Daniel Ramírez - Manifiesto para la sociedad futura

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Desde hace décadas, la filosofía política y social se ha visto inhibida por aquella admonición posmoderna del «fin de los grandes relatos». Mucha teoría crítica ve la luz sobre un punto u otro, pero la perspectiva global ha sido eludida por miedo a las utopías, a los sistemas, a las ideologías. Sin embargo, sin una teoría comprensiva, es difícil sobrepasar la esfera de los micro combates. Evidentemente es un desafío mayor y se puede entender la reticencia de los filósofos. El presente libro pasa por sobre aquellos temores osando una perspectiva global, una teoría completa de los cambios sociopolíticos, ecológicos, económicos y antropológicos que están en curso y los que deberían ponerse en marcha para que se pueda hablar verdaderamente de sociedad futura. En diez puntos fundamentales se perfila esta nueva filosofía política conducente a lo que el autor llama transocialismo, una visión radical de los cambios necesarios, destinada a reforzar el empoderamiento de los nuevos movimientos sociales e inspirar la generación de futuras constituciones. Su escritura clara y directa y su original estructura hacen que el lector disponga de alguna manera de tres libros o tres niveles de lectura: un manifiesto (la introducción, el manifiesto propiamente tal y la conclusión), llamado a impactar las consciencias; un ensayo (el corpus de los 10 capítulos) que moviliza la imaginación política de largo alcance; y un tratado (agregando las más 800 notas al pie de página) que hace que sea un instrumento universitario y de investigación indispensable para los desafíos de las sociedades del mañana.

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10) Una política de civilizacióny no solo de instituciones y economía es necesaria: el asunto que nos compete, en el fondo, son los fines últimos de la sociedad, que se pueden resumir en la expresión la realización humana . En este sentido, la educaciónes la clave de una nueva sociedad, una educación para la libertad y la creatividad. La ciencia, el arte, la música, la literatura, la filosofía, la historia, la religión y todas las formas y lenguajes del conocimiento, inteligencia y sensibilidad deben ser valoradas y enseñadas como la sustancia misma de la cultura humana, tendiente a su autosuperación y el horizonte en el cual las vidas humanas pueden realizarse. Todas estas actividades han de ser movilizadas para la construcción de una nueva sociedad. Debemos poder decidir cuál la civilización hacia la que queremos dirigirnos, en lugar que algunos pocos decidan por todos; por ejemplo en la cuestión fundamental de nuestra relación con la tecnología, lo virtual, la inteligencia artificial y toda nueva técnica que altere nuestro ser en el mundo, ya sea transformando nuestro cuerpo, nuestra percepción, nuestra consciencia, nuestra inteligencia o nuestra manera de relacionarnos. Deberá resolverse también, entre otras cosas, y de una manera nueva, la difícil cuestión de las ciudades, la vida urbana y los territorios rurales o mixtos, de suerte que los espacios vitales del futuro sean vivibles, conviviales y en lo posible bellos.

La aspiración a una trascendencia o el cultivo de la espiritualidad son legítimos y esto aparece para algunos como una necesidad, ya sea permaneciendo en el marco de valores humanistas, procurando una superación moral y política, o también siendo considerada como un sentido de lo superior, sea este natural o sobrenatural, dando lugar o no a concepciones de lo sagrado o de la divinidad, a enseñanzas y cultos que deben poder expresarse y transmitirse libremente. Así, la futura sociedad será laica y al mismo tiempo, abierta a diferentes formas de espiritualidad . La búsqueda del sentido de la vida, la sabiduría, el cultivo del ser propio en su autenticidad y profundidad, el desarrollo de la conciencia del cuerpo y la interioridad, la sensibilidad, las aptitudes de la percepción, la creación y el goce de la belleza, el sentido de la armonía, la empatía con los demás seres vivos y con la totalidad de lo que nos aparece, la serenidad, la creatividad, la práctica del bien y la experiencia del amor, serán considerados como parte esencial de la libertad. Todo ello debe tener un lugar central en la educación, pudiendo florecer ampliamente en la vida activa, social e individual de todos, viniendo a ampliar y profundizar el ideal de los derechos humanos , desde la protección de las personas hacia su realización plena. Ese es el sentido último de la re·evolución que debemos poner en marcha. Ello deberá concretizarse en una forma inédita de existencia que se perfila en el horizonte de un nuevo humanismo (no antropocéntrico) de los habitantes de la morada terrestre que se reconocen como tales, en el goce compartido, fraternal y respetuoso del mundo común, abierto a los misterios del universo.

