Bruno, la otra noche, me dijo que no lo conoce, que le gustaría, pero que piensa que nunca lo va a poder hacer. En ese momento se puso a llorar. Me dijo que la única vez que lo vio tenía siete años (ahora tiene nueve) y fue en el velorio de su abuela, a quien quería mucho. Volvió a llorar cuando recordó a su abuela… o que la quería… o que se murió.
Me contó que aquella vez su abuelo le dijo algo que no podía recordar… o sí: le dijo que lo quería y que le gustaría conocerlo más.
Le pregunté qué le diría si pudiera hablar con él… “le preguntaría por qué fue policía con los militares y por qué torturó personas”.
Ahí, lloramos los dos. Y así, de repente, de manera espontánea y sencilla, lo dicen.
Tal vez tendría que escribirle otra carta a mi papá para contarle que “su nieto” necesita saber… preguntar. Él también tiene que hacerse cargo. Cuando yo quise saber, y pregunté, se enojó conmigo. Tal vez con Bruno no se enoje y le pueda contar… explicar. ¿Habrá manera de explicar lo inexplicable? ¿Habrá manera de entender lo inentendible?
No sé, esto de no hablar es complicado. Lo digo por él, que no habla.
Mientras tanto, mientras pasa esto en la intimidad de mi familia, la sociedad entera se pregunta: “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. Y hay un gobierno que no da respuestas, que no quiere que se pregunte, que pretende que en las escuelas y facultades no se hable del tema.
Y no puedo evitar la analogía: la necesidad de preguntar, de saber, de conocer la verdad, por un lado; y el silencio cómplice y la muerte, por el otro.
1Textos publicados en el Facebook de Analía Kalinec entre agosto de 2016 y septiembre de 2017.
2Carolina Arenes y Astrid Pikielny: Hijos de los 70. Historias de la generación que heredó la tragedia argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2016.
BRUNO
Me llamo Bruno, tengo diez años. Yo nací teniendo a mi abuelo preso, solo lo vi una vez en el funeral de mi abuela, y lo poco que sabía de él era que estaba preso, pero no sabía quién era mi abuelo ni tampoco entendía por qué había policías ese día en el funeral. Le pregunté a mi mamá por qué había policías y me dijo que era porque estaba mi abuelo (que fue un policía, a todo esto), y me habló, pero no me acuerdo qué. Ella estaba llorando. Fue la única vez
que lo vi a mi abuelo, yo tenía siete años. Recuerdo que mi hermano me llevó para mostrarme quién era mi abuelo y me dijo: “él es tu abuelo”. Y a él le dijo: “él es Bruno, mi hermano”.
Este año en mi escuela lloré cuando estábamos hablando de lo que había pasado en la dictadura, no sé bien por qué lloraba. La maestra la llamó a mi mamá, que me abrazó y me preguntó por qué lloraba. Le dije que no sabía, sentía vergüenza y me acuerdo de que le pregunté: “¿por qué tu papá se hizo policía y trabajó con los militares?”. Mi mamá me explicó que lo
que había hecho su papá estaba muy mal, pero que nosotros somos diferentes y que íbamos a ir a la Plaza mañana (ese día era 23 de marzo) con la bandera de Historias Desobedientes.
Mi mamá y yo somos de Historias Desobedientes, que es un lugar donde se reúnen familiares de genocidas. Yo ya había ido con mi familia a la Plaza los 24 de marzo, pero esta vez fuimos por primera vez con la bandera de Historias Desobedientes. Le pregunté por qué se acercaba tanta gente a sacar fotos a la bandera de Historias, y no como otras banderas, y por qué lloraban las personas que veían la bandera. No me acuerdo qué me dijo, pero no estaba llorando, y yo tampoco.
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