Manual de Escapología
Teoría y práctica de la huida del mundo
Antonio Pau
© Editorial Trotta, S.A., 2019
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© Antonio Pau Pedrón, 2019
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eISBN: 978-84-9879-897-5
Para Candela, refugio en todas las huidas
Los hombres saben que siempre podrán escapar del peso de la realidad huyendo a un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad.
Sigmund Freud, El malestar en la cultura ( Das Unbehagen in der Kultur )
Quiero volver al lugar sin fronteras, volver a mí misma.
Else Lasker-Schüler, Huida del mundo ( Weltflucht )
Nota preliminar . Tres huidas
Introducción
La huida: dos fases y una premisa
La ciudad como símbolo del mundo hostil
Punto de fuga
Huida y cultura
El destino de la huida
Enredo de soledad y compañía
Sosiego exterior y sosiego interior
Reacciones ante la adversidad: rebelión o huida
El valor de huir
Salir del mundo, salir de la vida
Huida y evitación
Falsas huidas
La huida perpetua
El nuestro es tiempo de huida
La huida como elusión
Escapología, Etología, Antropología
TREINTA HUIDAS
Epicúreos, estoicos, cínicos
Wu, xu, arupajhanas, pratibhasika, sigê, chakhmah, desasimiento, quietud: la huida hacia la nada o el vacío
Gimnosofistas, cátocos, esenios
La Fuga saeculi
Beatus ille
Alabanza de aldea
El jardín cerrado
El reducto íntimo: studiolo y cabinet du sage
La Utopía
La Arcadia
La torre de marfil
Los Solitarios de Port-Royal
Anarcoindividualismo
La huida thoreana
Apeamiento
Minimalismo
Neonomadismo
Neorruralismo
Neotribalismo
La huida robinsoniana
La huida pascaliana
Rentismo vitalista
Los paraísos artificiales
Hippismo
Puerta cerrada
Emboscamiento
Conmigo-que-no-cuenten
Marginalismo digital
Reinvención
Huida a dos
Epílogo. Huida y felicidad
Bibliografía
Índice onomástico
Índice de lugares reales e imaginarios
Índice de ilustraciones
Nota preliminar
TRES HUIDAS
La palabra huida , cuyo sentido parece a primera vista sencillo y claro, comprende en realidad tres conductas muy distintas.
La primera es la huida de un peligro actual o presente. Esta huida es un acto reflejo, es decir, una respuesta inconsciente a un estímulo externo. Es una conducta común a personas y animales. Quien se encuentra de pronto ante una amenaza visible huye, y el animal huye también.
La segunda es la huida de un peligro inminente o próximo. Esta segunda huida la comparten los seres humanos, limitadamente, con los animales sentientes ( sentient beings ), los capaces de sufrir y expresar angustia, porque estos animales tienen —aunque reducida— una cierta percepción del futuro, y pueden advertir la inminencia de un peligro.
En el caso de los hombres, esta huida puede ser individual o colectiva. Una persona puede percibir el riesgo de sufrir un daño y un territorio o un país entero puede temer las arbitrariedades de una tiranía, o la inminencia de un ciclón o de un bombardeo, o de la erupción de un volcán, o del desencadenamiento de la hambruna.
En esta huida, el fugitivo tiene muchos rostros: el del acosado, el perseguido, el refugiado, el exiliado, el evadido, el prófugo. En todas las épocas, pero especialmente en la nuestra, esta segunda huida se encarna en las masas que escapan de las persecuciones y las guerras hacia la sociedad del bienestar que caracteriza a Occidente. Van con la ilusión de integrarse en esa sociedad, pero en realidad se convierten en seres ilegales y por tanto clandestinos, en puros y simples simpapeles , como dice la Academia que debe llamárseles si se quiere hablar y escribir con propiedad (lo que es a la vez una desalmada metonimia). El filósofo italiano Giorgio Agamben ha rescatado una expresión del derecho romano arcaico y los ha llamado homo sacer . Paradójicamente, sacer significa sagrado . Cuando una cosa era declarada sacer quedaba destinada al sacrificio en el altar de los dioses. El juez romano declaraba sacer a una persona cuando era condenada por ciertos delitos, y entonces quedaba destinada también al sacrificio. Cualquiera podía matarla y no cometía homicidio.
El homo sacer de nuestro tiempo está a merced del poder —con la apariencia de una burocracia inescrutable—, que o los acepta o los deporta —deportación que en muchos casos equivale a la muerte—. Vive angustiosamente pendiente del giro de su puño: si el pulgar señala hacia arriba, se quedan; si el pulgar señala hacia abajo, los devuelven a sus ciudades en ruinas y a sus campos devastados.
Estos fugitivos tienen vida biológica, naturalmente, pero vida biográfica tienen la más mínima imaginable. Quizá algo más que los individuos encerrados tras los muros de los campos de concentración, que existían, desde luego, pero vida, propiamente, no puede decirse que tuvieran.
El fugitivo de esta segunda huida ha perdido tanto el pasado como el futuro. En el pasado tenía algunas cosas, por pocas que fueran, unos cuantos afectos y un idioma en el que se entendía. En el futuro vivirá en un mundo fantasmal, como las sombras de la caverna platónica. No entablará ningún vínculo firme y será incapaz de la más pequeña alteración del mundo en el que viva. Toda explotación será aceptada.
Resulta llamativo que el capitalismo pretenda, para sí mismo, la desterritorialización y la desregulación y, sin embargo, imponga a los fugitivos fronteras, alambradas y una regulación detallada y severa. Pero ya lo advirtió hace años Adela Cortina. En el fondo, el problema no es que sean fugitivos, porque a algunos sí se les levantan todas las barreras y todas las normas. Es que no son del mismo club. No aportan capital, sino miseria.
La tercera es la huida de un entorno hostil. A ella se refiere este libro. Es completamente distinta de las anteriores. Tanto, que la primera definición que recoge el diccionario —«alejarse deprisa, por miedo o por otro motivo, de personas, animales o cosas, para evitar un daño, disgusto o molestia»— vale para las dos primeras huidas, pero no para esta. Esta aparece definida después: «Apartarse de algo malo o perjudicial».
Para empezar, en esta segunda definición ha desaparecido la exigencia de que la huida se emprenda «deprisa». Esta tercera huida es fruto de la reflexión. El individuo la decide con libertad. Se encuentra incómodo en su entorno y opta alejarse de él para refugiarse en un lugar más propicio. Pero la mayor diferencia entre esta huida y las anteriores radica en que esta huida produce felicidad. En las otras huidas, el individuo encuentra, en el mejor de los casos, un precario cobijo. En esta, sin embargo, su vida se ensancha, su horizonte se abre y su corazón late con la palpitación de la alegría. Ha tenido el valor de huir, y es feliz.
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