1 ...7 8 9 11 12 13 ...29 —Hoy habrá pocos tragos —le había dicho el colombiano apenas iniciadas las actividades del club nocturno.
A veces se daban esas contingencias. Al barman le gustaba descansar de los avatares nocturnos. Podía aprovechar el tiempo para mantener conversaciones con el personal de seguridad, entre quienes tenía varios amigos. O, como en aquella ocasión, dialogar con Susana, una de las chicas que Vallejo utilizaba para congraciarse con sus clientes. La mujer ejercía cierto hechizo sutil sobre su persona.
—Hoy el ambiente está tranquilo. Vas a poder descansar del trajín de ayer, con todos los tipos que asistieron. A veces el trabajo se complica, ¿no? —comentó a la prostituta.
—Nunca se sabe, cariño. Aquellos que están en la mesa cuatro son buenos clientes. El pelirrojo está bien “calzado”… Le escapo cuando puedo, pero el tipo es insaciable…
Patricio observó al individuo mencionado por la mujer. Lo conocía. Era uno de los distribuidores de don Alexis en la frontera paraguaya. Personaje difícil. Se comentaba que tenía un par de muertos en su haber. Al tipo le gustaba hacer ostentación de armas. Las llevaba en la cintura como en el viejo oeste americano. Para evitar revuelos, cuando ingresaba al Olimpo, el colombiano se las hacía dejar en el bar.
—El desgraciado hace lo de todo buen enano —comentó sonriendo—. ¿Te sirvo algo? Ya sabés, la primera copa va por cuenta de la casa.
—Dale. Un escocés por favor. Quiero aflojar las tensiones.
El barman tomó la botella que descansaba a un costado de la barra y sirvió buena medida en uno de los anchos vasos disponibles en el mostrador.
—¿Algún problema, linda? Te veo… preocupada.
Susana era mujer atractiva. Tenía unos cuarenta años de edad. Sabía mantenerse en forma a pesar de ciertas arrugas que comenzaban a instalarse en las manos y en el cuello. De cabellos rubios y ojos verdes, la mujer cautivaba con su sonrisa. Sabía utilizar ese encanto con sus clientes. En su vida privada, ella era de pocas palabras y escasas sonrisas. Oriunda de Gualeguaychú, Entre Ríos, pertenecía desde unos diez años atrás al selecto grupo femenino de don Alexis. Había ejercido la prostitución cuando joven y resultaba una experta en esas lides. Era famosa por su gran resistencia para encarar las faenas largas. En uno de estos destinos lo conoció a Vallejo, quedando perdidamente enamorada del colombiano. La impronta la condujo a abandonar la explotación personalizada de su profesión, escapando con su amante. Al cabo de algunos meses comenzaba a ejercer la prostitución dentro del ambiente de los narcotraficantes.
Don Alexis la trataba con cierta deferencia, tal vez a consecuencia de ese vínculo que los unió en aquellos primeros tiempos. De todas formas, el colombiano respetaba a sus mujeres. Les brindaba el afecto paternal que ellas necesitaban para mantenerse en el submundo clandestino, un territorio plagado de oscuras pasiones y a su vez disfrazado de refinamientos impostados.
—La soledad, Patricio, la soledad… Ese es el problema.
—No estás sola, linda. Aquí somos una familia, ¿no? Cuando alguien del grupo tiene un problema los demás lo contienen.
—Sí. Sí. Vallejo es buena persona. Pero la cosa cambia cuando estás en tu departamento, mirándote al espejo… Los años pasan y el futuro comienza a transformarse en una casa de retiro para ancianos.
Patricio percibió la depresión de su amiga. La conocía bien. Incluso habían compartido alcoba en varias oportunidades. Susana se negaba a cobrarle los servicios debido al status de un buen amigo que lo colocaba en otro plano de relaciones. El barman tampoco abusaba de aquel vínculo. Sabía que don Alexis conocía sus andanzas con las muchachas del local, pero mientras mantuviera cierto decoro en las acciones el jefe se haría el distraído. Además, había comenzado a sentir aprecio genuino por aquella entrerriana de paisajes verdes en su mirada y sonrisa cautivadora.
