Arturo Guerra Arias - Tras la Noticia...

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¿Merecería la Iglesia existir en el siglo XXI? ¿Es la fe un acto irracional y fanático? ¿Será la confesión un sistema de control de las conciencias? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Para qué? ¿Será Dios la frustración y el miedo del hombre proyectados en un concepto? Jesús de Nazaret, ¿quién eres? Estas son algunas de las preguntas que Chuy planea formular a veinte siglos de cristianismo. Chuy, el protagonista de este libro que lleva el sello editorial de Quintanilla Ediciones, es un periodista de información parlamentaria que se ve, de pronto, embarcado en un viaje de investigación a través de los siglos. Unas cuantas herramientas forman su ajuar: un poco de papel, una pluma que no durará mucho, tres libros recién comprados, sus recuerdos de las clases de la facultad, unas cuantas golosinas y la pasión profesional con que vive su vocación al periodismo. Su última escala del viaje, antes de volver a casa, será en el año 29 d.C., en Jerusalén, donde debe entrevistar a Jesucristo.

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Así que me propuse llegar hasta el fondo de la lacónica respuesta monjil...

Esa tarde me fui a las oficinas del periódico y solicité al Departamento de Documentación que me averiguara datos sobre un supuesto Colbe. Me dieron una noticia del 13 de julio de 1995 donde se citaban las declaraciones de un diputado estatal que se oponía a una ley sobre las licencias de manejar para menores de 18 años. Concluí que posiblemente no se refería a este Colbe la monjita. Fue entonces cuando se me ocurrió ir a una librería religiosa. Ahí había una monja, otra monja más vieja que la que entrevisté esa mañana. Le expresé:

– Disculpe, vengo buscando algún libro que hable de un tal Colbe.

– ¿Cómo, mijito? ¡Habla un poco más fuerte porque estoy medio sorda!

– ¡Que si tiene algo sobre Colbe!

– ¿Dices Colbe, hijo?

– ¡Sí!

– ¡Ah! ¿Te refieres al padre Kolbe?

– Pues sí, será...

– ¡Pero si es santo de mi devoción, hijo mío!

Ella se sabía todo. Me recomendó tres libros y de paso me regañó:

– Pero, ¿cómo que no sabes quién fue, con lo famoso que es? Tú... ¿qué eres?

– Soy periodista, licenciado en ciencias de la información.

– ¡Santo Dios!, estos periodistas de hoy en día qué mal informados están sobre la Iglesia. Precisamente, hijo, el padre Kolbe fue, entre otras cosas, periodista; tenía su periódico de gran tiraje; fíjate nomás... Tú, sé buen periodista, infórmate bien... Mira que no saber quién es el padre Kolbe, mijito...

Mientras le escuchaba me acordé de la broma de un profesor que nos decía que si los médicos estuvieran formados como lo están los periodistas, el índice de defunciones aumentaría notablemente... Pero, bueno, tampoco hay que generalizar.

Por fin terminó su sermón la monja. Compré los tres libros y mientras pagaba, le pedí de favor que me relatara a grandes rasgos la vida de este hombre. Amablemente accedió...

– Vamos a ver, ¿por dónde empezamos?... Mira, el padre Kolbe, de nombre Raymundo, nació en 1893, un 27 de diciembre, en Zdunska-Wola, una población polaca, hijo. A los 16 años, tras sentir el llamado de Dios, entró en la orden de los franciscanos conventuales, adoptando el nombre de Maximiliano María. Dos años después viajó a Roma para continuar sus estudios. En 1917 fundó la Milicia de la Inmaculada, que era una asociación pía que buscaba la conversión de los pecadores a través de la devoción a la Virgen María (fíjate que llegó a contar con varios millones de miembros). Así como lo oyes, hijo. En 1918 fue ordenado sacerdote y al año siguiente era ya doctor en filosofía y teología por la Universidad Gregoriana. Desde joven, pobrecito, el padre Kolbe contrajo una tuberculosis que arrastró toda la vida. Su primer trabajo como sacerdote fue la enseñanza y luego la predicación, pero su mala salud complicaba las cosas. Al final de 1921 llegó a Cracovia para lanzar un periódico mariano que sirviera de punto de unión para todos los miembros de su Milicia (acuérdate que te dije que fue periodista). A sus colaboradores les decía:“No escriban nada que no pueda firmar la Virgen María”. (¿A que no te vendría mal seguir este consejo, mijito?). ¿Y sabes qué nombre le puso al periódico? Pues, El Caballero de la Inmaculada. El presupuesto era más bien escaso, 16 páginas, papel barato... Contaba con el permiso de sus superiores pero la financiación y el riesgo de quiebra debían correr por cuenta suya... Luego, hijo...

Al ver que lo de a grandes rasgos no se lo tomó muy en serio y que además comenzaba a ponerme medio nervioso con tanto hijo, mijito, tuve que interrumpir a la monjita:

– Perdone, la verdad, suena interesante pero por desgracia tengo un poco de prisa y debo partir...

