En toda esta filosofía y en sus repercusiones políticas, en el fondo se trata de la sobrevivencia de la especie humana. Se trata de las generaciones futuras humanas . Eso de alguna manera comienza a aparecer insuficiente, por un lado, porque la crisis se ha ido agudizando y las amenazas ecológicas pesan ya sobre las generaciones presentes y, por otro lado, porque se trata también de las formas de vida no humanas, de los animales, las plantas y los ecosistemas, como vimos respecto a la land ethic, tanto porque consideramos que tiene un valor intrínseco como porque consideramos que la vida humana está íntimamente ligada a ellas, y que de todas maneras un mundo en el cual la vida humana sea posible pero sin la presencia de los seres vivos que conocemos —y, sin duda, no se tratará de todos, una extinción masiva está en marcha — sería ya un medio de existencia degradado y de alguna manera menos “humano”.
Jonas se equivocaba —a mi juicio— en dos puntos importantes: primero pensaba que la democracia no era capaz de llevar a cabo las políticas tan impactantes que se necesitarían, los sistemas totalitarios estarían más capacitados para ello (¡!)116, y que finalmente se debería avanzar hacia una especie de gobierno mundial por élites ilustradas que asumieran las tareas difíciles de aceptar para las masas. El segundo punto es en su proposición de “heurística del miedo”117, según la cual deberíamos siempre imaginar lo peor para orientar la investigación. El miedo no siempre es buen consejero y por cierto esta ecología del temor ha existido hace décadas, sin gran resultado, como el fumador al cual se le amenaza con cáncer; si no quiere ni puede dejar de fumar, ese miedo no le impedirá de encender un cigarrillo, incluso para pasar la angustia.
Orientalismos y visiones holistas ancestrales. Buen vivir
Buscando alternativas tanto al pensamiento monoteísta antropocéntrico como al racionalismo industrial de la modernidad, una parte de la sensibilidad actual se vuelca nuevamente hacia el Oriente, principalmente hacia el budismo, en sus diversas corrientes, debido a la idea ciertamente central en las enseñanzas del Buda de la compasión universal ( karuna ) hacia los seres vivos, la no-violencia ( ahimsa ) y el camino o Dharma , que no es solo para los seres humanos; la idea de la ley del karma, justamente, realza el lazo ético entre los todos los habitantes del mundo y se puede concebir que para cada ser hay un camino evolutivo que está religado a todos los otros.
Por cierto, otras formas de espiritualidad menos conocidas en Occidente parecen más próximas incluso a esta sensibilidad, como el jainismo en la India, en el cual sus practicantes evitan la destrucción del más minúsculo insecto, barriendo ante sus pasos para no aplastar ni a una hormiga o utilizando mascarillas para no aspirar minúsculos insectos. La India es, por cierto un territorio propicio al pensamiento ecológico, a partir del agua, con su visión ancestral de los siete ríos sagrados, según el Rigveda, y sus prácticas devocionales que se han mantenido por unos tres mil años, así como los bosques y las montañas, como en el estado del Uttarakhand, cerca del Himalaya, donde están las fuentes del Ganges y el Yamuna, y donde el folklore local conserva la idea de que son moradas de dioses que merecen ser protegidas antes que todo118 .
Asimismo, el sintoísmo japonés guarda vivo el culto a todo tipo de divinidades tutelares de la naturaleza, los kamis , dioses y espíritus protectores del bosque, de la montaña o de los ríos; verdadero culto a la naturaleza, designando arboles sagrados (en ciertas regiones se ordenan monjes a ciertos árboles con el fin de protegerlos, estando prohibido agredir a los monjes, tabú respetado incluso por bandoleros de caminos), construyendo jardines que celebran la armonía y toda una estética de la espontaneidad de lo que surge. El budismo zen ha heredado de esta estética espiritual de la naturaleza. La simplicidad y la perfección del gesto en las artes, como la ceremonia del té, el ikebana, la caligrafía, el tiro con arco ( kyudo )119 y otras artes marciales conservan esta espiritualidad de la naturaleza, lo que puede verse en la belleza impresionante de los jardines que rodean los templos zen, verdaderos poemas ecológicos visuales y vivientes.
