Hay una paradoja entre este gobierno absoluto y la creciente dispersión intelectual de la Compañía. Tiene que ver con que cada superior reproduce el gobierno absoluto del general y desea imponer su impronta con independencia de los miembros. 39Al carecer de órganos que emerjan de la comunidad, esta no se configura desde sí misma y tiende al individualismo. En cierto modo, al gobierno absoluto de los superiores responde la resistencia de los demás cada una en su dispersión. La conclusión es que «pocas cosas tenemos en nuestro gobierno asentadas, lo más está lleno de opiniones». 40Es un círculo. A más opiniones discordantes, más necesidad de un gobierno centralizado, lo que implica aumentar la dispersión de las opiniones. Y con ello llegó Mariana al capítulo central de todo el escrito, el capítulo X, que versa sobre la monarquía. Su tesis allí fue que «Llegado hemos a la fuente de nuestros desórdenes y de las disgustos que experimentamos». 41Entonces citó parte del salmo 80:14: «El jabalí de la selva la ha destruido y paciola la fiera solitaria». El general Acquaviva se comportaba como el jabalí en la selva. No era un monarca templado. «Es una fiera que lo destroza todo y que a menos de atalla no esperamos sosiego». 42Y atarlo era sobre todo asentar en la Compañía el principio aristocrático y democrático, en la mezcla propia de la constitución mixta, por mucho que la dimensión democrática caiga bajo el tabú. 43Esa fue la previsión ignaciana originaria de 1540. Esta ordenaba que para las cosas importantes se necesitara de la congregación general. En las más circunstanciales, se debían reunir todos los que estaban en el lugar en que residía el general. Y ambas cosas se debían votar por mayoría. En 1550, sin embargo, se presentó a Julio III otra constitución, según la cual «en las cosas de no tanto momento y temporales quedase todo a la libre disposición del general». 44Y esto rompe con toda idea de constitución mixta republicana que reclama que en el consejo sean muchos y en la ejecución uno. 45Y no solo de muchos, sino de muchos capaces de representar sus lugares. Y al romper con este modelo ideal de constitución mixta cae en tiranía, en el gobierno por aficiones. 46
Vemos así que Mariana aplica de forma coherente y rigurosa sus principios políticos, ya analizados en Del rey y de la institución regia , al problema del poder en el interior de la Compañía, que no duda en considerar despótico y doméstico y sin ley, cuando debía ser político, capaz de atender a lo general y no solo a lo particular mediante cuerpos representativos. Esto es una intensificación del poder monárquico familiar que tuvo Ignacio, irrepetible y carismático, pero, a pesar de todo, limitado, en la medida en que incluso lo que él dejaba a los provinciales se resolvía ahora desde el general. Y lo peor de todo es que este modelo era mimetizado por todos los demás órganos, bloqueando las corporaciones que debían servirle de consejo. Que Mariana está hablando de gobierno tiránico apenas podemos dudarlo. «Aunque todos se juntasen en un parecer, puede el superior hacer y hace lo contrario», asegura. 47De este modo, se condena a la hostilidad entre la cabeza y la comunidad. Y la consecuencia es que ni el consejo puede darse ni el ejecutivo puede ser eficaz.
