―Lo siento. Creo que tengo que irme.
Marta alucinó.
―¿Crees?
Alicia se preocupó.
―Si te encuentras mal nos vamos.
La miré glacialmente.
―No. Pide un taxi ―le dejé cincuenta euros encima de la mesa―. Debo hacer algo.
Tomé el whisky de un trago y salí de allí a toda velocidad.
Se quedaron los tres anonadados.
Me fui a casa, a pensar en lo que me estaba ocurriendo. Cuando salí del restaurante no vi a la mujer morena y sentí, sin saber por qué, una desazón que me tuvo un buen rato en vilo hasta que caí dormido en el sofá.
CAPÍTULO XIII
Cada noche es una lección que aprendo a marchas forzadas; aprender a controlar unos instintos salvajes y básicos, y parecía que lo iba consiguiendo en la parte salvaje, pero en la básica seguía presa de ello, aunque un poco menos cada vez. Volvía a estar en la calle como un depredador; esta vez reconozco el lugar como la zona más antigua de la ciudad: el Barrio Gótico, y en mi obcecamiento por encontrar algo que calme mi ansia acabo en la plaza San Felip Neri. Me siento al borde de la fuente que hay en el centro de la plaza y agacho la cabeza en un intento de pensar, de encontrar una solución a no sé qué problema. Intento recordar algo del día, pero debo ser una criatura nocturna, ya que me es imposible hacerlo. Y en mi dilema no me doy cuenta de los ojos que me observan, unos ojos que me siguen sin que yo lo sepa. Miro al cielo estrellado y busco con la mirada la luna, pero no la veo por ninguna parte, hasta que una voz con acento del este me sacó de mi trance.
―Hoy no la verás, hoy hay luna negra.
Dirigí mi vista hacia esta y lo volví a ver. Aquel hombre joven, alto, bien vestido, con un pelo largo y negro como la noche, unas gafitas oscuras y redondas contrastando con su piel como el nácar. Me erguí y me puse en guardia.
―¿Quién eres?
No podía evitar conocer de algo a aquel tipo, pero un vago recuerdo me lo traía como más viejo. Su voz era suave, pero firme.
―Solo tienes que pensar en mí si me necesitas, y yo apareceré.
―¿Qué quieres de mí? No necesito tu protección. No sabes quién soy… o qué soy.
Al sonreír mostró unos dientes perfectos, con la particularidad de tener unos colmillos como los míos.
―Sé lo uno y lo otro.
―No sé qué quieres, solo sé que ya me has cansado.
Y me dirigí furibundo hacia él, hasta que vi que miró hacia arriba y se alarmó, levantando la mano en señal de que yo parara y, sin saber por qué, así lo hice. Su voz no se alteró.
―Está aquí.
Miré hacia todos lados.
―¿Quién?
Parecía ignorarme.
―Debe haber una posible víctima cerca, te volverá a utilizar.
Yo comenzaba a perder la paciencia. Él me dio una orden.
―Corre, busca a una mujer que esté embarazada y no dejes que nadie se acerque.
Yo alucinaba.
―¿Qué? ¿Te has vuelto loco?
Y en ese instante vi a una sombra salir corriendo por el arco de la plaza en dirección a la catedral, y comencé a dar zancadas sin parar tras el desconocido, imitándome mi nuevo compañero mientras volvía a ordenar.
―Yo me ocupo de él. Busca a la mujer.
Ellos fueron en dirección al hotel Colón y yo cogí la de la Plaza Sant Jaume, hasta que fui interceptado poco antes de llegar al Puente del Bisbe por cuatro hombres altos y fuertes totalmente vestidos de negro. Sus rostros eran diabólicos y no dejaban dudas de sus intenciones. La voz de uno de ellos era gutural, casi como un gruñido.
―No dejaremos que pases. Date la vuelta.
