Mariana desea dar ejemplos de casos concretos que impugnaron las providencias originales ante las necesidades de adaptación. Pero con ello no quiere sino mostrar que la especulación no está en condiciones de anticipar la evolución histórica de una institución. Esos ejemplos con sus cambios no son alentadores. La necesidad y sus coacciones tampoco es una forma adecuada de gobierno, ni es afín a la prudencia. Es la especulación la que con su carencia de providencia exige que la institución esté a merced de la necesidad. La prudencia marca un camino histórico que evade las dos lindes peligrosas. Prudencia no es ni especulación ni necesidad. Con ello vamos llegando al punto central, pues, si la Compañía se ha visto diversas veces a merced de las coacciones de la necesidad, es por un defecto especulativo supremo en el que la especulación deja caer todas sus nefastas consecuencias. Y este núcleo de todas las dificultades de la Compañía fue la forma de gobierno elegida por Ignacio.
Mariana ha caracterizado ese gobierno en dos pasajes muy convergentes. Una vez lo llama «gobierno tan independiente y absoluto como nuestro general». 20Otra vez, muestra la dificultad añadida de acompasar la institución al tiempo variable de las cosas cuando el gobierno es de una forma: «Mayormente cuando el gobierno se reduce de todo punto a una cabeza, como se hace en nuestra religión». 21Aquí emerge la especulación y su condición trágica. Solo así se dio la novedad, pero solo así se tenía una dificultad añadida de acertar en el camino y, sobre todo de corregirlo una vez que la necesidad mostraba su rostro.
¿Pero por qué es así? ¿Por qué el gobierno absoluto de una cabeza impide la adecuada historicidad de los fenómenos institucionales? Esta pregunta es decisiva para comprender la teoría política de Mariana no cuando tiene que escribir con la esperanza de que se reforme la educación del nuevo rey, sino cuando tiene que evaluar el propio instituto al que ha entregado la vida. Y la respuesta es que esta forma de gobierno extrema las dificultades propias de toda política, y lo hace porque fomenta la desunión que impide la obra de la maduración histórica que lleva a la prudencia. Es una paradoja: la cabeza absoluta impide la unión. La hace exterior, pero «los ánimos quedan desunidos». 22Toda la metafórica de Mariana apunta a una enfermedad que sorprende en el estado de minoría de edad, de tal manera que el mal se responde con carencias reflexivas. «No saben más que quejarse y llorar, sin declarar ni responder» 23el mal que padecen. Pero cuando alguien con tino analiza los males es capaz de jerarquizar los fenómenos y entrever las causas.
Aquí Mariana es agudo y sobrio. Expone una serie de defectos, pero intenta aproximarse al centro de la araña. Ha llamado a este procedimiento la percepción de los paralogismos, y es un método para buscar lo que se esconde en el corazón de una serie de consecuencias. Muestras dolores políticos (agravios, diferencias, desuniones, persecuciones) como síntomas y al final lanza esta hipótesis: «Mírese si procede este dolor de alzarse el general y tres o cuatro en cada provincia con el gobierno, sin dar parte a los otros, aunque sean personas de las más graves y doctas que haya en la Iglesia, mírese si nuestro fundador y sus primeros generales siguieron ese estilo, […] mírese si nuestro general que hoy es se quiso autorizar demasiadamente». 24En suma, el método de Mariana es indiciario. Pero, aun sin afirmarlo de forma plena, considera que hay una continuidad en el mal gobierno desde el fundador hasta el general actual, Acquaviva, el gobierno más largo de la Compañía y el verdadero refundador de la orden y al que Silvia Moctaccio acaba de dedicar una impresionante monografía con abundantes referencia al republicanismo de Mariana. 25Esa continuidad tiene que ver con la mimesis de la especulación del fundador por los demás, que ignorantes de la diferencia entre el carisma y la historia, no miran «la diferencia entre especulación y la práctica». 26
El poder no es como la plata, dice la conocida sentencia de Mariana. Por mucho acumularlo, no más se tiene. Que sea más bien como la comida, que no puede ser ni poca ni mucha, pues las dos cosas debilitan, le lleva a Mariana a mirar el poder desde la medicina. Lo primero que hace posible el correcto desarrollo del poder es la información adecuada y el consejo. Pero no hay información ni consejo sin capacidad crítica, y esta no brota si se desprestigia el desacuerdo con el superior tachándolo de inquietud, rebeldía o desunión. Y no puede haber consejo si se privilegia la especulación con el falso prestigio de ser espiritual, cuando no es sino la coartada de lo extravagante. 27En el fondo, esa inspiración pudo ser irresistible en el fundador, pero trasladarla como hábito permanente de gobierno es generar exclusividad. Asegurar esta exclusividad mediante un consejo privado, en lo que Mariana llama «gobierno fundado en sindicaciones», en el secreto. Aquí ha dejado caer toda la metafórica de la enfermedad y la ha llamado «hiel derramada por todo el cuerpo», pues promueve la delación, la sospecha, la inquietud de que todo hermano sea un «malsín». 28Con ello, las dificultades de la política, enraizadas en el pesimismo antropológico, se disparan. En España era inevitable que pronto llegaron a tocar el linaje, 29algo que Mariana considera que debería estar fuera de «gente espiritual».
