Daniel Ramírez - Manifiesto para la sociedad futura

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Desde hace décadas, la filosofía política y social se ha visto inhibida por aquella admonición posmoderna del «fin de los grandes relatos». Mucha teoría crítica ve la luz sobre un punto u otro, pero la perspectiva global ha sido eludida por miedo a las utopías, a los sistemas, a las ideologías. Sin embargo, sin una teoría comprensiva, es difícil sobrepasar la esfera de los micro combates. Evidentemente es un desafío mayor y se puede entender la reticencia de los filósofos. El presente libro pasa por sobre aquellos temores osando una perspectiva global, una teoría completa de los cambios sociopolíticos, ecológicos, económicos y antropológicos que están en curso y los que deberían ponerse en marcha para que se pueda hablar verdaderamente de sociedad futura. En diez puntos fundamentales se perfila esta nueva filosofía política conducente a lo que el autor llama transocialismo, una visión radical de los cambios necesarios, destinada a reforzar el empoderamiento de los nuevos movimientos sociales e inspirar la generación de futuras constituciones. Su escritura clara y directa y su original estructura hacen que el lector disponga de alguna manera de tres libros o tres niveles de lectura: un manifiesto (la introducción, el manifiesto propiamente tal y la conclusión), llamado a impactar las consciencias; un ensayo (el corpus de los 10 capítulos) que moviliza la imaginación política de largo alcance; y un tratado (agregando las más 800 notas al pie de página) que hace que sea un instrumento universitario y de investigación indispensable para los desafíos de las sociedades del mañana.

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7) Los bienes comunes , la posesión, uso o habitación compartidos, en sus variadas formas , deben ser cultivados como relación con el mundo alternativa a la sola propiedad privada. Debe reconocerse un principio de inapropiabilidad que debe ser aplicado a una serie de entidades, que deben ser valoradas y respetadas en sí mismas y utilizadas por el bien de todos, con una moderación que haga compatible su preservación y renovación. Como lo reconoce mayoritariamente la ética actual, ni los cuerpos humanos ni el genoma de lo viviente deben poder ser patentados con el propósito de explotación comercial privada. Pero ello no es suficiente: la Tierra, la biósfera y sus riquezas deberían ser, en diferente medida, inapropiables. El agua, el aire, las materias fósiles o minerales del subsuelo, los fondos marinos, los recursos hidrobiológicos, los glaciares, la fauna y la flora, las tierras cultivables, el espacio extraterrestre y todo aquello que puede ser definido como “bienes comunes” no pueden ser objeto de apropiación privada ilimitada en patrimonios inmensos, objeto de explotación con fines de lucro. Pueden ser administrados en tanto que “comunes” por colectivos horizontales que establecen una gobernanza y una gestión equitativa y ecológica de ellos, o ser parcialmente explotados por cooperativas y colectivos. Por razones de eficacia, una gestión privada puede ser aceptable, de manera temporal y bajo el control de instituciones democráticas transparentes, en algunos dominios. Asimismo, la administración estatal puede ser necesaria para ciertos recursos, por sus dimensiones o importancia estratégica. Y tanto la propiedad privada de bienes personales, cuanto la posesión privada o colectiva de tierras cultivables, talleres, lugares de producción industrial, agricultura y comercio de dimensiones moderadas , siguen siendo posibles, como también es el caso de la propiedad intelectual (derechos de autor), y deben ser preservadas y protegidas. Todo esto constituye una verdadera escala de la posesión-habitación del mundo, mucho más variada que la obsesiva escisión privado/estatal que ha fagocitado las teorías y prácticas de la economía política. El principio de los comunes o la inapropiabilidad no son en absoluto la abolición de la propiedad privada, sino su complemento , sin los cuales el despojo, la injusticia y la violencia no tardan en aparecer. Se trata de habitar de manera verdaderamente compartida y responsable las dimensiones comunes que constituyen el marco de nuestro ser en el mundo.

8) El transocialismo es un pluralismo cultural integral .La diversidad de los múltiples pueblos, comunidades, tradiciones, enseñanzas, saberes y estilos de vida debe ser profundamente reconocida . Sin dar la espalda al universalismo de la modernidad, que puede permanecer como un ideal —la universalidad no se decreta, sino que se construye—, una amplia apertura de espíritu hacia las diferencias humanas y una atenta y respetuosa curiosidad hacia los diversos sistemas de valores y maneras de vivir debe fecundar una nueva educación ciudadana en base a una ética de la diversidad cultural . Esta debe reconocer los diversos niveles de las identidades colectivas y despojarse de los vicios centralistas y hegemonistas que tanto han empobrecido nuestras culturas: eurocentrismo, imperialismo, desprecio por las culturas originarias, neocolonialismo, dominación masculina, intolerancia sexual, desconocimiento de la historia, justicia de vencedores, desaparición de lenguas y tradiciones; todo eso debe ser superado por una activa y consciente reformulación de nuestras escalas de valores. Tal como la biodiversidad es esencial al equilibrio de los ecosistemas, la diversidad cultural y humana es la riqueza fundamental de la humanidad.

