Este libro ha sido escrito pensando fundamentalmente en los pastores y líderes de las diferentes iglesias evangélicas, que no son necesariamente eruditos en temas teológicos o religiosos, pero que tienen la enorme tarea y responsabilidad de enseñar a la iglesia todo el consejo de Dios (Hch 20.27). Por otro lado, debo advertir al lector que este libro no tiene todas las respuestas a todas las inquietudes o preguntas que se tengan sobre el tema. Como no existe un manual de teología de la prosperidad —en el que se expongan sistemáticamente sus doctrinas sobre Dios, la iglesia, el hombre, la fe, la conversión, etcétera— dejo que el lector haga deducciones directamente de las referencias bibliográficas. Lo invito, pues, a una tarea hermenéutica como parte de su interés por comprender la teología de la prosperidad. Pido disculpas de antemano a los lectores porque encontrarán abundantes citas, algunas bastante amplias. Si las he incorporado al texto es por la sencilla razón de que deseo que tengan fuentes de primera mano a su alcance y juzguen por sí mismos.
Además, quiero aclarar que he escrito este libro condicionado por mis experiencias y circunstancias. He sido pastor en varias iglesias y también docente teológico en diversas instituciones tanto en Lima como en el interior del Perú. Soy evangélico y latinoamericano, y mis preocupaciones se relacionan con estas referencias. No puedo escribir, por tanto, de otra manera. Este trabajo, como cualquier otro, es perfectible. Si hay cosas que he olvidado, complételo. Si hay cosas en que estoy equivocado, entonces corríjalo. Realmente espero que este libro motive a otros hermanos y hermanas en la fe a investigar más profundamente las nuevas doctrinas neopentecostales como parte de su preocupación pastoral, y que luego compartan con el pueblo de Dios el fruto de su trabajo. Necesitamos urgentemente la Palabra de Dios, que es viva y eficaz para toda persona, en medio de tanto griterío que pervierte la fe y la praxis cristiana. Tengo la convicción de que la teología de la prosperidad no ahogará “la Palabra del Señor que permanece para siempre” (1P 1.25).
Doy gracias a Dios por haberme regalado el tiempo y las fuerzas necesarias para culminar este escrito, pero también agradezco a muchas personas e instituciones que han hecho posible que este libro vea la luz: aquellos que me ayudaron recopilando materiales, haciendo entrevistas, proveyendo información de primera mano, incluso dándome la oportunidad de compartir mis investigaciones. Entre éstos se encuentran los núcleos de Costa Rica y del Perú de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, la Universidad Bíblica Latinoamericana (tanto en su sede central de Costa Rica como en su Recinto en la ciudad de Lima), el Instituto Bíblico de Lima, el Seminario Evangélico Bautista del Sur del Perú (en Moquegua y Tacna), el Concilio Nacional Evangélico del Perú, el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (cemaa) y su Facultad Evangélica Orlando E. Costas, el periódico La Verdad, y la revista Signos de Vida (Quito), entre otros.
En particular quiero agradecer a seis personas: al Dr. Heinrich Schäfer, asesor de tesis, quien leyó parte del texto y me dio diversas sugerencias de carácter metodológico; a Roger Araujo, pastor presbiteriano, y Tito Pérez, periodista, quienes siempre me animaron a publicar mis escritos; a mis hermanas Elhui y Teddy por todo el apoyo que me dieron para elaborar este trabajo; y sobre todo a Meche, mi amada esposa, quien literalmente tuvo que soportar muchas ausencias mías. No exagero, ni una tilde, si digo que con ella compartí este trabajo antes de publicarlo y que le debo muchas observaciones e ideas. Aun así, todos los posibles aciertos y desaciertos son de única responsabilidad mía.
