Consecuencias: Provocamos un miedo irracional en los niños.
Alternativa: «No te vamos a hacer caso hasta que te portes bien».
«Deja de llorar como una niña. Los chicos no lloran».
Consecuencias: Además de entrar en juicios de tipo sexista, podemos hacer que el niño inhiba la expresión de sus sentimientos.
Alternativa: Tendremos que distinguir entre el llanto de llamada de atención, al que extinguiremos con frases como «No se lloriquea» (independientemente del sexo), de aquel que se desencadena cuando el niño tiene un problema. En este último caso, lo consolaremos y trataremos de ponernos en su lugar para ayudarle.
¿Cómo establecer una comunicación positiva con los hijos?
Utilicemos palabras que ellos entiendan.
Seamos claros, no ambiguos.
Seamos breves.
Asegurémonos de que nos están atendiendo cuando hablamos.
Mantengamos nuestra palabra, tanto en promesas como en advertencias.
Escuchémosles, prestémosles atención y no les interrumpamos cuando hablan.
5. ¡CUIDADO CON LO QUE HACEMOS! LOS NIÑOS APRENDEN POR MODELADO
No debemos olvidar que la principal fuente de aprendizaje de un niño es el modelado. Los niños copian lo que ven, y sobre todo lo que ven en sus adultos de referencia, que principalmente son sus padres y sus hermanos mayores. Por eso es fundamental no caer en la trampa de exigir al niño que no manifieste una determinada conducta, si los padres sí que lo hacen, pensando que el niño va a entender que es una excepción y los mayores están exentos de dicha norma. Por ejemplo:
Si le decimos que no hay que gritar, los padres son los primeros que deben cumplir la norma y no gritar.
Si se le dice que no se debe pegar, por muy desesperados que estén los padres, tampoco ellos deben darle un cachete.
Si se le dice que no mienta, los adultos deben predicar con el ejemplo y no buscar excusas para sus mentiras de adultos.
Cuidado: los hijos copian lo que ven a sus padres. No exijamos justo lo contrario de lo que nosotros hacemos.
Es normal que el niño suelte frases del tipo: «Papá, ¿por qué has mentido?, nos has dicho que no se miente». Instaurar unas normas en la familia facilitará mucho la educación de los hijos; pero dichas normas han de cumplirlas todos los miembros, empezando por los mayores. Órdenes tan básicas como «no grites», o «no llores» cuando el niño monta una pataleta, pierden mucha efectividad si el adulto las emite gritando. El objetivo será permanecer con un tono de voz frío, pero sin mostrar alteración.
En el caso de niños más pequeños, preguntarán por qué los padres se han saltado la norma, porque no lo entienden. Si se ha fijado una pauta, ¿por qué para los mayores no vale? Según van creciendo, cada vez son más conscientes de las incoherencias educativas de sus padres, y ese «no entender», da lugar a un sentimiento de injusticia –«¿Por qué yo no puedo gritar y papá y mamá gritan constantemente?», «¿Por qué me dicen que eso no se hace si ellos lo hacen?…»– que, llegada la adolescencia, puede incluso desembocar en un acto de rebeldía: «Voy a comprobar lo injusto que es el hecho de que yo no pueda hacer esto pero mis padres sí». Se debe seguir teniendo cuidado, dado que en esta edad, aunque aparentemente los adolescentes no necesitan a sus padres, siguen precisando de su cariño y comprensión ya que a pesar de su aparente rechazo todavía dependen de ellos.
Con los adolescentes todo se vuelve más complicado. Cuando queremos instaurar en ellos conductas sanas, la dificultad aumenta si su modelo familiar actúa en sentido contrario. Por ejemplo, ¿con qué fuerza moral le explicamos que él no puede fumar si los padres lo hacen? Con esta actitud favorecemos la disonancia cognitiva que se crea en torno a estas conductas: «Sé que fumar o beber es malo, pero aún así lo hago, y muy perjudicial no debe ser, si además mis padres lo hacen».
Los niños tienen una gran capacidad de observación. Perciben perfectamente lo que sus padres hacen, cómo les educan, y detectan sus incoherencias educativas. Por ello, es necesario intentar que estas desaparezcan. En el caso de que los niños pillen a los padres en un renuncio –que seguro que alguna vez ocurrirá–, no se debe dar la vuelta a la situación con explicaciones que suelen ser más largas de lo deseado, y que muchas veces están por encima de su propio desarrollo cognitivo. Será mucho más efectivo aplicarse la misma consecuencia que se impone a los hijos.
Los niños se dan cuenta de las incoherencias educativas de sus padres y de que en muchas ocasiones lo que les dicen que hagan no es lo mismo que hacen sus padres.
Sara es una niña de seis años de edad que viene a consulta porque sus padres están preocupados por las dificultades que tiene a la hora de relacionarse con otros niños y porque le cuesta mucho obedecer en casa. En una ocasión, Sara y sus padres se fueron a pasar el día al campo con familiares y amigos. Había un lago con patos. El padre contó una anécdota de su niñez, en la que sin querer, jugando con unos amigos a tirar piedras en un lago, mató a un pato y se organizó un lío impresionante con el Seprona de por medio. Todos los allí presentes se rieron mucho de la historia del padre de Sara. Al rato la niña se puso a tirar piedras a los patos y sus padres la regañaron porque eso no se podía hacer. La niña se cogió un gran disgusto.
¿Qué ocurrió? Sara estaba siendo consciente de la discrepancia educativa de su padres. En ese momento, ella solo quería reproducir la «hazaña» que había contado su padre, y generar la misma expectación y atención en los presentes, creía que esa era una forma de hacer amigos. En este caso, la rabieta de Sara estaba motivada por el sentimiento de injusticia y por el hecho de no comprender la situación que había ocurrido en ese momento.
«Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera».
Albert Einstein
6. LA IMPORTANCIA DE LAS NORMAS Y DE LOS LÍMITES
Actualmente, los hijos poseen cada vez más y más cosas y no tienen que hacer ningún esfuerzo por conseguirlas, y no por ello podemos afirmar que son más felices. Además, en general, cuantas más cosas tienen los niños, más cosas quieren, por la progresión insaciable que supone «el tener» frente a la gran oferta que existe hoy día. Y llega un momento en el que los padres se ven incapaces de proporcionarles más satisfacción por la vía material. Se encuentran desorientados y superados porque ven que no disminuye el grado de exigencia en los hijos, sino que, al contrario, aumenta el nivel de inconformismo.
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