— ¿El señor es Protestante?
— Sí, y tengo a honra serlo.
— Pero ¿no son los protestantes unos sectarios fanáticos, una gente de la clase más pobre e ignorante? Así pensamos nosotros los librepensadores.
— ¡Sí, sí, y nuestra Santa madre Iglesia Católica los tiene declarados a ustedes herejes y condenados al fuego del infierno!
— Pues, señores, yo soy protestante y les diré por qué. Los protestantes basan su religión en la Biblia, ley de Dios, la cual han traducido en quinientas lenguas, y se esfuerzan por hacerla llegar a las manos de toda criatura de Dios. De ahí vino la emancipación de la inteligencia y el alma, la libertad de los esclavos, y la salvación de las naciones de la tiranía del Papa y de los reyes. A los protestantes se les debe hoy la libertad religiosa y la forma republicana de gobierno. Más de 16 mil hombres han salido de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania y se hallan desparramados entre las naciones para enseñar al pueblo la ley de Dios.
Los protestantes han hecho general y sólida la instrucción por tanto tiempo encerrada en los muros de los conventos. Ha aumentado millares de veces las riquezas materiales del mundo, llenándolo de una prosperidad y felicidad jamás soñadas. Tienen en sus manos la balanza del destino de las naciones. Los primeros estadistas, los primeros sabios, los primeros predicadores del mundo se encuentran hoy en medio de ellos.
La civilización moderna se debe a ellos, que son el baluarte y centro de donde brotan regueros de luz alrededor del mundo. ¿Qué nación romanista puede compararse con las naciones protestantes en cultura intelectual, moral y física? Éstas se encuentran a la vanguardia de todo cuanto es bueno y útil en todos los ramos de la actividad humana 11.
Este artículo de por sí es muy elocuente. Pone de manifiesto los diversos conflictos entre protestantismo y catolicismo, pero además evidencia la herencia ideológica del Destino Manifiesto norteamericano, así como ese discurso protestante vinculado a la modernidad económica y política que trae como consecuencia inevitable la prosperidad material. Es en este protestantismo en el cual crecieron algunas generaciones de evangélicos que tanto aportaron a la causa del Señor. El evangelista argentino Luis Palau, más cercano a nosotros cronológicamente, enseña lo siguiente:
De acuerdo con las Escrituras, Dios está más dispuesto a dar que lo que nosotros estamos dispuestos a recibir. Dios tiene preparada prosperidad, éxito y bendición para los creyentes. Pero se debe poner la confianza en Dios, en su palabra y en sus promesas. Dios es su Padre y le ama. El ama su espíritu, alma y cuerpo, y ama también a su familia. Dios quiere y puede bendecirle, a todo nivel y en todos los aspectos de su vida. Estudie cuidadosamente las instrucciones divinas para salir del fracaso, de la depresión, de la pobreza y para triunfar en la vida. ¡Gloria a Dios por ser padre de misericordia! “Dios es amor” 12.
Dejando de lado el probable dualismo antropológico de Palau, debemos decir que traduce bien el viejo discurso protestante leído líneas arriba. Detrás de El Heraldo y de Palau, está implícita la idea de que los cristianos evangélicos estamos llamados a evidenciar éxito y prosperidad. Se entiende, incluso, que es algo normal o “natural” la prosperidad en los evangélicos. Lo que queremos decir es que el discurso evangélico desde que llegó a estas tierras nunca tuvo reparos o temor de relacionarse con temas económicos, y no sólo se detuvo en temas como “la mayordomía cristiana”, sino que llegó a proponer que los cristianos debían vivir en prosperidad material. Esta prosperidad o éxito para los cristianos exigía guardar primeramente cierta ética que Max Weber llamaba “protestante”: trabajo, consumo frugal, ahorro e inversión. Al final el fruto sería la ganancia económica.
