Este volumen recopila esos escritos, algunos previos a la formación de Historias Desobedientes y otros surgidos al calor del encuentro, pero todos portadores de esa voz antes reprimida que ahora afirma nuestra posición de rechazo y repudio hacia los actos cometidos por nuestros propios padres o familiares durante la última dictadura cívico-militar y eclesiástica que se desarrolló en Argentina entre 1976 y 1983, y durante los años previos en los que la represión institucionalizada en la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) operó clandestina y atrozmente.
Hemos decidido incluir, también, los escritos que fueron publicados durante este primer año de existencia del colectivo en distintos medios, en nuestra página web o en nuestro Facebook. Allí fuimos contando quiénes éramos, qué hacíamos, cómo nos pensábamos, y plasmando las reflexiones que surgían de nuestros encuentros. Allí expresamos también nuestro repudio hacia las políticas regresivas en materia de derechos humanos que, lamentablemente, el actual gobierno macrista propone como forma de acción y elección; y nuestra firme oposición a las represiones, las desapariciones forzadas, la censura, el ajuste y el sometimiento a la deuda internacional que reduce cada vez más nuestra soberanía política en tiempos de “cambio” hacia la dependencia económica.
Sabemos que somos muches más. Sabemos que, frente a los intentos por reinstaurar la impunidad, la represión como práctica cotidiana, el hambre y “la pobreza planificada” –como escribió Rodolfo Walsh en su carta abierta de 1977–, tenemos que ser muches más desobedientes que decidan romper con los silenciamientos.
Tomamos el ejemplo de los organismos de derechos humanos, de las Madres, de las Abuelas, de los hijos, de los sobrevivientes, de los familiares. El amor y la constancia en la búsqueda de memoria, verdad y justicia han sido nuestro faro en medio de tanta oscuridad. Por ellos entendimos que teníamos que estar juntes, organizarnos colectivamente y participar de manera activa y comprometida en este presente que nos insta a superar la vergüenza y a trascender las individualidades para construirnos como una voz que diga lo que hasta ahora no se ha dicho en este país: las hijas, hijos y familiares de genocidas repudiamos sus crímenes, sus prácticas represivas, sus pactos de silencio e impunidad. Nosotres no nos reconciliamos. No perdonamos. Y no nos callamos.
Decidimos hacer públicos nuestros escritos, convencides de que pueden ser un aporte a la memoria colectiva y a la construcción de un país más justo y solidario, sin ataduras ni condicionamientos. Consideramos que es preciso el trabajo mancomunado, no solamente desde nuestro hacer cotidiano a través de la desobediencia personal y familiar –que existía previamente a la conformación de Historias Desobedientes–, sino también por medio de la expresión colectiva que hace posible la escritura. En efecto, creemos que nuestros relatos pueden ayudar a desentrañar y develar aquello que todavía está oculto en tantes otres. “Al silencio nunca más”, es nuestro grito colectivo.
Ahora que nos encontramos y que juntes manifestamos nuestro repudio, queremos multiplicarnos, despertar otras voces acalladas, sometidas como antes estuvieron las nuestras, porque sabemos que son muches les que se niegan a admitir el horror cometido y que, por distintos motivos, aún no han podido liberarse. Tenemos claro que el mandato de silencio, el disciplinamiento de los cuerpos y las identidades, el plan sistemático de represión, desaparición, asesinato y robo de niñes fue un genocidio de Estado que pretendió quebrar los lazos comunitarios y echar atrás los logros en materia de derechos y conquistas sociales. No nos sometemos tampoco al individualismo, práctica que los genocidas y sus cómplices civiles, judiciales, empresarios y eclesiásticos pretendieron imponer, y cuyas secuelas todavía están muy presentes en nuestra sociedad actual.
