Cúpula de la Sala de las Dos Hermanas, Alhambra, Granada
Cúpula de la Sala de las Dos Hermanas, Alhambra, Granada
Cúpula de la Sala de las Dos Hermanas, Alhambra, Granada
El juego de luces de apariencia cambiante es tradicional en los diseños arquitectónicos islámicos, y a las personas familiarizadas con este arte, tan proclive al trompe-l’oeil , no se les oculta que contamos con innumerables ejemplos que lo ilustran.
La Mezquita Nasir al-Mulk de Shiraz, construida en el siglo XIX y conocida como la Mezquita Rosada por las tonalidades rosáceas que predominan en su extraordinario juego de luces, deja perplejos a sus visitantes por el despliegue alucinante de colores que enfrentan al entrar. Dependiendo de la luz exterior, el riquísimo cromatismo deviene danza continua, tal como captan estas imágenes:
Mezquita Nasir al-Mulk, Shiraz, Irán
Mezquita Nasir al-Mulk, Shiraz, Irán
Advirtamos cómo los juegos de luz de la mezquita iraní se echan a bailar en un trampantojo inesperado.
La siguiente cúpula islámica que ilustro propone a su vez, y acaso con mayor delicadeza cromática que la vibrante Mezquita Rosada, juegos inacabables de luz y sombra. El espacio parecería girar delicadamente sobre sí mismo, evocando epifanías alternas que parecerían repetirse sin fin y que me evocan a su vez las misteriosas obumbraciones de luz y sombra de san Juan de la Cruz, gran experto en celosías místicas:
Bóveda del Mausoleo de Sitt Zubayda en Bagdad, Iraq (interior)
Quisiera dejar sugerido una vez más el prodigio de la danza perpetua de apariencia supratemporal del conjunto arquitectónico del majlis califal con la imagen luminosa de otra cúpula musulmana. Podemos apreciar cómo el centro de luz irradia hacia la compleja red de diseños multiformes de la bóveda, convocándolos centrífugamente a su seno lumínico:
Cúpula del antiguo bazar en Kashán, Irán
Este conjunto estructural, con su centro de Luz pura, me evoca la alfaguara de mercurio de Medina al-Zahra’, que reflejaba el movimiento continuo de las formas y colores cambiantes sobre el azogue líquido de la fuente. Al contener la danza multicolor en su regazo plateado, el círculo de luz relampagueante la hacía una consigo. Habré de insistir en ese abrazo de luz unificante, porque importa para el símbolo místico que elaboraré en breve.
En un patrón parecido, pero de seguro aún más dinámico que el de estas cúpulas islámicas que he ilustrado, los rayos del sol que se colaban por los orificios de la cúpula giratoria legendaria de Abderramán III iban inflamando el alicatado de las paredes hasta arrancarles una y otra vez el tesoro escondido de sus diseños cromáticos. Las siguientes imágenes, que apuntan ahora al desvelamiento paulatino de la luz en las paredes, nos pueden dar una idea siquiera aproximada de los cambios de tonalidad que exhibirían los azulejos policromados según el pabellón cordobés giraba sobre sí mismo. Pido al lector una vez más que ponga los azulejos y su riquísima policromía en movimiento circular:
Azulejos del zócalo de la alcoba del Trono de la Alhambra, Granada
La azulejería que muestro a continuación, del interior de la mezquita del siglo XVII del Sheyj Lut-fullah de Isfahán, incluye listelos en caligrafía árabe, por lo que las grafías quedan a su vez encendidas paulatinamente para que el visitante pueda leerlas en claroscuro intermitente. El festivo baile de colores de la delicada celosía evoca una plegaria parpadeante:
Interior de la Mezquita del Sheyj Lut-fullah Isfahán, Irán
Al revisar las páginas que voy redactando guiada por la intuición libre, advierto que he ido disponiendo varias ilustraciones, en ilación sucesiva, para evocar la cúpula giratoria de Medina al-Zahra’, capaz de encender en luz las paredes policromadas del recibidor palaciego hundido en la leyenda. Una imagen ha seguido a la otra, en una sucesión anhelante, a manera de cascada o de vueltas continuas propias de un caleidoscopio que gira sobre sí mismo. Se trata, en todos los casos, de una misma imagen fundamental, con leves variantes, como los azulejos formados por bandas entrelazadas rectas o angulosas dispuestas a modo de tema musical con variaciones. Estos adornos que ondulan sin fin revistiendo las paredes son tradicionales en el arte islámico. Advertida yo misma de mi curiosa pulsión repetitiva, me entero después, y no sin sorpresa, que en las decoraciones de lacería de los palacios o mezquitas musulmanas las composiciones están formadas usualmente por rosas geométricas entrelazadas, que no hallan jamás el centro porque se repiten continuamente. Con ello el artista quería simbolizar la unidad de Dios manifestada en la infinita multiplicidad de las formas. Para otros, las formas geométricas también evocan las distintas moradas que el alma atraviesa hasta alcanzar a Dios. En cada nueva estación espiritual permanente el místico carga lo aprendido en la anterior. Desconocía que la repetición simétrica de los azulejos guardaba estos y aun otros significados esotéricos, pero los hago míos desde ahora. Más adelante me centraré en las abundantes sugerencias místicas adicionales que tiene para mí el recibidor palatino andalusí.
Resulta imposible ilustrar, de otra parte, el efecto relampagueante que tendría la fuente de mercurio de Abderramán, con su sosegado surtidor: adjunto las próximas imágenes para dar una idea de cómo el agua ondulante, tan propia de los espacios arquitectónicos musulmanes, disuelve y transfigura las imágenes que refleja y las dota de una apariencia irreal. La alberca de la Alhambra funde el palacio con su reflejo en el agua, confundiendo al visitante:
Alberca del Partal, Alhambra, Granada.
La próxima imagen, del pincel mágico del artista granadino José Manuel Sánchez-Darro, emula dramáticamente el trompe-l’œil de las albercas y puertas orientales:
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