Personalmente he conocido muchos casos de hermanos que, después de su conversión al Señor, dejaron diversos vicios (licor, juegos de azar, entre otros) y dedicaron esos gastos perdidos a la educación de los hijos y los negocios familiares. Evidentemente la prosperidad no se dejó esperar. Tal vez sólo algunos se hicieron ricos, pero la gran mayoría mejoraron su situación sustancialmente. La prosperidad, como vemos, exigía el trabajo esforzado. “Esfuérzate y sé valiente que el Señor te ayudará”, predicaban los pastores de diversas denominaciones (bautistas, metodistas, presbiterianos, pentecostales, entre otras), y realmente el Señor ayudaba a sus esforzados siervos.
Sin embargo, en las últimas dos décadas han comenzado a proliferar diversos discursos de prosperidad material (entiéndase riquezas abundantes) en toda América Latina. Se predica abiertamente en las iglesias y por los medios de comunicación que los cristianos están obligados a ser ricos, y si no lo son es porque viven en pecado o les falta fe en las leyes de prosperidad que se encuentran en la Biblia. Este nuevo mensaje es conocido como la teología de la prosperidad. Como era de esperar, algunos teólogos y pastores rápidamente han identificado esta nueva corriente con la vieja ética protestante, sin notar las enormes diferencias tanto en los niveles de contenido como del contexto social en que se presenta.
Hay quienes creen que esta teología estaría en continuidad con la vieja ideología liberal que legitimó el capitalismo, y que hoy es reinterpretada como ideología del ascenso social, lo que explica la creencia de que Dios bendice a los ricos y que motiva a un tipo de vida extremadamente individualista, propia de la mentalidad del mercado, en la que se da gran importancia a los resultados y al dinero. Por ello, no sorprende que algunos reconozcan este discurso como válido y acorde con cierta tradición protestante. Esto explica la teoría según la cual “la Biblia enseña la prosperidad de los hijos de Dios”, o que “la teología de la prosperidad se encuentra en la Biblia”; y que por tanto nosotros deberíamos prestarle mayor atención.
Esta interpretación, que se encuentra en algunos círculos académicos, cree que la teología de la prosperidad es, en el fondo, un sincero llamado de atención a la teología evangelical actual que descuidó —supuestamente— el tema de la prosperidad material. La tarea, señalan, sería evitar los excesos a los que nos está llevando esta teología: el afán de lucro, la pérdida de sensibilidad por los necesitados, el espíritu sacrificado en el cumplimiento de la misión, etcétera 13. Algunos creen, incluso, que los libros de Proverbios y Deuteronomio servirían para fundamentar una “auténtica teología bíblica de la prosperidad”.
¿Un nuevo fundamentalismo?
Como es de común conocimiento, el fundamentalismo teológico remite a una cosmovisión y un cuerpo doctrinal surgidos a inicios del siglo xx en los Estados Unidos con el propósito de combatir el “modernismo” (teología liberal) que en el aspecto teológico negaba el milagro y cuestionaba la autoridad de la Biblia (infalibilidad e inerrancia) 14. Este tipo de fundamentalismo fue la piedra angular de la teología de algunos misioneros que llegaron a América Latina. Muy pronto, en el contexto de la “guerra fría”, se volvió en algunos casos ideológica y políticamente ultraderechista, justificando teológicamente incluso dictaduras sangrientas en esta parte del continente, y bendiciendo experimentos económicos venidos del Norte.
La pelea en Estados Unidos entre “fundamentalistas” y “liberales” muy pronto se sintió en América Latina, y así nos trajeron un problema que no había por qué tenerlo en medio nuestro. A los hermanos que reclamaban justicia social, rápidamente se los acusó de ser partidarios del Evangelio Social (una teología estadounidense de inicios del siglo pasado), de la teología de la liberación e, incluso, de ser comunistas. La sombra del senador McCarthy llegó a nuestras tierras. Estas actitudes trajeron consecuencias nefastas para la iglesia del Señor. No sería exagerado decir que muchas de las divisiones en las iglesias se deben a la responsabilidad de algunos misioneros y, también, de algunos dirigentes nacionales ávidos de poder y adictos al financiamiento foráneo 15.
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