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Figura 1. Prima Porta Augustus . Siglo I d. C. Museos Vaticanos
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/eb/Statue-Augustus.jpg
El ideal de un único orden mundial y la paz que resultará iban a tener unas largas secuelas. 20Elio Aristides (siglo II d. C.), en su Encomio de Roma (207), salmodia: “vosotros [romanos] gobernáis el mundo como si fuera una sola ciudad” (mi traducción). Un discurso de Temistio (34.25), quien fue tutor de los hijos de los emperadores romanos Valens y Teodosio I, servía de senador en Constantinopla desde 355 y compuso paráfrasis de los tratados de Aristóteles, alababa la gentileza de los romanos, que no odian a sus enemigos sino que “los consideran dignos de ser perdonados, como seres humanos” (mi traducción). Sigue explicando que “quien avanza al máximo contra los arrogantes bárbaros se hace rey solo de los romanos, sin embargo quien los conquista pero los perdona se reconoce como rey de todos los seres humanos, y se puede decir justamente que este hombre es verdaderamente humano [ philanthrôpos ]”. Roma lleva paz; pero al costo de la sumisión.
TIBULO Y MESALA
Podemos ver más claramente el acuerdo de Tibulo mismo con esta visión, al echar un vistazo a la séptima elegía del primer libro, una celebración de los cumpleaños de su patrono y amigo, Mesala. El poema comienza (1.7.1-8):
Este día lo han profetizado las Parcas que tejen los hilos del destino, que ningún dios puede romper: que éste iba a ser el día que podría hacer huir a los pueblos de Aquitania, ante el que temblaría Átax, vencido por un ejército de valientes soldados. Se han cumplido las profecías: la juventud romana ha visto nuevos triunfos y generales prisioneros con cadenas en sus brazos. En cuanto a ti, Mesala, ceñido del laurel de la victoria, te transportaba un carro de marfil de caballos resplandecientes. (trad. Soler Ruiz, 1993)
Luego Tibulo se jacta (9-16):
No sin mí has conseguido este honor: el Pirineo tarbelo es testigo y las playas del Océano santónico; testigo el Arar y el Ródano veloz y el ancho Garona y el Líger, agua azulada del rubio carnuto. ¿Te he de cantar, Cidno, que en el silencio de tu suave corriente reptas azulado por tu cauce con serenas aguas y la excelencia del frío Tauro, que con su elevada cima toca las nubes y alimenta a los cilicios de larga cabellera?
Hay más en esta línea, y Tibulo sigue enumerando los sitios que ha visto en el séquito de Mesala, hasta que llega a Egipto, cuando Tibulo se detiene para describir el Nilo, siempre una fuente de fascinación para los griegos y romanos (27-32):
A ti cantan y a su Osiris admiran estos jóvenes extranjeros, enseñados a llorar al buey de Menfis. Fue Osiris el primero que con mano hábil fabricó el arado y removió con su reja la tierra tierna, el primero que lanzó semillas a un suelo sin experimentar todavía y cosechó frutos de árboles antes desconocidos. (trad. Soler Ruiz, 1993)
Tibulo recita después como Osiris enseñó el cultivo de la vid y la fabricación del vino, y a partir de esa las artes del canto y de la danza, y añade (39-48):
Y Baco ha concedido al labrador, agotado por el enorme esfuerzo, disipar de su corazón la tristeza. Baco también ofrece descanso a los afligidos mortales, aunque sus piernas resuenen golpeadas por duras cadenas. No te gustan ni los tristes cuidados, ni el llanto, Osiris, sino la danza, el canto y las ligaduras de un amor pasajero, también las flores diversas y la frente ceñida de yedra, incluso el manto azafranado suelto hasta los tiernos pies y los vestidos de Tiro y la flauta de dulce canto y la ligera canastilla que sabe de ocultos misterios.
