El capítulo 6 nos transporta a China, para encontrarnos con una experiencia de tratamiento y transmisión del psicoanálisis que se producen en simultáneo. Los Scharff, David y Jill, comparten su trabajo en Oriente en una intervención realizada con una familia china en China en presencia de alumnos en formación y con la ayuda de un traductor. Una verdadera experiencia intercultural que pone a trabajar nuestro sentido común y el respeto por la diversidad cultural, hechos estos resaltados en los comentarios de Isabel Gomes y Miguel Spivacow. La primera, sin embargo, se interroga si realmente, y sin desconocer la diversidad de paradigmas culturales, la comprensión psicodinámica del caso demanda nuevos instrumentos conceptuales o basta con los que el psicoanálisis, nacido en Occidente, nos ha aportado. Spivacow, entre sus comentarios elogiosos, subraya la posición prudente y respetuosa de los terapeutas, que debería guiarnos en cada consulta si deseamos hacer del psicoanálisis del siglo XXI uno que no permanezca aislado en una torre de marfil sino integrado a la sociedad contemporánea.
En el capítulo 7 Lucía Morabito nos presenta el caso de una pareja atravesando una descompensación proyectiva, según ella lo denomina, y las vicisitudes del duelo que deben atravesar por la pérdida del sistema de identificaciones proyectivas mutuas. Como señala Mary Morgan en su comentario, el caso nos enseña una vez más cómo junto a los deseos manifiestos de encontrar un cambio en la relación, subyace también un poderoso anhelo inconsciente de mantener el equilibrio previo. En esto coincide Karen Proner, si bien en su comentario aporta la noción de claustro acuñada por Meltzer para describir el modo en que muchas parejas como la de Mireya y Adolfo dominadas por el terror sin nombre en una colusión silenciosa, sólo pueden escapar del encierro en ese espacio mediante un asesinato, en este caso el de un bebé o la pareja.
Trabajando con los vínculos (capítulo 8), Elizabeth Palacios nos ofrece el relato de una experiencia clínica del tratamiento de una pareja de funcionamiento narcisista y del abordaje individual de cada uno de sus integrantes, a fin de mostrar el tipo de vínculo que cada uno es capaz de construir en dispositivos diferentes. La contribución de Lin Tao focaliza en la lectura del posicionamiento edípico y el uso que los integrantes de la pareja hacen de las interpretaciones más allá de su valor semántico. Esto mismo es minuciosamente considerado por Susana Muszkat quien resalta las dificultades en el reconocimiento de la otredad y además se interroga por la clase de efectos transferenciales de incluir dispositivos de tratamientos simultáneos. Desde ópticas diversas, sin embargo, ambos comentadores convergen en una comprensión similar del caso y empatizan con las dificultades contratransferenciales de la terapeuta.
El capítulo 9 es un interesante ejemplo de cómo muchas veces nos resulta más fácil a los analistas encontrarnos en la clínica, a pesar de tener modelos conceptuales heterogéneos. La presentación de dos entrevistas familiares que aporta Mónica Vorchheimer, y en cuyo título insinúa ya la dificultad de salida exogámica y la constitución de nuevas familias, es comentada por David Scharff quien señala convergencias en la comprensión del caso, aunque sugiere propuestas de abordaje divergente.
Por último, Richard Zeitner contribuye con un minucioso relato clínico de un proceso terapéutico con una pareja cuyos integrantes han sufrido traumas tempranos. Su comprensión de los mismos a través del discurso verbal y paraverbal así como de sus experiencias contratransferenciales permite gradualmente una redistribución de las funciones maternales originalmente delegadas in toto en el marido y así poder asumir las funciones parentales ante la llegada del segundo hijo. En su comentario, Teresa Popiloff hará foco en las alianzas inconscientes que negativizaban, por un lado, la masculinidad de Michael en la que se homologaba masculinidad y abuso, y por otro la maternidad de Sara, en tanto madre se equiparaba a regresividad psicótica. Asimismo, sugiere que estas alianzas inconscientes están en la base de la negativización de la sexualidad de la pareja.
