Ahora el padre Arturo nos presenta esta obra. Veo que en ella despliega, sin pretenderlo, una verdadera hagiografía, revelando los rasgos espirituales que dieron fundamento al alma de las mujeres y los hombres elevados a la santidad por la Iglesia. Mas para ir recorriendo la esencia de cada una de esas almas que figuran en el Catálogo de los Santos, el padre Arturo se vale de un recurso muy peculiar con patente de su inventiva: el de hacer una “pregunta descarada”, valiente, de esas que van dirigidas a la yugular y que, de no ser contestadas, arrancan el pedazo y matan. Porque en esas dudas de trascendencia vital nos jugamos nuestro destino eterno. Pero en este libro sucede que la pregunta no mata, sino que, al contrario, ¡da vida!
¿Realmente existe Dios?, ¿es la fe un acto irracional y fanático?, ¿para qué la Iglesia?, ¿por qué los católicos dedican tanto tiempo a la oración?, Jesús de Nazaret: ¿quién eres?...
El autor hace que estos y otros muchos cuestionamientos, así de arduos, encuentren respuesta a través de santos que supieron contestarlos con su vida misma, vida fecunda de espiritualidad que aquí relata el padre en amena y precisa síntesis.
Así, Tras la Noticia… se convierte en un verdadero compendio de vidas ejemplares de santas y santos, y marca un hito en la bibliografía religiosa, cultural e histórica de nuestro tiempo.
Estamos ante un libro distinto, ameno, admirable, porque el autor es un sacerdote que, además de su ministerio, de tener sus manos consagradas para consumar el inmenso, intenso portento de la Eucaristía, tiene sus manos también habilitadas para utilizar una Olivetti (si es que en esto sigue los pasos del protagonista del libro…).
Yo sé, a través de mi experiencia de médico escritor, de los riesgos que entraña el hecho de enfrentar la opinión de la gente publicando un libro. Pero tras leer ésta, su obra Tras la Noticia…, sé también que el padre saldrá no sólo airoso de su lance literario, sino bendecido por Dios por haber difundido a través de estas páginas, y de manera tan magistral, el Reino de Cristo.
Dr. Jorge Fuentes Aguirre
En la festividad de Nuestra Señora del Carmen
Saltillo, Coahuila, México, julio de 2018.
GRACIAS
A Jesucristo, quien empezó la cosa en Galilea...
Otra vez me encontraba ante mi vieja máquina de escribir. Cuando ya todos mis colegas usaban majestuosas PC’s, yo seguía con mi veterana Olivetti. No era que no lo hubiera intentado ya. En una ocasión, durante toda una semana, me había propuesto usar una de esas cosas que se llaman computadoras, pero aquello se convirtió en pesadilla: que si el cable de la pantalla, que si el interruptor escondido, que si la clave de acceso, que si cuál programa, que si lo grabé o no lo grabé, que lo grabé pero quién sabe en cuál de las 453 carpetas existentes... A punto estuve de tirar todo por la ventana... Una vez más salía convencido de que –al menos para redactar mi noticia– no había como la máquina de escribir. ¡Sí, en pleno ocaso del siglo XX!... La computadora la dejaba sólo para eso de los e-mails, y siempre con un buen asistente técnico a la mano...
Pensaba con desgana en las primeras palabras para abrir la noticia sobre el congreso de los diputados, cuando un compañero de la redacción se acercó y me dijo que el jefe me llamaba...
Nunca hubiera imaginado hasta dónde me llevaría aquella interrupción...
I
De monja en monja
Oficina, marzo 1997
De hecho, me encontraba aburrido, arrutinado en mi trabajo. En los últimos cuatro meses no había estado haciendo otra cosa que cubrir información del congreso. La misma historia todos los días: Levantarte temprano, irte para allá, tratar de sacar tres o cuatro palabritas interesantes... No siempre es fácil salir de ahí con algún material enjundioso para los periódicos del día siguiente.