—No debemos pensar en el futuro, querida. Siempre nos dijeron que estaba a la vuelta de la esquina, pero no nos indicaron cual era. Fijate todas las esquinas que tiene Buenos Aires. Cada una con un futuro distinto esperando a los giles que las transiten.
Susana sonrió por primera vez. El barman disfrutaba de ese gesto. En los últimos tiempos había aprendido a robarle sonrisas furtivas.
—Si fuera así, habría tantas posibilidades para el caminante callejero que no se podría hablar de un futuro. Quizá tampoco de un destino…
—El destino se elige, querida mía.
—¿Y cómo puede haber tan solo uno para cada persona con tantas esquinas que tiene Buenos Aires?
—No te preocupes por el devenir, linda. Para gente como nosotros solo existe el presente. Ni siquiera el pasado tiene sustancia en este momento. Mirá, nena, los recuerdos solo sirven para entristecernos…
Susana bebió de su vaso. En esos momentos Patricio pudo percibir un horizonte de pasado en los ojos de la mujer.
—¿Cuánto tiempo hace que estás limpia...? —preguntó sin mirarla intentando mostrarse indiferente.
Ella volvió a beber, esta vez un trago largo. Hizo un gesto con la boca. Luego contestó, resignada:
—No conté los días… Una semana. Tal vez diez un poco más… Sabés como son estas cosas. Los años pasan y una trata de tener el control de la propia vida. Como si pudiéramos ejercer la libertad sin necesitar el andamiaje externo. Las muletas, algo en qué apoyarse.
—Este mundo es demasiado denso para ese tipo de libertad, pequeña.
Durante un minuto Patricio contempló a esa mujer que compartía el duro sendero que la vida les había impuesto. O simplemente el que eligieron desde algún plano inconsciente. La imaginó dentro de algunos años. Las arrugas propagándose por un rostro en el otoño de sus posibilidades, los ojos tristes transformando el verde paisaje en un horizonte marchito, sus pechos aún firmes y prometedores abandonados a la insistente atracción gravitatoria.
El barman buscó debajo de la barra. Allí tenía un compartimiento secreto que ni el propio Vallejo conocía. Ocultando el objeto en la palma de la mano derecha, deslizó la misma por sobre la superficie del mueble. Observó a Susana con una sonrisa. Ella se quedó mirando su mano con expresión distraída. Al principio sus ojos denotaron indiferencia. Cuando comprendió la razón del movimiento comenzaron a brillar extrañamente.
—A veces resulta bueno dejar de ser uno mismo por un breve lapso de tiempo en esta hoguera de vanidades… —comentó el hombre con voz calmada.
Susana colocó su mano por debajo de la de Patricio y sintió el contacto con el pequeño sobre. Con movimiento cuidadoso lo guardó en su bolso de mano.
—No puedo pagarte ahora —le dijo con ojos agradecidos.
—No importa. Entre amigos no existen las deudas.
Se miraron durante unos segundos. Ambos sonreían. En ese breve intervalo la eternidad expresaba sus designios.
La figura de don Alexis emergió por la puerta disimulada detrás de la barra. El barman pudo apreciar la tensión reflejada en el rostro del jefe.
—Prepárame un coñac —dijo con voz apresurada—. El de siempre.
—Sí, señor. Aquí tiene su bebida acostumbrada.
Como por arte de magia una copa de coñac apareció sobre la barra al alcance del colombiano.
—¿Lo prefiere caliente, don Alexis?
—No. Así está bien. Quiero sentir el calor del líquido atravesando mi garganta.
Vallejo contempló el panorama del local. Solo cuatro mesas estaban ocupadas en esos momentos. Las cosas se acomodaban según el plan. La movida que estaba realizando resultaba peligrosa. Aquellos dos incautos tenían amigos y la tranquilidad del ambiente podía cambiar en un instante. Tal vez a esos tipos se les cruzara por la cabeza actuar en consecuencia frente a la desaparición de sus socios. Pero tenía confianza en el plan trazado. Su nombre era respetado y temido en el ambiente. Sin embargo, no podía descuidar ningún movimiento. Observó con mirada pétrea a Susana. No le gustaba que sus chicas bebieran solas en la barra. La excepción era Alicia. Ella sí podía hacerlo, como otras cosas que hacía en las cuales el colombiano no tenía injerencia.
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