El intento de evadir la experiencia de contacto con objetos vivos, mediante la destrucción de la función alfa, deja a la personalidad imposibilitada de tener una relación con aspectos de sí mismo que no semejen un robot. Sólo los elementos beta están disponibles para cualquier actividad que toma el lugar del pensamiento y los elementos beta son aptos sólo para la evacuación –quizás a través de la identificación proyectiva (p. 13)
Y posteriormente, en 1970, dijo:
“No-existencia”, se transforma inmediatamente en un objeto inmensamente hostil y lleno de envidia asesina hacia la cualidad de la función de “existencia”, donde sea que ésta pueda ser encontrada [p. 19-21]
Estos sentimientos pudieran ser personificados por una persona “no-existente”,
[…] cuyo odio y envidia son tales que “eso” [ it ] 12estará determinado a remover y destruir todo rastro de “existencia” de cualquier objeto que pudiera considerarse “poseedor” de alguna existencia que pudiese serle removida. Tal objeto no existente puede ser tan terrorífico que su “existencia” es negada, dejando sólo el “lugar en donde estaba” [Bion, 1965, p. 111]
Cuando la mente es contenida por un trauma pre-conceptual, recurrirá a la envidia y la voracidad; sin embargo, si el trauma pre-conceptual es contenido por la mente, entonces la mente estaría contenida por la vida, por su continuo devenir y su final con la muerte. Creo que es absolutamente necesario alcanzar un estado interno de “bienestar” mediante la “nivelación” de lo que esperamos ser –de lo que Heidegger designó como el Dasein–, con lo que en verdad somos, es decir, con nuestra propia naturaleza. Si somos capaces de alcanzarlo, la vida y la muerte adquieren verdadero significado porque habrán así más posibilidades de ser “expulsados de la vida”, de un modo más humano! Investigar esta interferencia inducida por traumas tempranos que obstaculizan la función alfa y se estructuran como objetos internos capaces de inducir sentimientos de “no-existencia”, es exactamente la intención focal de este artículo. Pasemos a considerar el caso de Emilia.
El caso de Emilia
Emilia, una enfermera graduada, inteligente y de 60 años quien consultó porque se sentía deprimida a raíz de una polémica separación de un hombre con quien había estado viviendo durante los últimos siete años. Cuatro circunstancias fueron significativas desde el inicio de su análisis: i) le confería gran importancia a las cosas materiales y siempre vestía a la moda y bien combinada; ii) había estado casada dos veces, la primera vez a sus 26 años y la segunda a los 38. Sus matrimonios terminaron porque ella se desilusionaba y se sentía en “desamor”; iii) la insistente evidencia presente en la transferencia de mantener viva en su mente a su madre fallecida unos veinte años atrás, como si hubiera una necesidad interna que le imponía mantenerla viva. Tenía algunas prendas y vestidos de su madre que ahora ella usaba o las mantenía en su closet; iv) por último, temor a la cercanía, a depender y confiar en otros.
Fue única hija y cuando tenía 11 años, su padre quedó ciego luego de un accidente que lo volvió económicamente dependiente de la tienda de antigüedades de la madre de Emilia. En la primera sesión trajo un sueño corto: Su padre vestía una bata de baño azul. Era una bata de su madre la cual era reversible; podía ser usada por ambos lados. Le dije que quizás percibía a su padre como reversible, con dos caras y poco confiable. Añadió que ellos se comportaban de la misma manera y que su padre se volvió muy dependiente de su madre después del accidente. “Mis padre eran así”: –junta ambas manos como si rezara– “No había espacio para mí”. Luego se queja de su pareja actual; ‘A’ no quería casarse con ella y ella no se sentía muy segura de amarle. Parecía como si en su mente, había una niña rabiosa intentando, por envidia, sabotear la relación que el lado adulto en ella era capaz de establecer con un hombre; similar a como sentía que sus padres la hicieron sentir cuando niña, “que no había espacio para ella”.