Por eso, somos un colectivo compuesto por personas con historias de vida similares y a la vez diferentes, unides por el dolor y la postura crítica frente a nuestros progenitores o familiares, pero también vinculades por la palabra, la acción y el deseo de transformarnos y transformar esta sociedad para que nunca más el Estado sea responsable de crímenes de lesa humanidad. La dictadura no volverá a repetirse, al menos no de modo idéntico, pero no somos ingenues. Estamos atentes al presente porque sabemos que las redes represivas y las tramas institucionales pueden producir nuevas variantes del horror, como ha sucedido en estos últimos años con el sometimiento de los pueblos mapuches, la desaparición forzada de Santiago Maldonado, el asesinato de Rafael Nahuel, los cotidianos femicidios y violencias de género, la brutal represión hacia las manifestaciones populares contra la reforma previsional del pasado diciembre, hacia los docentes y hacia la mujeres luego del 8M, los continuos casos de gatillo fácil, el oprobio de los presos políticos, la prisión infame de Milagro Sala, el plan de ajuste del Fondo Monetario Internacional, el hambre y la miseria que golpea especialmente a nuestres chiques y adultes mayores, la supresión de los derechos de les trabajadores, entre tantas otras formas en que la violencia, la represión y la impunidad reaparecen de modo concreto e insistente.
Por eso, queremos:
hablar para defender lo justo,
repudiar para no ser cómplices,
desobedecer para romper mandatos.
1En la introducción se ha decidido grupalmente utilizar lenguaje inclusivo. A lo largo del volumen, la redacción irá variando según cada une y acorde con el momento en que fue escrito cada texto. Asimismo, esta forma de género no se utiliza para los nombres correspondientes a integrantes de las fuerzas armadas y policiales, dado que se quiere resaltar en la forma masculina el matiz patriarcal del poder represor-genocida. Tampoco, por un criterio de edición ética, se utilizarán mayúsculas para los cargos.
PREFACIO
Lo que se puede decir sobre el decir
Carolina Bartalini
Hay una escena que busca ser dicha, narrada, puesta en palabras. Está compuesta de imágenes que insisten y que, por momentos, se pretende olvidar. Mucho tiempo se habló en la escena pública argentina sobre las disputas de la memoria contra el olvido, sobre las diversas formas en que el olvido se apropió de las vivencias e impidió constituir experiencias nuevas a partir de los hechos de un pasado atroz, doloroso y, por muchos años, desolador. La memoria se volvió una palabra revoltosa y revolucionaria para quienes lucharon, desde la reapertura democrática e incluso durante los terribles años de la dictadura cívico-eclesiástica-militar, por otorgarle al término un sentido de justicia legal y vital. La memoria fue un significante en disputa contra las diversas formas del silenciamiento y la impunidad. Adquirió una jerarquía en mayúsculas. Hablamos de memoria cuando nos referimos a todos estos procesos, gestados y trabajados durante largos, e injustos años, por los organismos de derechos humanos. “Ni olvido ni perdón”, agregaron lxs hijxs a los reclamos previos, a la “Aparición con vida”, a la exigencia de verdad, a la búsqueda desgarradora de lxs niñxs apropiadxs por un plan que fue sistemático y que estuvo al servicio de intereses económicos trasnacionales, cuyos cómplices civiles continúan, incluso hoy, sin ser juzgados.
Hay una escena que insiste, que se vuelve pesadilla, objeto de las luchas internas por correrla, relegarla por un rato. Me refiero a estas otras memorias, los recuerdos de quienes escriben y hablan en Escritos desobedientes, las hijas, hijos, nietas y nietos de genocidas que hacen de esas imágenes, palabras, y con ellas las resignifican: les devuelven sus estatutos de real, de recuerdo. En esta dualidad entre el querer olvidar y el querer recordar es donde se produce el gesto de la voz: recordar lo íntimamente punzante y sentido como vergonzoso, para que esas imágenes, y estas palabras, participen de la memoria. Esta nueva modulación se resiste y refuta las –tan de moda y verdaderamente vergonzantes– categorías de la impunidad sistémica, agenciadas por quienes eligen el negacionismo (personal, familiar y social) y perseveran en ser cómplices y encubridores de los genocidas.
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