Siempre tuve problemas con la autoridad, así que hice todo lo contrario y me lancé contra ellos. Cuando peleo pierdo toda noción de humanidad, por eso nunca lo hago, salvo en casos excepcionales… como este. La lucha era mortal, pero silenciosa, golpes y luxaciones casi mudas, y en unos minutos había cuatro hombres en el suelo, tres aturdidos y uno muerto con el cuello roto. Seguí mi camino y vislumbré a una mujer en la plaza, su abultado vientre me dio a entender que la había encontrado a tiempo y, sin saber por qué, me puse las gafas de sol y fui hacia ella, pero al llegar a la plaza vi dos coches, uno era de policía y el otro civil, así que me escondí en las sombras, pero un hombre vestido de paisano me vio, y comenzó a andar hacia mí, por lo que di media vuelta y comencé a desandar lo andado hasta que oí su voz tras de mí.
―¡Alto, policía!
Instintivamente me di la vuelta y nuestras miradas se cruzaron durante unos eternos instantes. Luego eché a correr. Él lo hizo tras de mí acompañado por dos mossos d’esquadra, pero no eran rivales para mi velocidad, y puse distancia entre ellos y yo, pero me encontré con otra patrulla al otro lado de la calle, y mientras decidía si atacar o volar, cosa que era imposible, alguien me cogió de la mano y casi me arrastró por la calle de La Pietat. Cuando ya estábamos a salvo, abrió las puertas de un deportivo y el corazón se me disparó al ver quien era. Su belleza, de cerca, era turbadora; su voz, una cascada de agua dulce que encantaba los sentidos.
―Sube. Y nada de preguntas.
―¿No me tienes miedo?
Me miró divertida.
―Quizá deberías tenerlo tú de mí.
Arrancó el coche y salió chirriando ruedas. Al poco sonó una sirena tras nosotros, pero el coche zeta de la policía no era rival para aquel deportivo.
―Habrán cogido la matrícula.
Ella contestó sin dejar de mirar al frente.
―Da igual. Es robado.
La situación se ponía interesante. Yo no podía dejar de mirarla de reojo.
―No sé tú nombre.
Hizo una mueca.
―Yo el tuyo sí.
Hubo un silencio; preferí no preguntar. Su voz sonó como una delicia.
―Lilithú. Aunque mis amigos me llaman Lilit.
Aceleró y nos perdimos en la noche por la Ronda del Litoral.
CAPÍTULO XIV
Aquello era un castillo ruinoso, pero se podía habitar, y de hecho la mujer llamada Lilithú o Lilit lo tenía bien acomodado, por lo menos en la parte de los sótanos, lo que quizá en un tiempo pasado fueran las mazmorras. Cuando observaba aquellos ojos verdes como una selva, una oleada de deseo me envolvía por completo. Pero mi sorpresa fue al ver como se quitaba la ropa y se quedaba en tanga, dejando ver una de las maravillas de este mundo: su cuerpo escultural. Ella parecía ignorarme mientras me sirvió un vaso con whisky.
―¡Knockando!
No contestó, solo me miró con aquellos ojos y se dio la vuelta para vestirse de nuevo, no sin antes fijarme en cada detalle de su cuerpo, cada tatuaje. En cada hombro, por su parte delantera, una lechuza blanca, flanqueando un león bicéfalo en el pecho; en la espalda dos enormes alas, y al levantarse la melena, para ponerse una blusa de color negro, dejó ver, saliendo de la nuca, cuatro serpientes superpuestas con sus cabezas erguidas formando un cono. En los pies llevaba dibujado unas especies de garras en cada uno. Una maravilla.
―Me vas a desgastar de tanto mirar.
Me acerqué a ella en un intento de seducirla.
―Ni se te ocurra. Sobre mí no tienes poder. Ni me vas a atraer ni me vas a morder.
Frené en seco y mi voz sonó suave, pero tajante.
―Parece que me conoces bien. ¿Quién eres en realidad y por qué me ayudas?
Ya se había vestido y vertió un perfume en su cuello que a punto estuvo de enloquecerme, pero me contuve, aunque no pude evitar soltar una especie de gruñido mientras mostré los pequeños colmillos. En ese momento apareció otra mujer de pelo rubio, también muy espectacular. Iba vestida solo con un pantaloncito muy corto y un pequeño corazón atravesado por una estaca tatuado en el cuello. Se acercó a Lilit y esta la cogió por la barbilla y la besó con frenesí en la boca enlazando sus lenguas lentamente mientras me lanzaba una mirada lasciva. Estaba a punto de unirme a ellas cuando la soltó repentinamente.
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