Capítulo 1
Acercamientos a la teología de la prosperidad
Sabemos que no existe en ninguna parte de América Latina una reflexión teológica que se autodesigne “evangelio de la prosperidad” o “teología de la prosperidad”. Igualmente, sus expositores tampoco se identifican en esos términos. Lo que sí se puede constatar es que son los críticos quienes les han dado esos calificativos. En definitiva se trata de un apodo, nada más, pero que no ha sido todavía lo suficientemente explicado, y tal vez tampoco sea necesario hacerlo. Nos parece, sin embargo, que mientras “evangelio” se refiere a un discurso poco articulado teológicamente, digamos un anuncio o predicación; “teología” designa un pensamiento oral o escrito mucho más elaborado teóricamente. Nuestra percepción, además, es que los apologetas de dicha reflexión teológica se sentirían más a gusto con el término “evangelio” que con “teología”, pues mientras el primero tiene la connotación de una “buena noticia” el segundo posee una connotación más “racionalista” o “modernista” que ellos rechazan.
Este capítulo, además, tiene su origen en la existencia del discurso teológico de la prosperidad económica en las nuevas agrupaciones religiosas y en las más variadas iglesias protestantes, así como en la casi ausencia de una sistematización y evaluación de ella en la reflexión teológica en América Latina, hasta donde tenemos conocimiento. Nos proponemos ofrecer algunas aproximaciones a la comprensión de la teología de la prosperidad. Como el lector comprobará, hemos planteado el tema mediante seis preguntas. Son preguntas que me han hecho los líderes de las iglesias, y que ahora se las devuelvo un poco más elaboradas con la esperanza de seguir profundizando el diálogo. Ciertamente, no he tomado en cuenta algunas propuestas que no son sino disparates mal intencionados (como aquella explicación de que la teología de la prosperidad es la verdadera teología de la liberación o su verdadera concreción en el actual contexto) 10.
¿Una auténtica teología bíblica?
Se presupone que toda articulación teológica debe tener un mínimo de fundamento bíblico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tentación de todas las teologías es la de presentarse como “verdaderamente” bíblica y “profundamente” contextual. Ninguna teología, es obvio, va a presentarse como opuesta al espíritu de la Biblia y ajena a la realidad que pretende llegar. Fidelidad a la Palabra de Dios y a las necesidades del contexto en que surge la reflexión es el anhelo de la teología. Pero fidelidad a la Palabra de Dios no significa citarla mecánicamente (como en algunos grupos religiosos llamados “sectas”), sino considerar la Biblia en sus respectivos contextos. Eso implica un serio trabajo hermenéutico, respetando las reglas de interpretación (exégesis). Por otro lado, se espera que la reflexión teológica surja y responda a las necesidades sentidas, las luchas cotidianas y las esperanzas de la comunidad de fe, para que no parezca ajena, extraña o impuesta. Una teología bíblica, por lo anteriormente dicho, es una construcción humana seria, responsable, y que presupone —como mínimo— el manejo de diversas herramientas que hagan de su discurso, y de la práctica que lo acompaña, una articulación coherente, fiel a “todo el consejo de Dios”.
En la tradición teológica en la cual la mayoría de los evangélicos hemos conocido al Señor, es decir, el conservadurismo teológico, hasta donde recuerdo nunca se pasó por alto el tema de la bendición material que viene de Dios. Se predicaba que la práctica del diezmo y la fidelidad a Dios traían consigo las bendiciones, siguiendo el texto bíblico de Malaquías 3, entre otros. Bendiciones entendidas en sentido integral: bienes materiales para cubrir las necesidades diversas (salud, trabajo, otros), y bienes espirituales (dones, mayor fe, otros) para trabajar en la misión encomendada por el Señor. Este tipo de predicación iba acompañada de la exigencia de ser “buenos ciudadanos”, respetuosos de la ley y del Gobierno. Además, el creyente evangélico debía ser trabajador, honrado, justo y no despilfarrador. Evidentemente este discurso, y la práctica exigida, eran herederos de las afinidades casi “naturales” entre protestantismo y liberalismo de fines del siglo xix e inicios del xx. En un periódico protestante de Lima, de 1918, se leía lo siguiente:
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