―Nos vamos… Salomón.
Volví a enseñar los colmillos mientras solté un leve rugido.
―¿A dónde diablos vamos ahora?
―A Antigua.
―¿Antigua? ¿Qué es?
―Debajo de la Catedral de Barcelona está la ciudad romana, y debajo de esta se encuentra Antigua. La morada de Lucifer. Debemos ir allí e intentar entrar.
―¿Intentarlo?
―Sí. Los nocturnos acólitos del diablo tratarán de impedírnoslo, pues esperan su vuelta pronto. Algunos dicen que ya está aquí.
―¿El diablo? ¿En Barcelona? ¿Esperas que me lo crea?
―No sé. Mírate al espejo, sonríe y luego me lo cuentas.
Y salió de la estancia. Yo hice lo que me dijo, me miré en el espejo que había allí y sonreí forzadamente, y me di cuenta de dos cosas: de que las leyendas mienten acerca del reflejo de los vampiros en los espejos… y de que me estaba volviendo loco.
No tardamos mucho tiempo en robar otro coche y plantarnos de nuevo en el Barrio Gótico. Lilit parecía saber lo que hacía y hacia donde se dirigía. Dio cuatro golpes y luego dos más en la puerta de hierro que da al claustro de la Catedral por la parte de la calle del Bisbe y al rato alguien nos abrió. Yo me quedé sorprendido al ver que era un monje, aunque su rostro no pareciera el de un hombre de Dios. Lilit me sacó de dudas.
―Este es el hermano Jacob, un jesuita que está con nosotros.
Me miró de arriba abajo.
―Hola.
Hice una mueca y no le contesté. Me limité a seguirles. Entramos dentro de la Catedral sigilosamente, luego lo hicimos por una puertecita que daba a unas escaleras de caracol por las que fuimos bajando hasta llegar a un habitáculo sin salida. Yo me sentí fastidiado.
―¿Qué hacemos aquí?
Jacob se puso el índice de la mano derecha en los labios en señal de silencio. Giró una piedra que sobresalía de la pared y una abertura de poco más de un metro se abrió ante nuestras narices. Se agachó y entró por ella, siguiéndole Lilit, para acabar haciéndolo yo. Al otro lado me sorprendí al ver una estancia enorme llena de ruinas.
―¿Dónde estamos?
Me contestó él:
―En las ruinas romanas, una parte que no está abierta al público. Ahora esperemos un poco.
Pero esperamos más de lo debido según ellos. Lilit miró su reloj y me fijé por primera vez en el tatuaje de la mano.
―¿Qué es?
Miró fijamente a los ojos a Jacob y luego a mí.
―Es un ephah, un artefacto para medir el grano.
―¿Y qué significa? ―de pronto aparecieron más monjes―. ¿Estos son a los que esperamos?
La voz de Lilit se dejó oír mientras miró de nuevo el reloj.
―Hoy es demasiado tarde.
Sentí un pinchazo en el cuello y me desvanecí. Uno de los monjes me había inyectado algún tipo de narcótico que me sumió, ipso facto, en la oscuridad.
CAPÍTULO XV
El despertar fue más dulce que otras veces y me sentía pleno y con energía, pero la sorpresa más agradable fue ver a gente en la calle, concretamente en Las Ramblas, leyendo la última entrega de mi novela: «BCN Vampire» La sombra del diablo. Para un escritor es un gozo y un orgullo ver que su obra llama la atención, pero lo es más que no lo reconozcan a él públicamente, en la calle, para evitar escenas repetidas y posibles acosos.
―Tú eres Salomón Dark.
Se acabó el incógnito. Me volví hacia la voz de mujer y vi a una muchacha guapísima que me miraba muy fijamente.
―Hola. Sí, así me llaman. ¿Nos conocemos?
Por toda respuesta se acercó a mí y me besó apasionadamente. Al principio me quedé sorprendido y sin moverme, pero viendo su «insistencia» me dejé llevar y bendije mis dotes de escritor. Era la primera fan que se me mostraba, ¡y vaya como lo hacía! Pero llegó un momento en que noté algo anormal, su pasión iba in crescendo sin importarle que estuviéramos en plena calle y a plena luz del día. La separé de mí y ella pareció aceptarlo, quedándose ante mí sin poder apartar su mirada de mis ojos. Yo estaba alucinado.