En las sociedades donde ese concepto es relevante, los pueblos originariosmerecen una atención particular en cuanto al respeto de sus culturas y a su lugar en las sociedades contemporáneas. Sus reivindicaciones de autonomía o autodeterminación, tierras ancestrales, técnicas y artes vernáculas, formas de organización tradicionales deben ser rigurosamente respetadas. Pueblos antiguos, comunidades nuevas, tradiciones, mestizajes, inmigraciones, identidades electivas, lenguas, costumbres, opciones vestimentarias y culinarias: la sociedad debe darles cabida y dinamismo, estimular el conocimiento mutuo y los intercambios respetuosos. La dignidad de cada cual con sus diferencias debe estar al centro de los sistemas jurídicos y educacionales.

9) El horizonte planetario de las sociedades es el cosmopolitismo . Se trata de ir creando nuevos marcos para la vida en común hacia una progresiva superación del nivel organizativo del Estado-nación histórico, en el horizonte de una ciudadanía universal. Los Estados-naciones, si bien continúan siendo la base de la geopolítica y del derecho en el mundo, no son la única forma histórica de construir sociedades ni tienen por qué serlo en el futuro. Se trata de la emancipación y realización de las personas y grupos, comunidades y culturas, en nuevas asociaciones y dimensiones organizacionales de sociedades libres, justas y acogedoras. Estas pueden ser formas locales, regionales, federalistas, plurinacionales y transculturales, con diversos niveles de autonomía, procurando que la dignidad de todos sea reconocida, inspirándose en una cultura y una ética de la hospitalidad , excluyendo toda xenofobia y lejos de todo modelo de dominación y opresión. Debemos avanzar hacia una habitación social y compartida de los territorios, ecosistemas, continentes, biosfera planetaria y noosfera intercultural del mundo.

Consecuentemente, el transocialismo es, decididamente, un pacifismo. La guerra, el militarismo y armamentismo que ella impone y justifica deben ser considerados como un vestigio del pasado subdesarrollado de la especie humana, salvo en condiciones evidentes de autodefensa y de urgencia humanitaria . Debemos dirigirnos hacia la abolición de la guerra , como ya ocurre con los sacrificios humanos, la esclavitud y la pena de muerte, teniendo en la mira una humanidad del futuro que no puede concebirse sino bajo el ideal de una paz perpetua y justa para todos los pueblos. Un cuerpo de fuerzas defensivas de dimensiones razonables seguirá siendo indispensable a toda sociedad mientras este ideal no se haya afirmado en todo el mundo. Pero su misión no debe jamás ser pervertida para fines políticos internos, imponer un régimen o reforzar una ideología. Así, una ética rigurosa y un conocimiento profundo de los derechos humanos deben ser parte esencial de la formación y dignidad de todo soldado.

Se sigue de ello que el transocialismo es un altermundialismo. Debemos avanzar hacia una regulación equitativa de los intercambios internacionales, en la cual el trabajo de unos no sea destruido para crear trabajo (explotado) para otros, ni que la producción de pueblos pobres sirva para el aumento de fortunas transnacionales privadas. Se ha afirmado que otro mundo es posible ; la condición para ello es asumir que otra globalización es necesaria, que llamaremos más bien mundialización, alternativa a la puramente financiera del neoliberalismo planetario actual. El “desarrollo” no debe ser considerado desde un modelo único (industrialización y mercantilización neoliberal), sino diseñado por los pueblos mismos, partiendo de la cultura y la educación, en el horizonte de la concepción de una justicia global. Las diferencias monumentales de riqueza a nivel planetario son un problema real y un freno a un cosmopolitismo del futuro que no se deje arrastrar a la guerra económica de todos contra todos ni a proyectos neocolonialistas ni de hegemonías regionales. Agriculturas y producciones tradicionales, así como las tecnologías más avanzadas, han de coexistir de manera ecológica y socialmente justa, evitando extractivismos, monocultura y predación monopólica; deben poder florecer sin la competencia agresiva de poderes globalizados ni la presión de sistemas bancarios abusivos. Los intercambios y la colaboración deben ser éticamente regidos por principios de equidad, generosidad y fraternidad planetaria.

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