Después de un año en terapia y debido a una persistente tos, decidió consultar a su médico de familia y descubrió la terrible noticia de tener cáncer de colon, diseminado también en el hígado. Recuerda que su madre tuvo un diagnóstico similar aunque localizado, lo que le permitió sobrevivir por treinta años más, después de serle removido parte del estómago. El diagnóstico de cáncer indujo cuatro sentimientos importantes: i) terror a que, en lugar de estar amenazada de muerte, sería más bien torturada hasta morir; ii) rabia y envidia intensas presentes en la transferencia, como si ella fuese la única que iba a morir mientras el resto de las personas vivirían por siempre en una continua fiesta; iii) rabia y vergüenza hacia ella misma por haber “fracasado en la vida” al estar enferma de cáncer; iv) enorme sospecha de ser rechazada por igual motivo tanto por el novio como por amigos al igual que en la transferencia; se sentía como “una total decepción”. Parecía como si sentirse avergonzada y fracasada, a raíz del diagnóstico, hubiese producido en ella la idea de que inconscientemente estaba lidiando con “algo diferente” a la amenaza de sufrir de cáncer. Era una forma de conocimiento que me recordaba lo referido por Bion (1965) como “conciencia alerta” 13:
Esta “conciencia” [ha dicho Bion] está dada por el conocimiento directo de una ausencia de existencia que reclama existencia, un pensamiento en busca de un significado, una hipótesis definitoria en busca de una realización que se le aproxime, una psique en busca de una habitación física que le dé existencia, un contenido en busca de un continente. [p. 109]
En un momento dado Emilia dijo sentirse muy sospechosa de ‘A’, quien la había invitado a salir fuera de la ciudad por el fin de semana y ella temía que le iba a plantear que no quería verla más. Recordó tres sueños: En el primer sueño usaba una bufanda que pertenecía a la madre Teresa de Calcuta. Había una multitud de personas que se apartaron para que ella pudiese verse a sí misma sentada en un bistró. En un segundo sueño compraba varias medias porque estaban en oferta. Finalmente iba a ver una obra sobre Galileo, con un novio de su adolescencia. Los asocia con el día anterior cuando regresaba del fin de semana con ‘A’ y él se detuvo para comprar medias en oferta. “Aunque él tiene dinero, es muy frugal consigo mismo”. Recuerda a su marido anterior, quien la obligaba a devolver lo que ella había comprado si él no estaba de acuerdo. No sabía qué pensar sobre de la bufanda de la Madre Teresa y sobre la obra de teatro, aunque creía que estaba relacionado con la ceguera del padre, que quizás lo que pasó con él en ese entonces era similar a lo que estaba pasando con ella ahora. Acerca del bistró, recuerda que cuando se estaba casando por primera vez, no se sentía muy segura de querer hacerlo y cuando salía de la iglesia, se vio claramente a ella misma sentada en un bistró ubicado al otro lado de la calle. Le dije que ella sentía que contrajo el cáncer porque era “mala” y no “buena” como la Madre Teresa; que quizás ahora deseaba estar fuera de su cuerpo, igual como le sucedió cuando se casó por primera vez y deseaba no estar allí. Galileo quien murió ciego, le recuerda a su padre ciego y que le gustaría que yo cuidase de ella así como ella trató de hacerlo con su padre. También le dije que podía haber un elemento interno en ella que era frugal con ella misma y la trataba de modo barato, como si ella no mereciera cosas buenas o el derecho a ser buena con ella misma.
La siguiente semana Emilia llegó a consulta llorando y disgustada. Dijo sentir rabia e infelicidad porque pensaba que el resultado de las pruebas que debía recoger en el hospital iba a ser poco alentador y se cuestionaba el venir a verme por cuanto sentía que yo no podía hacer nada por ella. Lloraba amargamente y decía que todo el mundo estaba bien menos ella. Le pidió a una doctora amiga si podía recoger los resultados en el hospital, pero ésta le dijo que era política del hospital entregar los resultados personalmente al interesado. Pensaba que eso no era verdad, que lo que sucedía era que los resultados eran tan negativos que su amiga rehusaba ser la mensajera de noticias tan terribles. Al siguiente día fue a recogerlos y el doctor le dijo que los resultados eran mejor de lo esperado, que el cincuenta por ciento de los tumores se habían reducido y más aún, calcificados. Pero aun con las buenas noticias, no se sentía complacida y lucía emocionalmente fatigada. Le dije que quizás en su mente, alguien –posiblemente el aspecto “barato” dentro de su mente– la observaba secretamente; si se mostraba muy feliz por las buenas noticias iba a ser castigada mediante el empeoramiento del tumor; pero si sufría, alguien tendría conmiseración para con ella y le eliminaría la enfermedad. Recordó que su madre era más cariñosa con ella cuando se enfermaba.
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