– Bueno, mijito, tú te lo pierdes. Ni modo. De todas maneras podrás verlo con más calma en uno de los libros que te llevas. Ve con Dios.

– Gracias por todo.

Aquella noche, al volver a casa, después de organizar el material de la entrevista de la mañana, empecé a leer el libro de Kolbe que me vendió la monja...

Resulta que de aquella publicación, imprimió cinco mil ejemplares del primer número y los distribuyó por las casas... La acogida fue aceptable. Recibió algunos donativos... En un momento apurado, después de celebrar la misa, encontró una bolsa sobre el altar con una nota: “Para mi querida mamá la Inmaculada” (obsequio de algún parroquiano generoso y anónimo). Así pudo solventar los gastos más urgentes. En el interior de la caja que usaba para las dádivas pegó la imagen de Cottolengo, uno de sus santos preferidos y que había sido un religioso fundador cuya orden, por norma, carecía de cuentas de banco (como una expresión de querer vivir de la generosidad de los demás, al día).

Los impresores absorbían la mayor parte de su presupuesto. Un buen día, un sacerdote americano le regaló cien dólares. Con ello pudo comprar una rotativa manual a unas monjas que habían dejado de utilizarla. Y un 8 de diciembre le donaron una máquina de composición.

Como el taller crecía, se suscitaron nuevos problemas logísticos. Sus superiores, entonces, decidieron enviar a Kolbe y sus máquinas a Grodno, un pueblo situado a 600 kilómetros de Cracovia. Partió con dos compañeros franciscanos.Ya en Grodno, para las salidas del convento los frailes contaban con un abrigo y un par de zapatos para los tres. En casa, andaban descalzos. Pagaban una pensión y colaboraban en la atención a la parroquia franciscana de esa zona... La tirada de la revista aumentó. En poco tiempo, de cinco mil pasó a 60 mil. Y la multiplicación no se estancó ahí...

Con insistencia me venían a la mente las palabras de Teresa de Calcuta: “Ven y ve, si pudieras ver al padre Kolbe”... Uno de mis profesores, cuando explicaba la técnica del reportaje, nos recalcaba que fabricarlo en oficina era poco menos que imposible, que había que salir...

A la mañana siguiente, tenía ya una determinación: Debía ver al señor Kolbe, a como diera lugar. Para algo me había hecho periodista.

II

¡Vaya viaje!

Cracovia, Polonia, 1922

Así que emprendí el viaje. ¡Vaya viaje!... Destino: Cracovia, Polonia, 1922. Pude llegar a las oficinas de Kolbe. Le dije:

– Señor Kolbe, fíjese que la Madre Teresa de Calcuta me habló de usted.

El franciscano me miró un tanto sorprendido y me preguntó que quién era esa madre. Me di cuenta del anacronismo y ya no insistí. Le pedí sólo un favor: Que me respondiera a una pregunta. Accedió y lancé mi cuestión:

– Señor Kolbe, ¿qué sentido tiene la vida de una persona que renuncia al mundo y se hace sacerdote o se encierra en un convento para seguir a un supuesto Dios? ¿No es eso más bien como una huida de los verdaderos problemas de la sociedad?

El señor Kolbe me miró todavía más sorprendido, sonrió y me dijo:

– ¿Ha oído hablar de Teresa de Lisieux? Quizá ella sepa responderle mejor que yo, aunque ya hace varios años que murió, cuando yo era un niño de tres o cuatro años.

– Gracias, señor Kolbe.

Ya afuera, me senté unos momentos. Estaba enojado. Aquellos monjes y monjas me estaban remitiendo a fuentes más antiguas y no me respondían... Pero... Bien, yo ya estaba metido en esto y no me iba a echar para atrás... Para descansar un poco seguí leyendo en mi libro la historia del fraile periodista...

En 1926 Kolbe se resintió de la tuberculosis. Le enviaron a Zakopane por segunda vez (ya había pasado allá un tiempo en recuperación). A él le parecía demasiado descanso.

En Grodno ya no cabían, pero cerca de Varsovia surgió una opción aceptable: Un terreno junto a la casa de un tal conde Lubecki. Kolbe acudió al sitio y colocó discretamente una estatuita de la Virgen. Luego pidió hablar con el administrador. Demasiado caro, más allá de sus posibilidades. Entonces intentó tratar con el dueño. Este, amable, mantuvo el mismo precio, y ya para despedirse le preguntó a Kolbe que qué hacía con la estatua aquella. El sacerdote le respondió que la dejara ahí... Al poco tiempo, el conde buscó al franciscano para venderle el predio a un precio simbólico... Kolbe solía recomendar a los colaboradores de su periódico: “...no empleen continuamente la palabra milagro o milagroso: los hechos hablan por sí mismos”.

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