La consumación del impulso podrá llevarse a cabo, ordinariamente, de varias maneras. Habrá puntos de fuga de los que partan pocas líneas convergentes. En algún caso partirá solo una línea. En otros casos, las líneas convergentes serán muchas. Ahora le toca al sujeto decidir. Si la fase de apetencia o impulso es estática —el sujeto se encuentra en ella sin haber sido él quien la ha provocado—, la fase de consumación es dinámica, requiere una decisión y la consiguiente acción.
Cada huida posible es una trayectoria posible. Como escribió Marías, la vida humana es futuriza y el hombre es un ser proyectivo . Por eso el hombre piensa en el futuro y hace proyectos para él. Ante las diversas líneas convergentes, el hombre puede proyectar diversas huidas. Al final, elegirá una. Su vida emprenderá una nueva trayectoria, que sumada a las anteriores formarán la completa biografía. Pero las trayectorias no tienen la rigidez de los raíles de sentido único. Para empezar, el sujeto podrá recorrer la trayectoria en sentido contrario. Cabe el arrepentimiento. Y, además, el recorrido de una trayectoria no es nunca absolutamente lineal: a cada paso se abren nuevas trayectorias menores que desvían —en mayor o menor medida— de la trayectoria inicial.
La huida, como búsqueda de la felicidad, no puede ser nunca una trayectoria rígida. Eso iría en contra de su propia esencia felicitaria. La huida se puede interrumpir, abandonar y reorientar. La huida es esencialmente maleable.
Huida y cultura
Los patrones de conducta son una conjunción de biología y cultura. La huida no es ajena a ese doble elemento. No se ha huido de igual manera en todo tiempo. La parte biológica de la huida da homogeneidad a ese comportamiento humano. La parte cultural introduce variaciones en el tiempo y en el espacio.
Al estructurar este libro en treinta capítulos se ha tratado de reflejar esos dos elementos. La sucesión de los capítulos tiene un cierto componente histórico —es decir, cultural—, pero a la vez tiene presente la homogeneidad —y por tanto la relativa inmutabilidad— de todo comportamiento de huida. Los capítulos primero ( Epicúreos, estoicos, cínicos ), tercero ( Gimnosofistas, cátocos, esenios ), cuarto ( La Fuga saeculi), sexto ( Alabanza de aldea ), octavo ( El reducto íntimo ), décimo segundo ( Los Solitarios de Port-Royal ), decimoséptimo a decimonoveno ( Neonomadismo, Neorruralismo y Neotribalismo ), vigésimo cuarto ( Hippismo ) y vigésimo octavo ( Marginalismo digital ) son los de mayor tinte histórico y cultural, pero ni siquiera esos capítulos excluyen el componente estable de ese comportamiento que es la huida. Porque ¿no siguen vigentes hoy el pensamiento estoico, la vocación religiosa de clausura, la realidad del refugio íntimo, la tendencia a agruparse con personas afines y el ansia de libertad frente a una sociedad opresora? Probablemente el Marginalismo digital sea el capítulo más circunscrito históricamente, pero la razón es evidente: se refiere a tecnologías que apenas tienen un par de décadas de existencia. De esta huida no puede decirse que haya sido una constante que haya aflorado en distintos momentos de la Historia.
De manera que los treinta capítulos de este libro, incluyendo los más determinados por la Historia o la cultura, presentan treinta maneras de huida que están todas ellas vigentes a la vez.
El destino de la huida
Ya hemos visto de qué se huye: de un entorno que resulta hostil . Con la particularidad de que ese entorno y esa hostilidad son los que el sujeto se representa, porque no cabe una captación rigurosamente objetiva de la realidad.
En algunos capítulos de este libro se dice que hay huidas que no parten del entorno, sino del propio sujeto: de su yo, de su mismidad. Pero en el fondo no hay gran diferencia entre el yo y el entorno (y no hace falta recordar la famosa fórmula orteguiana). Si alguien está descontento de sí mismo, lo está por la relación con su circunstancia. A quien se siente feliz en el mundo que le rodea le da igual que su propia conducta sea auténtica o fingida: no huirá del mundo. Eso mismo fue lo que dijo Freud: «El hombre feliz jamás fantasea, solo el insatisfecho lo hace». Imaginar huidas es una manera de fantasear.
Pero ¿cuál es el destino de la huida? Aquí sí que hay grandes variaciones, aunque probablemente tenga razón Else Lasker-Schüler en el poema que se cita al principio: en el fondo, toda huida acaba en uno mismo, que es el único «lugar sin fronteras». A veces se busca refugio en la soledad y a veces se busca refugio en la compañía. Pero la compañía —la afín, la grata, naturalmente— también refuerza la individualidad, porque el hombre se siente entendido y apreciado en ella.
En algunos casos no se distingue bien la soledad de la compañía. Los monjes precristianos y cristianos, tanto en su variante anacorética como en la cenobítica, buscaron la soledad para encontrar en ella la compañía de Dios. Lo mismo puede decirse de aquellos Señores Solitarios que se encerraron en la vieja abadía de Port-Royal des Champs en el siglo XVII.
La soledad puede encontrarse en el campo, en el bosque, en el jardín o en una isla, y todas son huidas distintas, porque la sensibilidad de cada fugitivo es distinta. También puede encontrarse en un recinto cuidadosamente dispuesto —el studiolo y el cabinet du sage del Renacimiento—, o en la habitación desordenada del adolescente, que se limita a echar la llave a la puerta de su cuarto. También se puede encontrar la soledad en uno mismo, en ese cubiculum cordis del que tan delicadamente hablaron los padres de la Iglesia primitiva, una soledad en la que el hombre puede refugiarse aunque el ambiente del entorno sea opresivo y ruidoso.
La compañía puede encontrarse en una sociedad imaginaria —la Utopía— o en un ambiente creado de manera artificial —la Arcadia—. También puede encontrarse en la aldea, en la que se busca una compañía más serena que la compañía apresurada de la gran ciudad. Y puede encontrarse en pequeños grupos afines con los que se tiene en común el gusto por la vida campestre o naturista, o el gusto por viajar, o por una determinada música. O en una comuna, que no tiene más reglas que el capricho, el amor libre y las camisas de flores.
En otros casos la huida no busca la soledad ni la compañía. Busca fundirse en el vacío. Hacerse uno con la gran Nada. El tao, el budismo y todas las religiones sin Dios buscan desgajar el alma del cuerpo y elevarla a una región de quietud y de indiferencia. Aunque cabría preguntarse si acaso ese no-Dios no es un Dios inefable, al que se le ha quitado todo rastro de antropomorfismo.
Y hay también otra forma de huida hacia una felicidad artificial, que es la droga. El fugitivo sale de sí mismo para visitar lugares llenos de caricias y de brillos, donde todo es fácil, y claro, y complaciente.
Y hay una huida que no logra consumarse, porque es solo una ilusión en la que el hombre se refugia cuando arrecia la enemistad del mundo.
Y hay otra huida que tiene un recorrido muy breve, porque coinciden el punto de partida y el punto de llegada, y es la reinvención. El fugitivo se busca trabajosamente a sí mismo, para salir, como la crisálida, convertido en otro mejor.
Y hay, finalmente, una huida que emprenden dos personas que se quieren hacia una felicidad que comparten en una soledad que es plenitud.
Enredo de soledad y compañía
Soledad y compañía se enredan confusamente en la huida, porque son a la vez origen y destino. ¿Cómo se puede aborrecer y ansiar la soledad? ¿Cómo se puede aborrecer y ansiar la compañía?
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