Colectivo Historias desobedientes - Escritos desobedientes

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Son los hijos, hijas y familiares de los genocidas; sus padres fueron personal de las fuerzas armadas −altos generales al mando, intermedios y rasos−, de gendarmería, de la policía, personal de inteligencia, funcionarios, médicos, jueces. Algunos condenados y encarcelados con sentencia firme, otros en prisión domiciliaria; algunos imputados, otros sin investigar, impunes. Algunos muertos, otros vivos. Algunos ancianos, otros no tanto.Todos guardan un silencio atroz. Ninguno se mostró arrepentido. Por eso, sus descendientes, enfrentando la culpa y la vergüenza por los crímenes de sus progenitores, decidieron agruparse y formar un colectivo que dé cuenta de la presencia del horror en el seno familiar. Así nació el colectivo Historias Desobedientes: familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia. Escritos desobedientes es una recopilación de textos redactados antes y durante la creación del colectivo. Su lectura permite entender no solo su construcción, sino también los modos en que la palabra surge en quienes vivieron experiencias de silenciamiento desde su más íntima conformación personal y subjetiva, así como las estrategias que encontraron para desafiar los mandatos familiares, los tabúes sociales y las diversas formas de la impunidad. Contra los imperativos del silencio y del negacionismo personal, familiar y social, los desobedientes dicen: «Nosotres (tampoco) nos reconciliamos».

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Y otra vez esta historia, esta angustia

11 de mayo de 2017

Me gusta pensar que pronunciarme en contra del “2 x 1” tiene que ver con el sentido común. Con la memoria, con la verdad, con la justicia. Me gustaría pensar que nada tiene que ver con mi papá y con su nefasta historia como parte de los grupos de tareas que operaban secuestrando, torturando, asesinando… desapareciendo.

Me gusta sentir que formo parte de un colectivo social que no está dispuesto a tolerar la impunidad de los represores genocidas implicados en el golpe cívico-militar que azotó a nuestro país en el marco del terrorismo de Estado que se llevó a cabo en el período más oscuro de nuestra historia. Me gustaría no sentir esta angustia y esta tristeza infinita que nace de lo más profundo de mi corazón al tener a mi papá preso por delitos de lesa humanidad.

Me gusta saber que el acto de ayer en la Plaza evidencia contundentemente el sentir de un pueblo que, con los pañuelos como bandera y con las Madres y Abuelas a la cabeza, no permitirá el retroceso de la historia ante un gobierno cipayo, represor y negacionista. Un pueblo empoderado que no está dispuesto a ver pisoteadas sus conquistas y entiende que la memoria es necesaria para que Nunca Más el horror camine por nuestras calles. Que la verdad es el camino y la construimos entre todxs. Y que la justicia es la única respuesta admisible. Me gustaría no saber de

la falta de arrepentimiento de este represor progenitor que sigue convencido de haber hecho lo correcto y de no tener nada de qué arrepentirse. Me gustaría no saber que con su silencio cómplice reivindica su crimen imprescriptible para vergüenza y repudio de toda esta sociedad en general y de esta hija en particular.

Hijas de represores, 30 000 motivos

21 de mayo de 2017

Sucedió, sucede… está sucediendo. Nos encontramos. No porque nos teníamos que encontrar, ni porque el destino así lo había marcado. Nos encontramos porque lo estábamos buscando. Es lo que queremos, lo que necesitamos: encontrarnos.

Nos conectamos a través de las redes sociales. El primer encuentro fue con Lili, en 2016. Me dijo que su papá también estaba condenado por delitos de lesa humanidad. Ella había leído mi testimonio en el libro Hijos de los 70. Historias de la generación que heredó la tragedia argentina2 y necesitó buscarme. En cuanto supimos de nuestra mutua existencia, corrimos a encontrarnos.

Nos abrazamos. Reímos y lloramos. Y nunca más nos separamos.

La semana pasada, leímos conmocionadas la nota que se publicó en la revista Anfibia, “Marché contra mi padre genocida”. Es muy posible que Mariana

–hija de Miguel Etchecolatz– también esté necesitando encontrarse con otros hijos o hijas de represores que no estén de acuerdo con lo que hicieron sus padres. Es muy posible que esté necesitando encontrarse con nosotras. O tal vez solo esté necesitando –como también necesitamos hacerlo con Lili– manifestar que ser la hija de un represor no es gratis ni agradable. Que lo que nuestros padres hicieron nos da vergüenza, y algo de culpa también. Que lloramos en soledad por lo que fueron capaces de hacer, y que somos repudiadas en nuestras propias familias por tener estos sentimientos y por necesitar romper con el mandato de silencio que se impone en nuestras lógicas intrafamiliares.

El 10 de mayo fue un día histórico. El país entero se puso el pañuelo blanco a la cabeza y salió a la Plaza a reclamar contundentemente el No a la impunidad. Impunidad que cada 2 x 3 reaparece, y que en un “2 x 1” nos quisieron imponer.

