Una última observación preliminar sobre la palabra huida : la latina fuga se ha desdoblado en dos de significado próximo, fuga y huida . Y así como la palabra fuga ha permanecido invariable, la palabra huida —procedente del verbo fugire — es resultado de una larga evolución, en la que la efe pasó a ser una hache (primero aspirada y luego no) y la letra ge, por estar situada entre vocales, desapareció, como en otros muchos casos ( magister-maestro , legere-leer, regina-reina o frigidus-frío ).
La palabra fuïda aparece ya en textos de principios del siglo XIII, pero adopta diversas variantes —ujda, foýda, fuýda— hasta que a finales del siglo XV aparece ya como huida en las Coplas de Vita Christi (Zamora 1482), de fray Íñigo de Mendoza. Así consta en el Nuevo Diccionario Histórico de la Academia Española. Pero eso no quiere decir que la palabra huida pasase a formar parte de la lengua viva.
Las palabras fuga y huida se han ido entrelazando en una curiosa evolución lexicográfica, que demuestra lo tardío que ha sido el uso generalizado de la palabra huida . El Vocabulario de Nebrija (1494) recoge pero no define huida , sino que remite a fuga . El Diccionario de vocablos castellanos de Alonso Sánchez de la Ballesta (1587) ni siquiera recoge huida , aunque sí huir , que define como «escaparse de algún peligro». El Tesoro de Covarrubias (1611) tampoco recoge la palabra huida . Lo mismo sucede en el Thesaurus de Baltasar Henríquez (1679).
El Diccionario de Autoridades (1732) vuelve a la remisión, ahora más explícita: «Huida. Lo mismo que fuga». Y fuga es «escaparse y librarse de algún riesgo». El diccionario de la Academia, en las siete ediciones que van de 1780 a 1822, vuelve a repetir: «Huida. Lo mismo que fuga». Las seis ediciones que se publican de 1832 a 1884 hacen una escueta remisión: «Huida. Fuga».
El gran cambio se produce en la edición de 1899, en que huida se define por primera vez: es la «acción de huir». Y huir se define en las dos acepciones antes transcritas: «apartarse con velocidad por miedo o por otro motivo...» y «apartarse de una cosa mala o perjudicial». Fuga deja entonces de ser sinónimo de huida , porque se le añade un matiz y la convierte en «huida apresurada». Estas definiciones, con mínimas variantes, se repiten en el diccionario académico en las nueve ediciones que van de 1914 a 1970. En la edición de 1984 se introduce un pequeño cambio: «apartarse con velocidad» se sustituye por «apartarse deprisa», cambio que se mantiene en las ediciones de 1989, 2001 y 2014. En todas estas ediciones, fuga sigue significando «huida apresurada».
Esta evolución refleja que no es hasta finales de siglo XIX cuando se produce el paso, en la lengua viva, de fuga a huida . Y huida empieza a tener un sentido más amplio: no es un apartamiento o escape que se emprenda necesariamente «con velocidad» o «deprisa», sino que puede emprenderse con calma, reflexivamente.
En otras lenguas romances no se ha producido ese desdoblamiento de las palabras latinas fuga-fugire que se ha producido en español en huida-huir y fuga-fugarse . En francés solo existe fuite-fuire ; en italiano, fuga-fuggire ; en portugués, fuga-fugir ; en rumano, fugã-fugi ; en catalán, fugida-fugir ; en gallego, fuxida-fuxir , y en occitano o provenzal, fugido-fugi .
La huida: dos fases y una premisa
El ansia —el afán, el anhelo o en todo caso el deseo intenso— de huir va más allá de ser un fenómeno psíquico, un simple estado emocional, para constituir un fenómeno antropológico. En todo tiempo y en todo lugar el hombre ha sentido la necesidad de evadirse de un entorno hostil.
La huida pertenece a esa categoría que los antropólogos llaman patrón de conducta . Ante el entorno hostil se desencadena el ansia de huida, y esta conduce a su vez a la huida misma. En todo patrón de conducta se distinguen dos fases: el comportamiento de apetencia o impulso y el acto consumatorio del impulso. Al ansia de huir le sigue la huida (aunque no siempre es así: a veces el impulso no puede consumarse). No hay en español dos términos que distingan la intención de huida y su consumación, distinción terminológica que sí existe en alemán, que diferencia el Fluchtvorsatz (propósito) de la Fluchtverhalten (conducta).
La premisa objetiva de la huida es el entorno hostil. Pero esa objetividad es dudosa. Es cierto que se trata de una premisa ajena al sujeto, pero se trata de una premisa decisivamente condicionada por la interpretación subjetiva del entorno.
A ese entorno lo hemos llamado mundo . La palabra mundo tiene muchos sentidos. Aquí se utiliza en la tercera de las acepciones del diccionario académico: como «sociedad humana». En ese sentido se usa la palabra cuando se habla de todo el mundo o del mundo de los adultos . Cuando los teólogos dicen que el mundo es uno de los tres enemigos del alma, están aludiendo también a la sociedad y, en especial, a sus criterios y costumbres. En la expresión contemptus mundi —el desprecio del mundo— convergen el clasicismo latino y la patrística, entendiéndola en un mismo sentido: como rechazo a la vanidad de las cosas humanas.
La percepción del entorno —o del mundo— tiene un marcado tinte de subjetividad. Por eso Kant, cuando se propuso estudiar la realidad en su Crítica de la razón pura ( Kritik der reinen Vernunft , 1781), se dio cuenta de que primero tenía que estudiar la mente (el entendimiento, der Verstand , es el término kantiano), porque la mente humana es la fábrica de la realidad —de la realidad de cada uno, distinta de la de los demás—. Y llegó a la conclusión de que el hombre solo puede hacerse representaciones de la realidad ( Vorstellungen ), representaciones que, según cada persona, tienen más o menos de lo que el filósofo llamaba contenido real o contenido de verdad ( Wahrheitsgehalt ). Y su discípulo Schopenhauer afirmó que «el mundo es mi representación», y añadió: «Nadie puede salirse de sí mismo para identificarse directamente con las cosas distintas a él; todo aquello de que se tiene conocimiento cierto e inmediato se encuentra dentro de su conciencia». «También la realidad se inventa», dijo Antonio Machado en una copla. Cualquier intento de describir la realidad es ilusorio y nunca coincidirá con ella. Kant distinguía entre dos palabras que en alemán son, con toda lógica, muy próximas: Wahrheit y Wahrhaftigkeit , verdad y sinceridad. Sinceridad es la verdad propia, la verdad subjetiva, escribe Kant. Y se reía del alguacil que le pregunta al testigo ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? La respuesta tendría que ser: Eso sí que no. Es absolutamente imposible. Solo puedo jurar que voy a ser sincero .
Y hay otra razón, esta puramente biológica, que condiciona nuestra percepción de la realidad y que han puesto de relieve recientemente Siefer y Weber. Se trata de una simple comparación cuantitativa. La realidad, inmensa en su entidad e innumerable en sus detalles, tiene que pasar a través del quilo y trescientos gramos de sustancia gris que tiene, en el mejor de los casos, nuestro cerebro. Como ellos mismos dicen, la operación de captar la realidad recuerda la anécdota de aquel niño que vio san Agustín en una playa, cuando intentaba meter el agua del océano, con una conchita, en un agujero que había hecho en la arena.
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