Felipe I. Echenique March - Una historia sepultada

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Una historia sepultada. México, la imposición de su nombre. Análisis documental aborda el proceso histórico del nombre de la actual Ciudad de México. Su autor, sin dejarse llevar por el co nocimiento general y continuamente repetido de que su denominación original fue la del binomio México-Tenochtit lan, se dio a la ardua tarea de realizar un profuso y exhaustivo análisis de fuentes documentales e impresos de los siglos xvi y xvii y de sus diversas ediciones, incluso de aquellas de la época contemporánea, que nos permiten concluir que la ciudad fue nombrada como Temixtitan o Temistitan, Tenustitan, Tenuxtitan y Tenuxtital para finalmente ser conocida como México. También nos plantea cuál fue el proceso, circunstancias o intereses que llevaron estos nombres a su desaparición y a ser finalmente sustituidos por el de México-Tenochtitlan o simplemente México. La investigación que el autor nos presenta es un recordatorio a historiadores, historiógrafos, editores y público en general a no dar por sentados los hechos, y a ser más cuidadosos y atentos cuando se trabaja con las llamadas fuentes históricas de primera mano.

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Así quedaron a salvo de las necesarias operaciones de crítica documental a lo que se sumó la exclusión de los materiales impresos en caracteres góticos, que fueron sustituidos por las copias manuscritas que se localizan en Viena sobre todo para el establecimiento de las postreras ediciones que alcanzan a las de nuestros días.

A lo antes expuesto no es fácil encontrarle una explicación, pues en los trabajos historiográficos del siglo XIX no se percibe una angustia y dedicación mayor por encontrar las Cartas autógrafas de Cortés ni por la recuperación de las reediciones del siglo XVIII, sino un ánimo muy febril por desenterrar materiales de los archivos autógrafos y en ese sentido nuevas ediciones sustentadas en las copias de Viena y de España, quizás por el puro hecho de presumir que lo manuscrito tiene más valor sobre lo tipografiado, dejando de lado cualquier otra circunstancia y análisis como veremos más adelante.

Devoción por lo manuscrito

El 1 de junio de 1527 Pánfilo de Narváez consiguió una Real Cédula para que se prohibieran y quemaran en plazas públicas de Sevilla, Toledo y Granada, las Cartas de Relación de Fernando Cortés que habían sido publicadas en aquellas mismas ciudades, porque aquellos impresos desvirtuaban y afectaban la honra suya y la de Diego Velázquez, quienes desde 1519 se habían opuesto a lo actuado por Cortés en las supuestas islas de Yucatan, Cozumel y Ulua, tanto por haber faltado a las órdenes que le dio Velázquez, como por incumplir lo convenido entre ambas partes.13

Ahora bien, si aquella orden se cumplió, no fue suficiente para borrarlas de la faz de la Tierra. La presencia actual de algunas de ellas en bibliotecas públicas y privadas, mostraría que aquel mandamiento no fue fulminante, además de que algunas de sus partes quedaron glosadas muy en extenso, aunque con algunos cambios en las grafías de los sustantivos, en lo que escribió Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Francisco López de Gómara, fray Bartolomé de las Casas, y Bernal Díaz de Castillo, quienes en buena medida se convirtieron en los referentes obligados de quienes en los siglos XVII y la primera mitad del XVIII, se querían enterar y difundir lo acontecido en aquellos primeros años de conquista y dominación a través del relato del conquistador.14

Ya entrado el siglo XVIII se desarrolla una corriente revisionista y crítica de la historia tanto de lo que se designaba como América por parte de ingleses, franceses, alemanes y portugueses, como de la propia España que la seguía denominando como Indias occidentales del mar Océano.15

Andrés González Barcia publicó, siguiendo las primeras ediciones de Cromberger, la Segunda, Tercera y Cuarta Cartas de Relación dentro del primer volumen de Historiadores primitivos de las Indias Occidentales,16 y donde si bien efectuó algunas novedades editoriales, no modificó las grafías con que quedaron consignados los sustantivos en la edición princeps.