―Bueno, ¿qué te ha parecido La sombra del diablo?
Su voz era serena.
―Si el diablo eres tú, por mí no hay problema.
No esperaba esa respuesta, más bien un no está mal, me ha encantado…
―Me refiero a «BCN Vampire» La sombra del diablo… ―no contestó, ni siquiera se inmutó― … ¡Mi novela!
―Me parece un bodrio, una estupidez, pero la leo porque es tuya.
Me quedé sin habla, mi cara debió parecer un poema al oír su respuesta.
―¿No te gusta como escribo?
―No me gusta lo que escribes.
―Entonces… el beso…
Se fue acercando de nuevo mientras siseaba.
―Sabes que me puedes tener cada vez que quieras, no me importa nada más de tu vida. Ahora dime si quieres que follemos o si quieres que me vaya.
No me lo podía creer. Aquel bombón no me tiró los tejos, aquel pibonazo fue directa y a la yugular.
―Bueno, ahora no puedo.
―Llámame cuando quieras.
―Sí, lo haré.
Se dio media vuelta y comenzó a andar. Yo seguía sorprendido, cuando de repente caí…
―Espera ―se dio media vuelta y volvió a mí―, no sé tu número de teléfono.
Me cogió la mano y lo apuntó con un rotulador, luego volvió a besarme y comencé a ponerme a tono, notando su entregada pasión, me dejé llevar y fui a besarla en el cuello cuando vi dos pequeñas cicatrices en él; una sensación extraña me embargó por completo y la aparté bruscamente.
―¿Quién eres?
Ella no se alteraba.
―Ya sabes… cuando tú quieras.
Y se marchó. Yo me quedé dándole vueltas a la cabeza e intentando que aquella desagradable sensación se me fuera. Entré por los pórticos de La plaza Real y me metí en El Glaciar a tomar un café. Ese bar siempre se me había antojado como el típico de la ciudad de Nueva Orleans, con sus fotos de tipos de color tocando la trompeta, con ese aíre de encanto a lo Misisipi. Lo que desentonaba un poco eran los dos tipos vestidos de negro y pelo muy largo que estaban sentados en la barra con las caras muy pálidas y mirándome fijamente. Yo los observaba desde la mesa en la que estaba, y llegó un momento en que comenzaba a sentirme incómodo, así que saludé, por cortar el hielo.
―Buenos días.
―Buenos días.
La respuesta no me vino de ellos, sino de un hombre que acababa de entrar por la puerta y que se sentó en la misma mesa que yo sin ser invitado. Su tono de voz era amable, pero firme.
―Usted es Salomón Dark.
Era la segunda vez en esa mañana que me hacían la misma pregunta o afirmación, solamente esperé que este no me besara.
―¿De qué me conoce?
Se rascó la nuca.
―Es de suponer que por lo mismo que le conocen sus lectores.
Por fin un fan de verdad.
―Vaya, veo que le gusta «BCN Vampire».
―Para nada, me parece literatura basura ―el chasco que me llevé fue tremendo―, permítame que me presente, mi nombre es Adrián Garrido, y soy inspector de homicidios de los Mossos d’esquadra.
No pude evitar soltar una broma.
―¡Hombre, tan mala es la novela que me van a detener!
―Muy gracioso ―su tono era serio―, esto no es ninguna broma ―parecía que me rastreaba la cara―. ¿Nos hemos visto antes?
Mi expresión decía que no, pero la acompañé con una negativa verbal.
―No. Nunca le había visto.
―Bien, seré breve ―miró a los tipos de la barra―, ¿los conoce? ―dijo señalándolos con la barbilla.
―Para nada, pero estos tipos son los que me inspiran para escribir mis historias.
―Bien, me parece muy bien. Hablando de «sus historias», he leído La sombra del diablo, y aunque le he dicho que lo que escribe es literatura basura, esta entrega es bastante buena, para quien le guste estas mierdas demoníacas; pero hay un problema entre «su historia fantástica» y un caso real que estamos investigando, así que tómese el café, porque tendrá que acompañarnos a comisaría.
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