En esta denuncia de una autoridad absoluta no se detiene ni siquiera en la crítica ante el papa. En el caso del nombramiento como provincial de Antonio Marcen, que también motivó la protesta radical de Ribadeneyra, por estar incurso en un proceso inquisitorial, Acquaviva recibió el apoyo de Gregorio XIII, y Mariana comenta: «Que se entiende que hizo mucho daño». 30La consecuencia de que una cabeza lo rija todo de forma absoluta y sin consejo compartido se expresa en términos de Maquiavelo: «Sabían poco de los humores de acá», 31dice Mariana. Se refiere a que se ignoraba en Roma la decisión de la Inquisición española, que se entendía como poder soberano y que prendió al recién nombrado provincial. Por supuesto, en esta actuación, los descontentos con Acquaviva alentaron las actuaciones hispanas. Lo que se presiente tras la lectura del tratado de Mariana tiene que ver con ese desencuentro entre los de Roma y los de aquí, lo que al final implicaba el nombramiento de visitadores ajenos y la intromisión de todos los poderes. Una resistencia a la completa homogeneización impuesta por Acquaviva, eso es lo que hay detrás del tratado de Mariana, de tal modo que la finalidad pasa por reivindicar una mayor autonomía para la provincia hispana. Y esta finalidad es la que permite decir a Mariana que la orden debía reconocer por maestros a los dominicos. 32En efecto, ellos habían logrado una clara independencia gubernativa en España.
No se trata de valorar estos planteamientos desde la materialidad de las decisiones del general romano. Algunas de ellas pueden gozar de nuestra simpatía, como la licencia para editar el libro de Luis de Molina sobre La gracia y el libre albedrío. 33 Lo decisivo para Mariana es que el general «no conoce la gente». 34La solución que encontró el papa, que exigió que Acquaviva visitara las cuatro provincias de España, pareció a Mariana «la mayor befa que a todos se nos pudiera hacer», 35y desde luego incluyó al papa en su protesta por esta afrenta. Mariana veía en estos hechos una escalada y todos juntos mostraban la necesidad de reforma en el gobierno de la orden. Sin embargo, no podemos ignorar que el asunto, en su integridad, tiene que ver con el cambio de mentalidad de la orden tras ser dirigida por el primer general no español.
Cuando encaramos este sesgo de la cuestión, nos damos cuenta de la importancia de un hilo conductor en todo el escrito de Mariana: la insistencia en la especulación. «Nuestras virtudes más deben ser prácticas que especulativas», 36pues para Mariana no cabía duda de que «los de la Compañía se crían para soldados» combatiendo en medio del mundo. Acquaviva la dirigía a una orden de estudios y de enseñanza. Mariana protesta. Esa no puede ser la función de los jesuitas. Ante todo por «no ser los de nuestra nación muy inclinados a estos estudios». 37Luego, por ser una carga excesiva para la orden. Tercero, por desmotivar a los seglares respecto de la profesión de enseñar. Este monopolio no trae sino la consecuencia de que «no se halla en España quien sepa cuatro palabras en latín». 38Sin duda, Mariana es hostil al nuevo texto de la Ratione studiorum , y su razón es que fomenta sobre todo la creatividad especulativa de los maestros en cada caso, con sus dictados propios, ese tejer y destejer de las opiniones y novedades que una y otra vez atraviesa todo el capítulo VI y que redunda en la incapacidad de poseer una impronta de orden como la han alcanzado las demás.
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