El mundo que presiden Osiris y Baco semeja la época temprana de la humanidad descrita en la décima elegía, antes de la invención de la espada, cuando Paz reinaba en la tierra. Pero la alegría que ofrecen estas deidades se da a los hombres en cadenas. Lo que implica que Roma es la que ha llevado la libertad a Egipto, pero lo ha hecho con la espada. Egipto se incorporó como provincia del Imperio romano solo tres años antes del triunfo de Mesala —un espectáculo en el que el triunfador procedía en modo de encarnación de Júpiter Óptimo Máximo—. Se puede leer la trayectoria del poema como una transición desde una época temprana de tranquilidad primitiva al reino de Júpiter, que introduce la guerra en el mundo pero a la vez la unidad bajo el reino romano. Pero esta era cede su turno a otra, bajo la égida de la divinidad propia o Genius de Mesala (49-50), y al final, los labradores mismos cantarán, al disfrutar de los frutos de la vid y celebrar —entre todas las cosas posibles— el trecho recién pavimentado de la Via Appia que Mesala supervisaba en su función de comisario de carreteras (59-62):
Que no calle el recuerdo de las obras de tu carretera a quien retienen la tierra de Túsculo y la blanca Alba de antiguo Lar, pues con tus recursos este camino se cubre de una capa de grava y de piedras unidas con arte singular. Te cantará el labrador, cuando vuelva de la gran ciudad por la tarde y al desandar sin tropiezo el camino.
Gracias a las habilidades de los romanos en el tema de la tecnología, que incluye el arte de la guerra, los agricultores pueden disfrutar ahora los beneficios genuinos de la paz, liberados de las cadenas ( Konstan, 1978; Bowditch, 2011, p. 95).
CONCLUSIONES
Ya es hora de combinar o tejer las múltiples hebras que hemos identificado en los argumentos sobre la paz en el mundo clásico. El tenor moralizante del discurso clásico subrayó las causas psicológicas de la guerra. En su discurso Sobre la paz , Isócrates proclamó:
[…] mas si hiciéremos la paz, y fuéremos tales, cuales previenen los tratados, viviremos con la mayor seguridad en nuestras casas, libres de los combates, peligros y alborotos en que nos hallamos enredados; cada día gozaremos de mayor abundancia, aliviados de los tributos y de las gabelas marítimas, y de todas las demás contribuciones para la guerra, cultivando ya con gusto los campos, navegando los mares, y volviendo a entrar en todas las demás negociaciones que estaban por la guerra abandonadas. (8.19-20; trad. Guzmán Hermida, 1979)
Sin embargo insiste más tarde el mismo Isócrates: “Pero de todo eso no es fácil que podamos lograr nada, si antes no os llegáis a persuadir, ser mucho más útil y de mayor provecho la paz y tranquilidad, que la guerra y sus tumultos; la justicia que la injusticia; y el cuidado de lo suyo, que el ansia por lo ajeno” (8. 26). Isócrates estaba convencido de que si Atenas adoptaba tal postura, las otras ciudades iban a conformarse. Sin embargo, ningún estado estaba dispuesto a abandonar sus defensas o sus ambiciones, y solo cuando hubo un aproximado equilibrio de poder podía pensar un rey como Pirro o una democracia como Atenas en renunciar al objetivo de extender su dominio. E incluso entonces, sin embargo, tal moderación, que corría en contra de la ideología de la valentía que sostenía la máquina militar, se representaba a menudo como una victoria o conquista, y la paz se redefinió como la seguridad que resulta de haber rebasado o anulado todos los enemigos potenciales, como pretendió Pirro ( Valdés Guía, 2017). La paz concebida en esta manera se podía considerar noble y varonil. Tal era la base de la jactancia de Augusto de haber conferido la paz a todo el mundo, lo que minimizaba el poder duradero de Partia. El elogio de la paz, o de la Paz, con mayúscula, que compuso Tibulo, tan conmovedor como es, era parte, en último término, de la estrategia de Augusto y tenía poco que ver con el pacifismo incondicional. 21No había ni manera ni intención de volver a un estado primitivo de la civilización, antes del reino de Júpiter; la paz restaurada era una paz realizable en el mundo como era y con seres humanos que ya habían dejado atrás la simplicidad de la edad del oro. En las palabras de Publio Flavio Vegecio Renato: qui desiderat pacem, praeparet bellum; qui uictoriam cupit, milites inbuat diligenter; qui secundos optat euentus, dimicet arte, non casu ( Mil. 3, prefacio). La popularidad de la paráfrasis del lema de Vegecio comúnmente citada hoy en día, si vis pace, para bellum , muestra que en el mundo moderno no faltan ejemplos semejantes.
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