El mundo en que nos ha tocado vivir sin duda se caracteriza, entre otras cosas, por la exacerbación de los niveles emotivos y sentimentales del ser humano en detrimento de lo racional. Esto explica, en parte, por qué las personas de esta nueva época son profundamente pragmáticas. Siempre están en busca de experiencias que los hagan sentir bien o feliz. No por pura casualidad están de moda las palabras pragmático, holístico y lúdico, así como la idolatría del mercado y sus supuestas bondades para todos los seres humanos. En esta época actual, en consecuencia, sobreabundan las ofertas de prosperidad que pueden venir de la sociedad de consumo, de la Nueva Era, del neopentecostalismo, o de la mezcla de los tres. Un buen ejemplo lo encontramos en una revista publicada en Lima:
La prosperidad no depende, necesariamente, de los demás, ni de la situación de tu país, sino de tu actitud mental hacia la vida. Muchos son los que caen en el error de tener a la prosperidad como una meta, cuando en realidad es un camino, que lo construimos día a día con nuestra forma de enfocar nuestras experiencias. Prosperar es abrirnos al bienestar en lo personal, en lo económico, en la salud, en las relaciones armoniosas, familiares y laborales. Consiste en abrir nuestra mente a pensamientos positivos que motiven acciones coherentes, desarrollando fe en uno mismo y en la vida. Este comportamiento que puede parecer cursi es, sin embargo, el único que lleva al éxito.
¿Cómo lograrlo? La respuesta es simple: tu actitud positiva atrae como imán aquello en lo que crees.
— Al levantarte practica la gratitud. Agradece a Dios por lo que posees: salud, familia, trabajo, etc.
— Regálate unos minutos para relajarte e imaginarte próspero, y disfruta de estos beneficios como si ya fuesen tuyos. (La imaginación creativa programa nuestra vida, hacia el éxito).
— Repite diariamente: “Soy próspero en todos los aspectos de mi vida”.
Tú posees una fuerza mental que opera en ti para el éxito o el fracaso, según tú lo elijas. Algunas personas podrían argumentar: “sólo se trata de una imaginación”. Te recuerdo que el poder creativo proviene de Dios y es una cualidad que le heredamos por estar hechos a su imagen y semejanza 23.
Poder mental, poder de la palabra, abandono de la razón, éxito, confesión positiva, búsqueda de placer, “Dios”. Parece que la posmodernidad es un gran sincretismo (en el sentido más peyorativo) que responde a intereses estrictamente utilitarios, más específicamente económicos. En el ejemplo, el poder para hacer riquezas se encuentra realmente dentro del hombre —o mujer— y no tiene nada que ver con las estructuras sociales y políticas, la crisis económica o la deuda externa. No existe mejor ejemplo para describir la nueva época y la búsqueda de prosperidad. Es de este tipo de experiencia o anhelo del cual se derivan varias propuestas de teología de la prosperidad, que yo he resumido en tres.
Existe una aproximación a la teología de la prosperidad según la cual ésta no tendría un cuerpo doctrinal estructurado, sino que sería, ante todo, una actitud (de lucro y consumo) y no una conceptualización articulada. Esta característica, propia de un contexto de incipiente posmodernidad, sería una reacción teológica ante los grandes discursos o relatos que supuestamente hicieron daño a la iglesia, y estaría generada por el actual proceso de globalización de la cultura y de la economía de libre mercado. Esta aproximación tiene el mérito de vincular el quehacer teológico con el contexto en que dialoga o intenta responder a sus inquietudes y problemas.
Es cierto que la teología de la prosperidad, por donde se la mire, refleja las propuestas de la economía de libre mercado, y procura justificar bíblicamente el consumo caro y el goce terrenal de la vida. Goce curiosamente circunscrito a lo material. Pero creo que habríamos de tener cuidado cuando a la teología de la prosperidad se la vincula rápidamente a la posmodernidad. No me convence del todo la hipótesis de que no es una conceptualización articulada. Esto sería subestimar a los neopentecostales. La teología de la prosperidad, en tanto teología fundamentalista, articula respuestas para todo. Responde preguntas, incluso, que nadie le ha hecho todavía, porque se trata en el fondo de una cosmovisión. Un grave déficit de esta perspectiva es que no encuentra relación alguna entre la teología de la prosperidad y la teología de la guerra espiritual, mucho menos con el neopentecostalismo.