En los años sesenta y setenta se generalizó también un interés por el taoísmo chino, en su comprensión de la naturaleza, entendida esta como el equilibrio de sus fuerzas contrapuestas: yin y yang , aunque a veces estas modas ligadas al movimiento New Age han podido ser un tanto superficiales. Por cierto, en el lenguaje de escritores de esa época, la palabra tao , que significa simplemente ‘camino’ o ‘vía’, viene a expresar algo así como la armonía suprema, el conocimiento y la comprensión esencial de algo y, por supuesto, los equilibrios de la naturaleza120. Si bien estas tendencias pueden ser inspiraciones positivas y ayudar a la toma de conciencia, es claro que necesitamos un pensamiento mucho más preciso para afrontar los múltiples y complejos desafíos que la ecología plantea a las sociedades.
Otras corrientes actuales ponen énfasis en la sabiduría de pueblos antiguos en diversas partes del planeta que, por su espiritualidad —ya sea animista, chamanística o politeísta—, estarían mejor provistos para comprender el lazo de los humanos con el resto del cosmos que las culturas occidentales, herederas de los monoteísmos antropocéntricos, del racionalismo, el positivismo, la revolución industrial y el materialismo. Si bien resulta una bella fuente de inspiración, hay que ser prudente en estas materias, ya que en principio nada asegura que las cosmovisiones de los pueblos originarios sean más ecológicas que la Occidental y que el escaso impacto sobre el medio natural de estos pueblos se pueda atribuir en parte al tamaño reducido de estas comunidades121. Así, es importante profundizar el estudio de estas culturas sin caer en mistificaciones. Afortunadamente, un conocimiento creciente se cultiva actualmente en relación con la manera de pensar la naturaleza propia de los pueblos originarios principalmente de las Américas. A este propósito se cita a menudo como una enseñanza importante, sea cual sea su origen, la frase según la cual “La tierra no nos pertenece, somos nosotros los que pertenecemos a la tierra”122. Se constata la utilización generalizada, y no solo en el folklore ni la literatura tradicional123, sino en la lengua corriente, del término Pachamama (‘madre tierra’ en Quechua), que —hecho políticamente significativo— hace su aparición incluso en textos constitucionales como los de Ecuador y Bolivia124, para expresar la idea de una divinidad protectora y benevolente con los humanos, la Tierra, o en todo caso una manera tradicional de nombrar una divinidad tutelar de la naturaleza, que tendría sus propios propósitos y a la cual cabe rendir culto y, por supuesto, respetar sus ciclos y equilibrios125.
También se habla cada vez más, y no solo en la región andina donde tiene su origen, del concepto de “buen vivir”, sumak kawsay en lengua quechua, así como el equivalente aymara: suma qamaña , “vivir bien”, o “con-vivir bien”; asimismo, küme Mogen en lengua mapudungun126 e incluso teko kavi , en guaraní. Se trata más bien de un conjunto de nociones emergentes que de un pensamiento tradicional o de una filosofía ancestral, aunque ellas retoman elementos ancestrales, inspirándose en el modo de vida comunitario de los pueblos precolombinos, y también, de alguna manera, conservado en los pueblos actuales. Es difícil definir con precisión lo que significa este buen vivir , pero se puede decir que permite “construir colectivamente otra manera de vivir […]. El buen vivir, en substancia, es el proceso de vida nacido de la matriz comunitaria de pueblos que viven en armonía con la naturaleza”127 , y en todo caso “no se limita a la noción occidental del ‘bienestar’. Para comprender lo que implica el buen vivir, antes conviene reencontrar la manera en que los pueblos y naciones indígenas conciben el mundo”128 , donde parece fundamental alejarse del productivismo, los esquemas antropocéntricos y patriarcales, que han instaurado un divorcio entre la naturaleza y las sociedades, un modelo colonialista del desarrollo129 , abriendo el camino a la degradación del planeta. Se puede decir que el buen vivir, en sus diversas formas, es una búsqueda de un modelo de vida opuesto al individualismo del sistema neoliberal predominante y que substituye la lucha encarnizada en pos del éxito económico de cada cual por una manera armoniosa y pacífica de coexistir, en la que no se abusa de ningún poder ni se explotan los recursos de manera excesiva. No se puede tener una “vida plena” (es otra traducción posible) si se destruye la, o más bien si no se respeta a la Pachamama, o si no se vive en armonía con los demás seres humanos y vivientes. Un ejemplo histórico de “buen vivir”, aunque la expresión no existiera en esa época, se puede deducir de la organización de los ayllus o comunidades en el altiplano boliviano, chileno y peruano, entre otras cosas, con su sistema ejemplar de distribución equitativa del agua130 .
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