad fuese salvada.
La cuarta razón se inscribe en un interés más amplio: el de la reivindicación de la tradición (sea esta palabra tomada tan flexiblemente como se quiera) de la cultura y del pensamiento español. Estudiar a Mariana es fijarse de alguna manera en ella, por más que sea esta tan dilatada y rica que el jesuita talaverano forme tan solo una pequeña parte. Nuestro convencimiento es que estar de espaldas a la tradición hispánica , que de algún modo hoy nos sigue constituyendo , es una gran miopía, un empobrecimiento, para el cual el prejuicio y el desconocimiento han sido solo una pésima excusa. Comprobamos el grado de conocimiento de otras tradiciones de pensamiento, como la francesa, la alemana o la anglosajona, por poner los ejemplos más notorios, entre los investigadores del ámbito de las humanidades. Al tiempo observamos con no poca frecuencia el desinterés y desconocimiento —a veces el desdén— de nuestras grandes figuras del pensamiento filosófico, político, religioso, histórico y, en un sentido que cabría precisar, literario y artístico. A los organizadores de este congreso esta situación nos parece inadmisible. Por suerte, hace muchos años que esta conciencia de nuestro rico pasado va cambiando y existen muchas iniciativas culturales, editoriales e investigadoras que ahondan en nuestra tradición. En este sentido, un congreso sobre la obra del padre Mariana quiere ser un paso más de toma de conciencia y de proyección de nuestro legado intelectual.
Por último, algo sí teníamos a nuestro favor, nuestra residencia en Talavera de la Reina y la convicción de que era esta la ciudad en la que tal homenaje académico a Mariana había de realizarse. El nombre de Mariana es inseparable de Talavera, y aquí tenía que celebrarse este congreso. En cierto modo, debía ser el tributo que su tierra le debía, y queríamos así pagarlo. Esta última razón, que en sí misma no termina de ser académica, añadía el necesario carácter histórico y afectivo para que el congreso al padre Juan de Mariana que recogen estas actas cobrase pleno sentido y tuviese lugar.
José Luis Villacañas Berlanga
UN ESCRITO SUSTANCIAL Y SUS PROBLEMAS
No sabemos exactamente la fecha de los escritos sobre los jesuitas que debemos a la pluma del padre Mariana. Por eso resulta difícil identificar las circunstancias concretas a las que responden. En todo caso, no debieron ser coyunturales, sino sustanciales. Sabemos que el llamado Discurso de las cosas de la Compañía debía estar escrito en 1610, puesto que fue uno de los papeles requisados a raíz de su detención con motivo de la publicación del tratado De monetae mutatione , que vio la luz en 1609. Así que no hay una buena razón para oponerse a lo que dice Astrain en su Historia de la Compañía , a saber, que el manuscrito estaría listo hacia 1605. No tenemos constancia de que la obra respondiera a unos hechos concretos. Obedece a una percepción específica de Mariana, forjada en el curso de su acción y de su larga observación. Que estamos ante una obra que trasciende una ocasión concreta se percibe desde el momento mismo de la definición del argumento. Mariana era consciente de la relación que existía entre su obra y el tiempo. Con orgullo nos dice: «Donde quiera a la verdad, la mayor parte de la gente es vulgo, que como tal pone los ojos en lo presente sin cuidar mucho de lo de adelante». 1Mariana no escribe excitado por las impresiones del presente. Su ensayo está movido por las inquietudes de futuro y alberga la pretensión de diagnosticar males institucionales, no actuaciones puntuales, y no se venda los ojos respecto del sencillo hecho de que está nadando contra corriente. Siempre lo hizo. Los hombres como él no se enredan en un torbellino, saben apreciar los flujos profundos de las corrientes históricas, y Mariana miraba hacia ellas, no a la superficie de las cosas, cuando escribía. Lo suyo como historiador buscaba identificar lo constante, y sabía que él mismo no tenía otra ayuda que la constancia. Un hombre que siempre vivió pensando en el largo plazo de su existencia, y que se preciaba de haberla vivido sin tropiezos, no se dejaba impresionar por lo que solo vive en el corto plazo. Su Discurso de las cosas de la Compañía en verdad afecta al núcleo más esencial de la cuestión, y la prueba es que el juicio que vierte en él lo maduró desde «muchos años atrás con las personas más graves de la Compañía». 2
Esta dimensión esencial concierne a la condición histórica de la Compañía. Por supuesto, Mariana, como Ribadeneira, asume que la Compañía de Jesús es una obra de Dios. Pero la diferencia entre nuestro hombre y el autor de la Vida de san Ignacio reside en que para Mariana todo su juicio está atravesado por la condición histórica de las cosas humanas, incluso aquellas que se basan en la inspiración divina. En realidad, se podría decir que la condición histórica deriva su necesidad de una relación inevitable entre la obra inspirada y su continuidad en el tiempo. Esta cuestión está muy cerca de la problemática central que Max Weber analizó: podría ser, simplemente, la dialéctica entre el carisma y su conversión en realidad cotidiana. Este problema teórico Mariana no lo abordó en su De rege et regis institutione , porque respecto de la monarquía lo decisivo es su condición tradicional. Sin embargo, la fundación de una comunidad o congregación eclesiástica es una manifestación de carisma porque siempre está inspirada por Dios. Su devenir histórico, sin embargo, muestra los límites de esta fundación y la inevitable necesidad de iniciar un período de específica racionalización posterior. De este modo, y frente a Ribadeneira, que ha vivido con la pretensión de que el carisma del fundador podía mantenerse intacto en la comunidad, al menos mientras existan miembros que como él han mamado de la leche del fundador, Mariana considera que el carisma originario no es suficiente para regir la congregación en el tiempo, y esto por razón interna de las propias limitaciones del carisma. Estas limitaciones son de diversa índole y derivan tanto de las virtudes de su propia eficacia como de las dificultades internas de todo gobierno político. Y quizá esto es lo más interesante del planteamiento de Mariana. No es el fracaso del fundador lo que hace necesario el proceso de racionalización ulterior, sino precisamente su éxito. 3
«Los tiempos no son todos unos», 4ha sentenciado Mariana con su castellano firme y vigoroso. La condición de lo que parece bueno y apropiado es cambiante y no suele coincidir lo del principio con lo que se percibe más adelante. La consecuencia que se deriva de aquí es la inevitable necesidad de abrir un proceso de reflexión crítica, sin el cual la historia acumula la degeneración y lleva a la comunidad a la corrupción y la muerte. Este razonamiento concreta la vieja intuición de la inevitable corrupción de las cosas humanas, pero implica una tesis de mayor penetración: ni siquiera las instituciones que pueden invocar la fundación divina y el ser queridas por Dios se pueden mantener meramente por esta invocación providencialista sin la ayuda de la medicina que sean capaces de producir los seres humanos. Mariana, en este sentido, se ha visto como médico de la Compañía y como entendido en el arte, sabe que el diagnóstico está sometido a una temporalidad idónea. De no llegar a tiempo, «las llagas» pueden cancerarse y tornarse incurables. 5Y ahí está él, antes de que «el agua llegue a la boca» y todo se destruya, 6ofreciéndose como punto de partida de esa reflexión.
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