Más tarde sus cartas no fueron tan largas como esa primera escrita en Ehrenbreitstein; por lo común escribía una carilla y media, y por cierto nunca devotas, como relata Enriqueta. Pronto apenas le quedaría tiempo para escribir. Estudiaba con tesón y se entregaba a sus ocupaciones de tiempo libre: leer y hacer caminatas. Anotaba en su libreta todos los libros extracurriculares que leía en esos años. Un cúmulo de libros de diferentes géneros y temáticas.
Ya al cabo de pocas semanas, el cuerpo de profesores advirtió su talento intelectual. En brevísimo tiempo había hecho notables progresos en su aprendizaje. Por eso al cabo de algunos meses pudo saltar un curso y completar así su escuela secundaria en cinco años en lugar de seis. Esto representa algo significativo al tener en cuenta que los seis años del Seminario Menor palotino resultaban escasos al compararlos con los nueve de la enseñanza media en institutos estatales.
A José le agradan mucho los “estudios humanísticos”, y también la literatura clásica. Admiraba las descripciones que Heine hacía de sus viajes. Por eso, cuando realizaba largas caminatas, escribía después una crónica de lo vivido. Hasta el final de su vida solía citar obras clásicas, por ejemplo, de Schiller y de Goethe. De este último gustaba hacer citas de “Fausto”.
También el tiempo libre del Seminario tenía sus encantos: largas caminatas por la magnífica naturaleza de la serranía y bosques de Westerwald; alegres y edificantes fiestas, incluyendo la celebración del cumpleaños del Káiser, la fiesta de San Nicolás y las funciones teatrales. José amaba el teatro e incluso escribió una pieza dramática titulada “Conradino, el último Hohenstaufen”. Sus intereses y talentos eran muy variados. En razón de su capacidad para la música, se le ofreció tomar lecciones de piano. Pero, contra lo esperado, no aceptó: si los demás no podían tomar lecciones de piano, tampoco él las tomaría.
Lógicamente la vida diaria era exigente y la rutina del internado muy severa, como era todo en aquella época. Pero los muchachos parecían no quejarse de ello: severidad, disciplina, obediencia y orden eran cualidades apreciadas en el imperio prusiano. Sea como fuere, los jóvenes tenían un lugar secreto de reunión: el viejo molino al que no solían ir los Padres, y por lo tanto no era controlado. Allí tenían ciertas libertades y leían algunas lecturas prohibidas, porque en el sótano del molino se habían depositado los libros del anterior dueño de la propiedad. Allí había libros que despertaron particularmente su curiosidad, por ejemplo, los referentes a los “misterios de la vida en gestación”. De ahí que no fuesen necesarias clases de ilustración sobre el tema.
Luego del intenso estudio, grande era la alegría de José cuando llegaban las vacaciones o cuando podía visitar a su madre un fin de semana. “Sábado, domingo, sábado, domingo”, escribió una vez en su libreta, con actitud de soñador, decorando con florecillas y volutas el nombre de su madre, “Catalina”, escrito junto al horario de los trenes a Colonia y las diferentes estaciones de trasbordo. En otra anotación recuerda lo que quiere traer de su casa: “cuchillo, zapatos de invierno, cuaderno de apuntes, cepillo de dientes y dentífrico”.
En la otra página escribe cómo pensaba organizar sus vacaciones. Levantarse más tarde (6.45 hs.) se contaba entre los principales placeres de las vacaciones. No obstante no quería faltar a la misa. Por las mañanas se proponía estudiar francés e italiano, e incluso preveía una siesta después del almuerzo. Su salud no era la mejor. Se le había caído sobre la cabeza la trampilla del desván, y desde entonces padecía frecuentes dolores de cabeza. Además se cansaba rápidamente y tenía que lidiar frecuentemente con resfríos. Hacia fines de su estadía en Ehrenbreitstein sufrió incluso una pleuritis. Para las tardes de sus vacaciones, a partir de las 14 hs., José había previsto estudiar historia y griego; luego del café, tres horas de caminata.
Le encantaba caminar y en general no era contrario a los placeres “mundanos”. Cierta vez, cuando tenía dieciséis años, le dijo a su madre que no era muy fácil ser pobre, que le gustaría alguna vez tomar un vaso de cerveza o fumar un cigarro, a lo que la ahorrativa señora respondió: “Bueno, José, tienes entonces que elegir. O una cosa o la otra. ¡El estudio cuesta mucho dinero! Por eso hay que limitarse con la cerveza y los cigarros”. José decidió entonces dejar por completo de fumar y le dijo a Enriqueta: “Es más fácil renunciar por entero que hacerlo sólo a medias”.
Si bien debía tener cuidado con la salud del cuerpo, su intelecto funciona óptimamente. Traía notas excelentes a su hogar. No sólo la madre sino todo el pueblo estaban orgullosos de él, porque José en definitiva quería ser sacerdote y más tarde convertir a los paganos.
Más allá de estos éxitos exteriores, por aquellos años libró en su fuero íntimo una dolorosa lucha por asumir su situación familiar. Sus talentos y sus capacidades intelectuales, pero también su manera reservada de ser, lo fueron aislando. Con facilidad se lo entendía mal, incluso no se lo entendía. A uno u otro profesor le resultaba difícil valorar cabalmente a ese muchacho talentoso que se mostraba independiente y seguro de sí mismo.
Aparentemente en esos años sólo lo acompaña y apoya paternalmente el P. Mayer, a quien José había confiado su situación desde el comienzo de su ciclo de enseñanza media en el Seminario Menor. José le regala al P. Mayer una serie de poemas autobiográficos. Ya en la Navidad de 1899 compone un poema para su profesor, al que añade una dedicatoria especial, en la que le expresa su agradecimiento: “Por toda la bondad que usted ha tenido para conmigo en este breve tiempo trascurrido desde que estoy aquí, y especialmente por el consuelo dispensado en mi situación”. El P. Mayer percibe las características particulares del muchacho y le brinda su apoyo en la medida de sus posibilidades. Guarda cuidadosamente algunas de las cartas y poemas en un cajón y las conserva por décadas. Con este profesor, que a partir de 1901 pasará a desempeñarse como rector del Seminario, José mantiene estrecho contacto hasta 1904. En ese año el P. Mayer es enviado a realizar estudios pedagógicos en Friburgo y José se muda a Limburgo.
Otros poemas juveniles de los años de Ehrenbreitstein permiten vislumbrar algo de su desarrollo espiritual: la búsqueda y el anhelo de Dios, de ser niño ante Dios, de felicidad y plenitud de vida. Algunos de sus versos traslucen la creciente soledad que sentía. En este sentido es especialmente sugestivo un poema titulado “Sin hogar”.
El 15 de septiembre de 1902 José retorna a Ehrenbreitstein. Aún no habían regresado todos los estudiantes y profesores, tampoco el P. Mayer. Pero en la casa reina ya intensa actividad.
Foto 3: Con profesores y estudiantes en Ehrenbreitstein+(primera fila, segundo de la izquierda), 1902/1903.
Cada estudiante que retornaba tenía muchas vivencias que relatar de las vacaciones de verano. En el caso de José, las vacaciones junto a su madre fueron esta vez de breve duración, porque los patrones de Catalina necesitaron su servicio. José se retira a la terraza y contempla la llanura del Rin. Un callado dolor turba fugazmente su rostro. En la hoja de papel que había traído consigo comienza a escribir los pensamientos que lo inquietan. La escritura es canal de expresión de su íntima angustia:
“Sin hogar
Abandonado y solitario
peregrino por el mundo.
Rechazado por mi padre,
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