1 ...8 9 10 12 13 14 ...29 —¿Cómo andan las cosas con el comisario Ballesteros? —preguntó, intentando marcar territorio.
Susana borró cualquier atisbo de armonía en sus ojos verdes. Conocía muy bien a Vallejo. Aquel era un día donde don Alexis ocupaba a pleno su rol de liderazgo en ese grupo de marginales.
—Todo tranquilo —respondió de mala gana—. El hombre se la pasa preguntando por tu vida pública. Ahora quiere conocer tus amoríos privados… Pobre infeliz. Está obsesionado con verte algún día entre rejas.
—No es el único que tiene esos deseos, querida. Sigue recitando el libreto estipulado. Algún día el idiota se cansará de intentar escribir sobre el agua…
Aquella era otra de las tareas que el colombiano asignaba a Susana: realizar el trabajo de una doble agente. De esa manera controlaba el entorno, sobornando y anticipándose a las jugadas de los enemigos.
El comisario Adrián Ballesteros estaba concentrado en las actividades clandestinas de don Alexis. Conocía superficialmente el circuito internacional que movía Vallejo y la facturación anual generada por el grupo. De todas formas, el seguimiento de un clan como el del colombiano excedía sus posibilidades operativas dentro de la fuerza policial. Vallejo pensaba que el policía pergeñaba asociarse de alguna manera con el grupo. Los funcionarios argentinos tenían inclinaciones a las actividades empresarias pero sin hacerse cargo de pérdidas eventuales. Les gustaba contar billetes al finalizar operaciones rentables pero se ponían difíciles cuando se debía restituir patrimonio.
Susana venía desempeñando la función de falsa informante desde hacía unos cinco meses. El contacto lo había realizado un subcomisario amigo del colombiano. A la mujer le costaba ejercer el oficio. El policía era persona dócil, pero también podía volverse violento según las circunstancias. Principalmente cuando bebía más de la cuenta.
Patricio escuchaba la conversación manteniéndose al margen. Solía hacerlo cuando el jefe desarrollaba sus pláticas con socios o proveedores. Pero aquel diálogo en particular le interesaba, tal como le interesaban las cosas que comprometían a Susana. A veces proyectaba en su pantalla mental escenas donde el comisario y Susana se movían desnudos en la alcoba. En esos momentos una gran indignación lo embargaba.
El colombiano hizo un gesto dirigido a una de las mesas lejanas. Parecía un saludo. Habló con voz neutra:
—Ve y atiende al irlandés… Esta noche tienes libre el cuarto número dos. Al número cuatro no te acerques…
Susana terminó de beber su whisky. Observó al pelirrojo con rápida mirada. El irlandés le sonreía desde la mesa. Ella agitó su mano a la distancia.
—Y bien… —murmuró la prostituta por lo bajo—. Todo sea por la causa…
Caminó lentamente hasta la mesa indicada. Los dos clientes la recibieron sonrientes mostrando dientes desparejos y expresiones sinuosas. Conversó con ambos durante algunos minutos. Bebió algún trago mostrándose animada. Rieron formalmente. Luego, sin mediar señal alguna, el irlandés y Susana se pusieron de pie emprendiendo la marcha rumbo a las habitaciones traseras. El segundo en la mesa continuó consumiendo su bebida.
—Tranquilo, Patricio. Todo anda bien —acotó el colombiano una vez desaparecidos el irlandés y la mujer.
El barman no acusó recibo al comentario de don Alexis.
En esos momentos una figura femenina atravesó el recinto. Su paso lento y provocativo llamaba la atención de los pocos asistentes al local. El colombiano mostró sorpresa en la mirada. Patricio sospechaba que el jefe sentía cierto temor ante la presencia de “la figurita difícil”.
“Siempre le tuvo miedo”, se dijo, molesto con sus propias ideas. Proyectaba en don Alexis el resentimiento de imaginarla a Susana en el cuarto a merced del pelirrojo. La mujer caminó hasta ubicarse en la barra frente a los dos hombres. Esa noche su rostro se percibía serio y la mirada dura. El barman conocía aquella expresión. La vida personal de Alicia transitaba un territorio sellado a la vista de los demás. Ni el propio colombiano tenía acceso a sus secretos más íntimos.
