El método de Wittgenstein es el método pragmático, donde las nociones objeto de análisis son ellas mismas posiciones de juego: “Las palabras son también acciones” (1986, §549). Tanto así que la estrategia de los juegos de lenguaje, de alguna forma, dictamina el método de la pragmática: “Queremos sustituir las conjeturas y las explicaciones turbulentas por la consideración reposada de los hechos lingüísticos” (1985: §447). Ahora bien, la pregunta es: ¿hay un único modo de aplicar las categorías epistemológicas de Wittgenstein? Su método enseña por principio que no existe una única forma de trabajar con las categorías analíticas. En otras palabras, no existe la manera correcta de hacer uso de esas categorías, infiriéndose entonces que cualquier otra forma tendría que ser forzosamente incorrecta. Otro modo de exponer este mismo asunto es afirmar que la diferencia en la aplicación de las categorías, cual utensilios de una caja de herramientas, es justamente lo que determinará el método, obteniendo así un recurso pragmático dentro del pragmatismo.
El método de Wittgenstein es el método del análisis gramati cal en uso. Justamente, una concepción semejante ubica a una categoría como juego de lenguaje en el horizonte del pragmatismo: el hecho que las palabras sean asumidas como acciones quiere decir que las palabras son posiciones de juego ( Spielstellung ) en sí mismas. “Las palabras son acciones” parece querer decir que el significado de las palabras surge en su uso, en su aplicación; es en la práctica lingüística donde las palabras adquieren sentido pertinente (véase más adelante cuando expongo el caso de “ball”, p. 57). En este punto, nos atrevemos a sostener que Wittgenstein ha asumido, premeditadamente o no, el problema de la performatividad al considerar que hablar es actuar.
Wittgenstein dice simplemente que “no hay un método filosófico , aunque hay en verdad métodos, como diferentes terapias” (1986, §133). Lo que esto implica es que el tratamiento de un problema filosófico no puede ser me cánico, aplicando tal o cual fórmula, como si los pasos estuvieran dados de antemano y no se tratara más que de seguirlos, como quien sigue un instructivo de operaciones. De hecho, afirma Tomasini (2002), puede demostrarse que debajo de la etiqueta del “método wittgensteiniano”, lo que se encuentra es una multiplicidad asombrosa de estrategias y de técni cas filosóficas, de modo que “hay, desde luego, un enfoque particular, una perspectiva peculiar, pero no mecanismos simples.” (2002, p. 391). Tomasini, en “Pragmática y análisis gramatical”, lo interpreta como una “iniciación” en diversos juegos de lenguaje –semejante a los primitivos juegos de lenguaje descritos constantemente por el vienés a lo largo de todas sus obras. Hablar es la demostración de haberse “iniciado” en una forma de vida, precisamente en esa que ha sido verbalizada en tal o cual juego; por eso Tomasini considera que
para las Investigaciones filosóficas hablar es básica o primordialmente actuar. Aprender a hablar es iniciarse en diversos juegos de len guaje y esto último es, simultáneamente, aprender a tomar parte en las respectivas formas de vida. La idea es que aprender a hablar es apren der a actuar “normalmente”, es decir, espontáneamente en un nuevo dominio: el de los sistemas regulados de signos. En este sentido, apren der a hablar es como aprender a caminar, a masticar, a voltear la cabe za, etc. Es, pues, algo que podemos hacer de manera normal, directa, espontánea o, por razones especiales, con parsimonia, solemnemente, pomposamente o, más en general, de un modo cualificado por algún adverbio. El hablante normal se conduce en relación con las palabras como se conduce el señor normal que en la mañana pone a hervir el agua para un huevo, se pone los calcetines o se rasca la espalda. Dicho de otro modo, el hablante normal teoriza en torno a la comunicación tanto como el respetable señor normal teoriza en relación con las ac ciones mencionadas, o sea, nada. Si actuar de manera natural es preci samente estar en el nivel previo al de la teorización y hablar es una forma de actuar (es actuar vía signos), ¿no resulta entonces sencillamente inapropiado buscar una explicación del hablar? Si reconocemos que hay efectivamente un nivel de reacciones espontáneas, ¿no es en tonces lo más desencaminado teorizar al respecto, buscar una teoría para lo espontáneo? Así, pues, abandonar la teoría de la espontaneidad en relación con el habla implica abandonarla en relación con la acción, puesto que hablar no es sino una variante o modalidad de la acción humana. El requerimiento de modelos explicativos para la comunica ción normal, cotidiana, es, pues, tan indispensable o tan superfluo como lo es para la acción humana (Dascal, 1999, p. 236).
Tomasini abre las puertas a la interpretación posfilosófica planteada por Rorty sobre la filosofía wittgensteiniana. Si se acepta la idea de Tomasini como una interpretación aceptable del pensamiento wittgensteiniano, se debe aceptar la postura posfilosófica de Rorty, en la que una vez eliminada las pretensiones referencialistas o representacionistas de la filosofía, queda eliminada la pretensión de verdad en sentido trascendental. Luego no existen juegos de lenguaje mejores que otros, y con ello no hay mejores explicaciones que otras, pues el fundamento metafísico queda reducido a un sistema de creencias que darán validez a las proposiciones. En última consecuencia, se tiene que, en el lenguaje corriente, no existirá algo semejante a modelos explicativos mejor logrados, pues, coincidiendo con la idea de Tomasini, en la vida cotidiana esto carece de interés. Aunque Putnam (1999) no está muy de acuerdo con Rorty en esta lectura, por lo menos sí le reconoce el pluralismo pragmático:
Si bien la interpretación de Rorty no es demasiado justa, al menos logra recoger con claridad una característica genuina de la posición de Wittgenstein. Este hereda y amplía lo que anteriormente he llamado el pluralismo de Kant: la idea de que ningún juego de lenguaje amerita el derecho exclu sivo de ser considerado “verdadero”, o “racional”, o “nues tro sistema conceptual de primera categoría”, o el siste ma que “describe la naturaleza última de la realidad”, o cualquier otro término de ese tipo. Wittgenstein, por así decirlo, reúne en un solo compromiso a Rorty y a Quine: se manifiesta de acuerdo con Rorty, contra Quine, sobre el hecho de que no se puede decir que los juegos de lenguaje científicos son los únicos en los que se afirman o se escriben premisas verdaderas o en los que se describe la realidad; pero, por otro lado, se declara de acuerdo con Quine, contra Rorty, sobre el hecho de que los juegos de lenguaje pueden ser criticados (o “combatidos”) y de que existen juegos de lenguaje mejores y peores [esto último es la insistencia de Putnam contra Rorty]. (pp. 59-60).
El pluralismo que tanto atrae a Rorty y a Putnam parece estar fundamentado en los siguientes pasajes de Sobre la certeza cuando se cuestiona la física como el locus veritatis , el modelo explicativo mejor logrado por sobre cualquier otro. Pero, ¿qué hay de malo con eso? Nada, si las personas que los aceptan lo hacen con “buenas razones”, así como tampoco hay nada de malo para aquellas otras que no lo aceptan por “buenas razones”:
§ 609. Supongamos que encontramos algunas personas que no lo consideran una razón excluyente [guiar la conducta por las proposiciones del físico]. ¿Cómo nos lo deberíamos imaginar? En lugar del físico, consultan al oráculo. (Es por eso que los consideramos primitivos). ¿Es incorrecto que consulten al oráculo y se dejen guiar por él? —Si decimos que es “incorrecto”, ¿no partimos de nuestro juego de lenguaje para combatir el suyo?
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