I Ser libre, cambiar el mundo

Ciertamente los temas formulados en el manifiesto dependen en gran medida de una nueva comprensión de la existencia del ser humano en el mundo, en otras palabras, una ontología, una teoría del ser del hombre. Pero me ha parecido que ello no debería figurar antes del contenido mismo de la proposición, porque no creo que una interpretación del ser de las cosas pueda determinar de manera clara y lineal una idea del deber ser . El asunto es más complejo, porque cuando se propone una “utopía”, una visión de lo que podría ser la sociedad, no se pone en juego solo lo que creemos que constituye el ser del hombre, sino también, en gran parte, lo que deseamos que sea 37. La voluntad que desea remplaza aquí la razón que conoce. Por ejemplo, cuando en el punto 4 se critica la concepción del ser humano en tanto que “ homo œconomicus ”, en el fondo lo que se quiere decir es que el hombre podría y debería ser otra cosa. Porque en gran medida, aunque sea lamentable, en la realidad de las sociedades actuales, los humanos corresponden efectivamente en gran medida al modelo del homo œconomicus ; han sido educados, condicionados y adaptados a ello, lo cual continúa intensificándose día a día en el mundo actual. Pero de alguna manera sabemos que ello implica una reducción y un empobrecimiento de la vida humana; nuestra voluntad se rebela contra este estado de cosas y propone que ser humano es otra cosa, lo que significa en realidad que sería otra cosa si no hubiera sufrido una cierta alienación.

Ya lo dijimos, se dirá que todo esto es utópico, que “hay que ser realista”, que “las condiciones objetivas”, que “la dura realidad de las cifras”, o que la naturaleza predadora y competitiva del hombre, que como se sabe “es un lobo para el hombre”, o que esto o lo otro. Pero el humanismo desde sus orígenes contiene la idea de que el ser humano, no teniendo una esencia fija, puede hacer de sí mismo lo que decida38. Así podemos decir que de alguna manera la especie humana ha preferido ser lo que es, y que las sociedades de violencia e injusticia reflejan esta preferencia; ello no significa que sea inútil proponer otra cosa: si la plasticidad del ser humano forma parte de la esencia del humanismo, cambiar nuestro destino pude ser posible, debe ser posible. Ningún orden resultante de la historia humana puede pretender ser definitivo, y esto es algo que funda en general, aunque no sea conscientemente, nuestra noción de libertad.

Así, expresiones como “cambiar el mundo” o la afirmación “otro mundo es posible” sin duda pueden ser reflejo de una voluntad minoritaria o muy minoritaria, que por ahora choca contra la inercia, la incomprensión y el miedo al cambio tanto de los pueblos, conservadores en sus usos y costumbres, como de sus élites gobernantes, celosas de sus privilegios, aunque este miedo evidentemente no sea por las mismas razones y una buena dosis de manipulación ideológica no esté en absoluto ausente de esta situación. Sin embargo, si tantos movimientos emergentes, iniciativas, acciones, creación e invención políticas se manifiestan en lugares tan apartados del planeta, es porque al menos concebir otro mundo es perfectamente posible y ponerse en marcha hacia una transformación no es solo posible, sino que ya es una realidad para miles de seres humanos en los más diversos rincones del mundo.

Es lo que yo he llamado “despertar la capacidad de utopía”. Todos tenemos esta capacidad, y ella se manifiesta, como también todo el mundo sabe, espontáneamente en los jóvenes. Luego a veces el temor (la amenaza de la exclusión social), la dureza de la vida, la competencia, tal vez las ambiciones y sobre todo el aislamiento, la vida atomizada que vivimos al menos en las sociedades occidentales, el individualismo degenerando en egoísmo y en indiferencia, todo eso hace que esa capacidad de utopía se vaya apagando o que sea totalmente abandonada como un recuerdo incómodo de la impetuosidad juvenil. Y en un momento, más temprano o más tarde según la persona, se concluye que no se puede cambiar el mundo. Incluso algunos reconocen con una mezcla de nostalgia y de vergüenza, como un personaje de un famoso filme: “queríamos cambiar el mundo, pero fue el mundo el que nos cambió”39. Es curioso, sin embargo, que nadie saque la conclusión, que con toda lógica debería seguirse de ello: que no somos libres . En efecto, si la libertad no consiste en cambiar algo del mundo —y por supuesto no la totalidad—, la acción es totalmente inoperante y carente de sentido, da lo mismo lo que hagamos o no hagamos, lo que deseemos o lo que prefiramos, lo que implica que no existe vida ética alguna.

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