—¿Una bebida, señora? —preguntó Patricio.
—Servime en vodka con hielo.
Las palabras se escuchaban como una orden. El barman procedió a complacer el pedido.
—Como ves, todo está tranquilo. Tal como te lo había mencionado.
Vallejo hablaba con cierto recaudo. Estaba tanteando el terreno. Con Alicia nunca se sabía dónde uno estaba parado.
—Esta noche estoy cansada, Alexis. Quisiera acostarme temprano.
—Hoy vamos a descansar todos temprano…
—¿La habitación cuatro permanece ocupada?
—Sí. Todavía no he tenido tiempo de disponer de esa mercadería. Ven, vamos a la número uno…
El colombiano abandonó la barra saliendo por un extremo de la misma. Alicia tomó la copa preparada por el barman. Lucía un vestido largo, de color azul brillante, profundamente escotado y con un provocativo tajo desnudando la pierna derecha. Sobre los hombros llevaba una estola de alto presupuesto. Los cabellos, ondulados y largos, caían como cascada insinuante sobre sus hombros. Tenía toda la presencia de una mujer refinada y deseable. Por algo la llamaban “la figurita difícil”.
Don Alexis la tomó del brazo y caminaron rumbo a la puerta que comunicaba con los cuartos traseros. A Vallejo le gustaba hacer ostentación de aquella mujer, pretendida por todos sus asociados. Recorrieron la pista de baile con paso lento. Los hombres sentados en las mesas observaban al jefe con miradas de admiración y reconocimiento. Solo un verdadero varón podía mostrarse de aquella manera con tan preciada propiedad.
Patricio los observó desaparecer tras la puerta custodiada por uno de los muchachos del jefe. Imaginó la plácida noche que le esperaba a Vallejo, alejado de los embates de un negocio donde resultaba necesario jugarse la vida cotidianamente. Pensó en Alicia. Don Alexis tenía estilo.
La pareja transitó el ancho pasillo donde desembocaban cinco puertas decorosamente espaciadas. En una de ellas se encontraba parado un custodio. Vestía traje oscuro que denunciaba la presencia de un arma debajo de la cintura. La puerta, con trazos metálicos, tenía el número cuatro pegado en su frente. Caminaron rumbo a la habitación número uno. Al aproximarse al hombre don Alexis preguntó:
—¿Todo en orden?
—Sí, señor. No han querido probar la cena pero bebieron abundante agua. Uno se lastimó las muñecas intentando sacarse las esposas pero ya lo hemos solucionado…
—Muy bien. Recuerden, los quiero enteros. En una hora comenzaremos otra ronda de interrogatorios.
—Como usted diga, don Alexis.
La pareja se dirigió a la primera habitación. Dejaron tras de sí al custodio. El hombre resguardaría la seguridad del cuarto donde se encontraban secuestrados los prisioneros.
3
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Te conocí una tarde de invierno.
Aquella línea de subterráneo se encontraba atestada como de costumbre. Me gustaba viajar en ella, mezclarme con la gente, observar esos rostros de esclavos modernos dirigiéndose a sus empleos para cumplir el pacto de sangre contraído con el demonio del trabajo. O rumbo a los hogares, donde esperan los vínculos enfermos tejiendo la trama de mecanismos inconscientes.
Comprenderás, Alicia, que a los de mi condición nos atrae la idea de permanecer sumergidos en la maraña de aquella sustancia que odiamos.
Las paredes frías del recinto donde me mantienen encerrado recrean la sensación de esos náufragos viajando apretujados en aquellos vagones. Los veo allí, aislados unos de otros, sin intercambiar palabras. Algunos leen el periódico, otros observan la nada a través de alguna ventanilla. Cada cual portando la soledad existencial que el alma adquiere cuando asume la ilusión de soledad. También es cierto que en esos antros subterráneos puedo obtener parte de la energía humana necesaria para continuar escribiendo la novela que seguramente dejaré inconclusa. Aquella historia de amor desesperado entre un hijo y su madre, vínculo generador de todo tipo de miedos a través del devenir humano.
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