Mariana, por primera vez, se acercó a una marcha por los derechos humanos. Seguramente el haberse podido cambiar el apellido la ayudó a superar ese miedo al rechazo que, injusta pero realmente, pesaba sobre su conciencia. Mariana fue a la Plaza, se encontró con sus amigas en Avenida de Mayo y Perú. En el mismo lugar y en ese mismo horario nos estábamos encontrando con Lili. Cuenta la crónica de Anfibia que Mariana se sintió mareada: “Se toma de los brazos de sus amigas, hasta que logra sacarse las zapatillas y treparse a la baranda de una parada de subte. Desde ahí, mira las banderas de CTERA por la defensa de la educación pública…”. Con Lili estábamos justo debajo de la bandera de CTERA. ¿Nos estaría buscando Mariana? ¿Se habrán cruzado sin saberlo nuestras sonrisas que, junto con las otras 500 000 sonrisas, celebraban la memoria, la verdad y la justicia?

No nos encontramos aún con Mariana. Con Lili comentamos y celebramos la nota de Anfibia. Nos gustaría verla y abrazarla. Decirle que no está sola, que a nosotras nos pasa igual. Mariana se movilizó y al hacerlo nos movilizó a varixs.

Después de la publicación de la nota, comenzaron a escribirse comentarios en las redes sociales. Así nos encontramos con Laura. Claramente, nos estamos buscando. Dejó un comentario debajo de la nota de Anfibia y le escribí:

“Hola Laura. Vi tu comentario al pie de la nota de la revista Anfibia sobre la hija de Etchecolatz y por eso me animo a escribirte. Si tenés a tu papá o algún pariente cercano involucrado en delitos de lesa humanidad, quiero que sepas que somos varias en esa condición y nos estamos juntando. A lo mejor interpreté mal tu comentario y nada que ver. Pero ante la duda preferí escribirte. Abrazo”.

Laura me contestó enseguida, confirmando mis sospechas: ella también tiene a su papá involucrado en delitos de lesa humanidad. Ella también se siente sola. Hablamos por teléfono y tenemos muchas ganas de encontrarnos y abrazarnos. Seguramente, cuando nos encontremos, nos vamos a abrazar, a reír, a llorar y nunca más nos vamos a separar.

Laura nos contó que “Laura Va” es su seudónimo en alusión a una canción de Spinetta. Laura, Analía y Lili van. Cada una con su valija gris a cuestas. También va Mariana, con su valija a cuestas por algún otro lugar, todavía sin encontrarnos. Pero ya no solo vamos, también nos estamos viendo. Porque Laura ve. Y nos vemos hermanadas respecto a un padre genocida que nos lastima y nos obliga a reconstruirnos. No elegimos la negación, ni el silencio, ni la complicidad. Elegimos levantar la cabeza y poder mirar a los ojos a nuestros hijos, a nuestras Madres y a nuestras Abuelas. Elegimos enfrentar la verdad por más dolorosa que sea. Elegimos la memoria, la verdad y la justicia.

Y elegimos encontrarnos para que el camino sea más fácil.

Laura va,

lentamente guarda en su valija gris

el final de toda una vida de penas.

Laura va,

unos pasos la alejan del pueblo aquel,

donde ayer jugaba al salir de la escuela.

[…]

Laura ve,

los años le han dado la resignación

y el dolor

se fue con sus pocas tibiezas.

Luis Alberto Spinetta, Laura va

Con ellos pasa siempre

29 de septiembre de 2017

Con ellos me pasa siempre. De repente lo dicen, dicen eso que yo no podía. Y lo dicen naturalmente, como si nada. Cuando Gino tenía cuatro años, les contó a sus compañeros del jardín que su abuelo estaba preso porque había matado a muchas personas… y lo dijo… a todos. Y, entonces, yo también pude empezar a decirlo. También me dijo un verano que lo extrañaba, y pude darme cuenta entonces de que yo también lo extrañaba… lo extraño… y es mi papá… y no entiendo…

y lo extraño… y lloro… y me enojo… y no puedo.

No hace mucho me preguntó (ahora ya tiene trece y no solo dice, también pregunta): “¿Qué fue lo que hizo mi abuelo?”. Él sabe que su abuelo está preso, sabe lo que pasó durante la dictadura… sabe, pero no le alcanza. ¿Cómo explicarle? ¿Cómo contarle? Siempre la verdad, aunque duela... ya lo sé. De todas maneras, no fue su pregunta lo que me impactó: fue el “mi”, el posesivo.

No me dijo “tu papá”… o “el abuelo”… dijo “mi abuelo”. Y ahí me di cuenta de que se estaba haciendo cargo de su historia y que entonces es obvio que necesite saber. Y supo.

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