Existe también otra interpretación de la teología de la prosperidad que tiene algún tipo de continuidad con la anterior. La llamaremos interpretación pragmática; es decir, si la gente se siente bien con el discurso de prosperidad y sanidad, y la ayuda a enfrentar los problemas cotidianos, o incluso “mejorar” su nivel de vida, entonces está bien. Esta interpretación reconoce que dicha teología es “simple” y carente de algún método teológico riguroso, según los criterios de la teología “ilustrada”, pero si sirve para elevar la autoestima de la gente y dar algún tipo de esperanza —cualquiera fuese—, entonces está bien. Por lo mismo, habría que reconocer el papel instrumental de la teología de la prosperidad para la sobrevivencia de los pobres que participan en las agrupaciones neopentecostales o fuera de ellas. Esta aproximación es propia de la mentalidad utilitaria, pragmática. Yo mismo he discutido alguna vez con líderes que defienden tal postura. Me han dicho: “Nosotros les ofrecemos prosperidad y sanidad, ustedes ¿qué les ofrecen?”.
Se trata evidentemente de una oferta atractiva en el complejo y competitivo campo religioso, oferta difícil de superar. Pero si observamos bien, se trata de una oferta que se aprovecha de la necesidad ajena, que toca las necesidades más sentidas y profundas de la vida humana. Mientras el protestantismo, “tradicional” digamos, ofrece Palabra de Dios y posibilidad de que Dios obre grandemente en sus vidas, el neopentecostalismo ofrece riquezas y sanidad a la vuelta de la esquina. Utilitarismo, conveniencia, negocio, pragmatismo. Eso es el discurso de la teología de la prosperidad, lo cual explica por qué en las agrupaciones neopentecostales su membresía nunca es fija, sino siempre rotativa o flotante, ya que siempre andan buscando alguna oferta mejor en alguna agrupación nueva o en algún predicador que abuse de lo mágico.
Otra explicación nos dice que la aparición de la teología de la prosperidad y el movimiento neopentecostal hay que entenderlo al interior de la crisis de racionalidad de la “sociedad occidental”. Esta explicación afirma que la cultura fomentada por la lógica del mercado y de la posmodernidad exacerba los niveles subjetivos y emocionales de la experiencia humana, por lo que constituye una excelente tierra fértil para que se desarrollen los diversos grupos entusiásticos, ya sean neopentecostales o el movimiento de la Nueva Era en tanto religiones de evasión social. Algunos también ven en la teología de la prosperidad una reelaboración filosófica con fuertes tendencias terapéuticas a partir de sus raíces gnósticas. Esto le habría permitido construir redes con el esoterismo y hasta con el kardecismo. No asombra, por lo mismo, sus semejanzas con la Nueva Era, de la cual también tendría diversas influencias. El sociólogo Óscar Amat y León sostiene que la espiritualidad oriental y la Nueva Era inundan el sediento mundo occidental con su discurso de renovación con base en la experiencia religiosa y el desarrollo del potencial mágico-divino que hay en nosotros mismos.
Refiriéndose a la relación entre la teología de la prosperidad y la Nueva Era, Amat y León, observa que:
Este tipo de literatura relacionada con el “pensamiento positivo”, y, por lo mismo, con autores no-cristianos como Og Mandino, Napoleon Hill o Dale Carnegie, llegó a tener su paralelo evangélico en los años 80 en autores carismáticos como Paul Yonggi Cho, Kenneth Copeland o Kenneth Hagin, quienes popularizaron al interior del mundo evangélico la teología de la “confesión positiva” que nos recuerda la necesidad de siempre hablar cosas positivas y no negativas, puesto que nuestra palabra es creadora y puede atraernos maldiciones o bendiciones, según sea que “confesemos” o digamos las cosas sobre las realidades que nos acontecen 24.
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