La introducción de las propuestas de Barcia consistieron, primero en presentar de una manera totalmente distinta el formato de las Cartas hasta entonces publicadas, desatan abreviaturas, se modifican la puntuación y dan cabida a la nueva estructura de párrafos, lo que permitió la introducción de capítulos acompañados por pequeños títulos expresivos de lo que se seguiría leyendo en los renglones o páginas siguientes.17

Ya entrado en el terreno de la recreación del formato, Barcia asume un nuevo modelo frente a aquella Segunda Carta de Relación impresa en caracteres góticos, en 28 folios de 30.7 x 23 cm cada uno, que dan cabida a desplegar a lo más cuarenta y ocho renglones por folio, y cuya narrativa parece desbordarse en sus 2,592 renglones, donde apenas se notan algunos descansos obligados tras las catorce letras capitulares, que parecieran indicar grandes apartados, dentro de los cuales, en ocasiones, se ven otras pequeñas separaciones (veinte en total) anunciados por letras mayúsculas de un tamaño mayor que las que se usaron después de los puntos y seguidos y con algún adorno, pero sin llegar a ser capitales y que apenas hacen perceptible el comienzo de párrafo (treinta y cuatro en total), de tal suerte que cuesta mucho trabajo diferenciar unos párrafos de otros por lo apretado de la composición tipográfica, que en mucho caracteriza a las ediciones que se hicieron con aquella tipografía gótica.

La novedad implantada por Barcia, de introducir capítulos en la edición de las Cartas, le llevó a dividir la Segunda Carta en cincuenta y cinco capítulos; la Tercera en cuarenta y siete, y la Cuarta en veintitrés, con sus respectivos títulos indicativos, que en algunos casos llegan a coincidir con las capitales de la edición princeps, pero no en otras ocasiones, ya que los capítulos establecidos por Barcia implicaron el reconocimiento y análisis del texto no sólo para marcar las separaciones, sino para redactar esas pequeñas llamadas que resumen en unas cuantas líneas la narrativa que se despliega en los siguiente renglones, párrafos o páginas, y que ayudan tanto a la lectura como a las revisiones en las que se buscan datos y hechos específicos. Cuando actualiza nombres lo hace en los encabezados que son de su creación, pero no adentro de las narrativas que siguió a pie juntillas la edición impresa en caracteres góticos, y en la cual se estamparon los nombres de ciudades, provincias o señores, tal cual se supone los escribió Cortés, a menos que se pudiera presumir que el impresor uniformó criterios para la designación de los mismos, tomando como base, no sé bajo qué supuestos, para designar de una u otra manera tales o cuales nombres.

Por último, y sobre esta edición se debe decir que Barcia fue muy cuidadoso al señalar al final de la Segunda Carta de Relación, la edición de la que se valió para establecer la suya, pero no hizo lo mismo con las siguientes. Así que sólo nos queda creer lo sugerido por Navarrete, Vedia y Gayangos de que Barcia utilizó para su obra las ediciones de Cromberger.18

A esa edición española le siguió la del arzobispo Lorenzana, en la ciudad de México19 que, sin lugar a dudas, se valió de la edición de Barcia en cuanto a mantener el establecimiento de los títulos que aquél introdujo en su edición y que Lorenzana respetó, aunque como apostillas en los márgenes de las páginas, y además actualizó los sustantivos “mexicanos” a los que les añadió eruditas notas que bien muestran el nivel de apreciación que los “ilustrados” españoles residentes en la Nueva España o criollos y mestizos, tenían al finalizar el siglo XVIII, en relación con el pasado prehispánico y los primeros años de la conquista.20

Por otra parte, aquella edición de Barcia y la del mismo Lorenzana habían dejado de manifiesto la ausencia de la Primera Carta de Relación de la que daba cuenta Fernando Cortés en la Segunda, como enviada en 1519. Al no haberse publicado y desconocerse su paradero llevó a Barcia a realizar ingentes búsquedas en los repositorios españoles sin que hubiera alcanzado su objetivo. Por desgracia la edición de Lorenzana no deja ver que al arzobispo le hubiese preocupado la ausencia de aquella Primera Carta y en consecuencia hubiese realizado parecida búsqueda en los archivos de la Nueva España.

Una búsqueda infructuosa

Desde la segunda mitad del siglo XVIII el historiador escocés William Robertson21 después de terminar la historia de su tierra natal, el reino de Escocia, fijó su atención y empeños en la Historia… pues en la concepción de ese historiador, aquel imperio fue el parteaguas del progreso de la sociedad europea. Tema que estudió y describió en el libro correspondiente; sin que se hubiese detenido en las campañas de invasión y conquista de los territorios al occidente de la isla de Cuba o Fernandina, que emprendió Fernando Cortés y cuyas secuelas, tanto para los habitantes originarios como para los de Europa, marca nuevos momentos en la historia de la humanidad.

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