Toda la fenomenología del gobierno errado emerge de aquí. Falta de consenso, elección errada de cargos que privilegian a la gente menuda que por arribismo defiende las decisiones arbitrarias, selección inversa, condescendencia («saben lamer a sus tiempos», dice Mariana), 48falta de castigo, desconfianza, circulación de informes secretos, calumnias, delaciones (a las que dedica todo el capítulo XIII), archivos y dosieres (que Mariana exigirá que se quemen), 49perpetuación en los cargos, disfuncionalidad, falta de conocimiento de las circunstancias concretas, promoción de la mediocridad, 50retracción de la gente sobria y grave, que deja el campo abierto a la gente entrometida, pero sobre todo lo más grave, la imposibilidad de consensuar reformas con las que salir del desconcierto. 51Para ultimar esta descripción que tan familiar resuena, Mariana comenta el decreto del papa de que los cargos fueran de tres años. «No se hace sino dar la vuelta por los mismos», 52lo que hoy se llaman «puertas giratorias», y además con la misma condición de que los «hombres graves siempre quedan excluidos». 53La carencia de representatividad de los cargos se hace así fatal. 54Y esto por una ley de la política inmutable: «Que toda república es cosa forzosa que tenga por enemigos todos aquellos que se ven excluidos de las honras comunes». 55Este comentario alcanza conciencia nacional por cuanto Mariana comparte la evidencia de que «la nación española está persuadida queda para siempre excluida del generalato». 56Con firmeza, asegura Mariana que con esta convicción la Compañía no puede tener paz. Muy consciente de este aspecto nacional de la cuestión, Mariana ha exigido que las congregaciones que demanda no se realicen solo en Italia, como hasta aquí, pues en este caso «los italianos se están en sus casas y las demás naciones son forzadas a pasar muchos trabajos y hacer grandes gastos para juntarse en congregaciones». 57
Mariana no fue el primer jesuita que usó de la parresía. Con admiración inequívoca habla de Acosta, el gran cronista de Indias, y el uso que se hizo contra él de los archivos secretos, ante la voluntad de convocar congregación. Su petición es inequívoca. Que el general se atenga a lo común y que «lo particular que depende de mayor noticia que allá se pueda tener, lo remita a las provincias». 58El veredicto final es que todos estos males bastan para que «Dios hunda la Compañía». 59
NI SIQUIERA UN SAN PABLO
Justo por eso, para garantizar su continuidad en el tiempo, se requiere una nueva prudencia. ¿Pero cómo lograrlo? Con estas preguntas Mariana ha conocido la dificultad de una problemática muy central: ¿cómo la crítica no aumentará la crisis? ¿Cómo será eficaz? ¿A qué autoridad apelará? ¿Cómo impondrá a la comunidad? ¿Cómo generará consenso? Esta dificultad es la que le lleva a decir con crudeza: «Si bien fuere un san Pablo, siempre le tendrán por extravagante, por inquieto y perturbador de la paz». 60¿Pero, si en efecto pone en el ojo una enfermedad y su informe es desprestigiado de este modo, cómo evitar que la enfermedad tenga efectos letales? Veamos ante todo este punto, pues sin duda está relacionado con la sustancia de la religiosidad de Mariana y su forma de entender lo profundo.
Para entender este asunto debemos recordar lo que Mariana hace cuando identifica el mal central de la Compañía. Entonces cita el salmo 84. Todo este salmo determina el espíritu del escrito y su final es significativo para entender la posición de Mariana. Una heredad protegida por Dios ha sido hollada por esa fiera solitaria. El versículo 15 dice, en una versión del siglo XVIII de la Vulgata latina: «Dios de las virtudes, vuelve: mira desde el cielo y atiende y visita esta viña. Y acaba de perficionar la que plantó tu derecha y mira al hijo de hombre que afirmaste para ti». Es probable que Mariana se acordase del salmo de la viña justo después de hablar de las granjerías y de la posibilidad de que la Compañía mejorara sus rentas con cultivos de vida. Pero, en todo caso, este espíritu profético de los salmos, que siempre es portador de cierto carisma, se pone en Mariana al servicio de las soluciones tradicionales, y entre ellas del republicanismo ciceroniano y el que invoca a Tito Livio. 61Mariana es en este sentido agustiniano: la Iglesia visible no tiene otra norma de gobierno que la virtud republicana que mostró Roma y que Mariana recuerda. 62Allí hay concilios, pero son funcionalmente los Senados. La contradicción que señala Mariana es que exista mandato tridentino de reunir concilios provinciales y que la Compañía no reúna sus congregaciones.
Читать дальше