Todo el libro está recorrido implícitamente o explícitamente por la búsqueda de semejanzas y diferencias. Algo que, sabemos, ocupa a todos los participantes de un vínculo, sea éste una pareja, una familia o una institución. Por esta misma razón, si bien este libro es en español, se podrá reconocer la diversidad de matices de la lengua. Algunos textos han sido originalmente escritos en inglés y traducidos; y sabemos que toda traducción fuerza cierta traición por efecto de las decisiones interpretativas. Otros provienen de analistas de países de habla española pero cuyas lenguas tienen expresiones, estilos o matices diversos. Hemos optado por conservar esta diversidad, también como muestra del espíritu que anima esta publicación. Como en todo encuentro con otro, reconocer las diferencias es un primer paso para que surja el respeto necesario para que se produzca un encuentro. De ocurrir el encuentro, ya no nos dejará tal como éramos antes de que hubiera acontecido. Esperamos que con la lectura de este libro, algo análogo le ocurra al lector.
Referencia bibliográfica
Levi-Strauss, C. (1988). Tristes trópicos. Barcelona: Paidós. pp. 47. [Tristes tropiques. New York: Atheneum, 1974]
Capítulo 1
Haciendo historia
PARTE I.
HISTORIA DEL PSICOANÁLISIS DE FAMILIA Y PAREJA EN LATINOAMÉRICA
Roberto Losso
Latinoamérica tuvo un rol central en el nacimiento y desarrollo del psicoanálisis de familia y pareja, pues dicho nacimiento se produjo simultáneamente e independientemente en los Estados Unidos y en la Argentina, hacia fines de los años 40 y comienzos de los 50. Fue entonces que en los Estados Unidos varios psicoanalistas y psiquiatras dinámicos (Lidz, Jackson, Framo, Ackerman y otros) y en la Argentina (Pichon Rivière), conscientes de la insuficiencia de los tratamientos psicoanalíticos “clásicos” en los pacientes que padecían de las llamadas patologías graves (esquizofrenia, estados fronterizos) por una parte, y en los niños por otra, comenzaron a sentir la necesidad de incorporar a la familia al proceso terapéutico. Pudieron comprobar así cómo mucho de lo psíquico que parecía “incomprensible” o las conductas “extrañas o aberrantes” cobraban sentido a la luz de la investigación de las interacciones familiares. Asimismo, notaron cómo los pacientes expresaban el sufrimiento familiar a través de sus síntomas, como portavoces de los conflictos familiares –expresión acuñada por Pichon Rivière (1971)– y como ya lo señalara Freud se servían de ellos para sus propios fines. Las primeras teorizaciones nacieron del tratamiento de familias con miembros con patologías graves. En la misma época, Bowlby (1949) efectuaba entrevistas familiares como auxiliares de las sesiones individuales en la Tavistock Clinic.
En los Estados Unidos una primera aproximación fue la de Harry Sullivan (1953) con su teoría de las relaciones interpersonales y sobre todo la de Frida Fromm-Reichmann, con su ahora clásico concepto de madre esquizofrenógena. Posteriormente, Lidz (1958) introdujo también la importancia del padre y desarrolló sus conceptos de cisma y sesgo matrimonial, y el de transmisión de la irracionalidad. Fueron asimismo pioneros los estudios de Bowen (1965) con su concepto de masa indiferenciada del yo familiar, los de Wynne y colaboradores (1958) sobre pseudomutualidad y cerco de goma, y los de Jackson (1958) sobre homeostasis familiar.
Desde el campo del psicoanálisis de niños, autores como Ackerman (1958) plantearon la necesidad de encarar el tratamiento no sólo del niño sintomático, sino también el de su familia. Anna Freud había ya indicado la necesidad de completar el análisis del niño con una tarea educativa de los padres.
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