Entré a la oficina del jefe para ponerme a sus órdenes:
– Buenos días, señor Bonilla, me comentó Goyo que usted quería... ¡Ah!, perdón, no sabía que estaba con una llamada.
Esperé pacientemente... Por fin, se dirigió a mí:
– Sí, Chuy, mira, resulta que la monja esta, Teresa de Calcuta, está en la ciudad para visitar una de esas sus casas, donde se dedican a dar de comer a los pordioseros y a atender a los enfermos de sida. De arriba nos piden un pequeño reportaje. Así que será bueno que mañana te des una vuelta y le hagas alguna pregunta. Llévate la grabadora. Tú sabes, ella está de moda, y cualquier noticia sobre esta monja no le vendrá mal a nuestra edición de pasado mañana. Así que, ¡manos a la obra!, ve preparando la pregunta que le vas a formular. En cuanto a mañana, no te preocupes del congreso. Total, por un día que no vayas, no se va a caer la nación.
– Es cierto, incluso si dejo de ir unos seis meses podría ser hasta saludable.
– ¡No, hombre, Chuy! Tampoco es para tanto.
Al día siguiente, temprano, con mi cámara de fotos, mi pluma, mi cuaderno y mi grabadora, me fui a buscar a la viejecita en cuestión. Yo que provengo más bien de una tradición que nada tiene que ver con monaguillos, sacristías ni vinos de misa... Es cierto que mi mamá me bautizó a pesar de que mi padre se oponía... Pero, bueno, el caso es que pronto iba a hablar con esta monjita y debía sacarle algo interesante. Al prepararme no olvidé la vieja recomendación de uno de mis profesores de la carrera: Nos insistía en que las preguntas de una entrevista nunca debían estar formuladas de manera que la respuesta fuera un simple monosílabo como sí o como no. Estacioné el coche y entré en aquella casa. Afuera había una larga cola de mendigos esperando no sé qué. La verdad nunca había visto tantos vagabundos juntos. Entré por la puerta principal y no tardé mucho en encontrar a Teresa de Calcuta; su cara me sonaba... No sé... De alguna foto quizá... Me la encontré en cuclillas con una cosa en la mano, un raro instrumento típico de viejitas usado para repetir muchas veces una oración. “Lo que es no tener nada que hacer” –me dije para mis adentros–.
Aprovechando que estaba sola me acerqué, le comenté que yo era periodista, que pretendía hacerle una breve entrevista y que, si a ella no le importaba, la grabaría. Aceptó. Sólo me pidió que le permitiera tres minutos para acabar su oración. Cuando terminó, lancé la cuestión:
– Señora Teresa, a lo largo de la historia la Iglesia Católica ha ido acumulando grandes cotas de poder. ¿Qué busca la Iglesia Católica? En una época tan pluralista, tolerante y democrática como la nuestra, ¿sigue teniendo sentido una organización como la Iglesia?
La monjita me miró, sin desdibujarse ni un momento de su rostro una extraña sonrisa. Y me respondió:
– Ven y ve... Si pudieras ver al padre Kolbe... Yo creo que él es una respuesta.
Enseguida una de sus monjas se acercó para explicarle algo en un idioma extraño que supuse era el bengalí o alguno de esos dialectos de la India, ya que sus facciones la delataban. Luego Teresa me miró y se disculpó:
– Me vas a perdonar, pero uno de nuestros moribundos está a punto de irse al cielo.
¡Vaya forma de decir que el moribundo se moría! Y la monja se me fue... Después de todo, el único permiso que yo había solicitado era el de una entrevista breve; y ella había cumplido, aunque a su manera...
En ese momento no entendí nada. Era la primera vez que escuchaba la palabra Colbe. Luego, investigando un poco, me daría cuenta de que Colbe se escribía con K.
La verdad sea dicha, esta monjita picó mi curiosidad periodística. Ése sí que es uno de mis grandes defectos: Soy demasiado curioso. Para mis profesores en la universidad era el indicio más seguro de la existencia de una clara vocación periodística.
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