El principal sueño de Dante, en principio, era hacer dinero, y el segundo fue un fármaco para hacer desaparecer las cicatrices, ya que a Dante le desfiguró la cara un accidente de automóvil cuando era un adolescente, viviendo con ese estigma hasta que tuvo un éxito tras mucho investigar, logrando que solamente le quedara de vestigio de todo aquello la falta de un lóbulo de la oreja izquierda. Se lo podía haber operado, pero quiso dejarlo tal cual para no olvidar nunca lo que pasó.
Tras muchas investigaciones y mucho dinero invertido en el proceso, Dante y sus colaboradores crearon Catrix Farma, un fármaco vía intravenosa que hacía desaparecer las cicatrices de cualquier naturaleza en poco tiempo. Pero había un efecto secundario, aunque había un antídoto; pero para crear el mismo había poca materia prima, y solamente lo tomaba Dante. Siguió invirtiendo en la investigación, pero aun así, y comprando a medio Ministerio de Sanidad, continuó plagando el mercado farmacéutico con su producto…, aunque había una pega… necesitaba que la gente tuviera cicatrices, así que creó un elixir que guardaba en el más estricto secreto, y ello le daría la clientela adecuada para sus fines. Sin embargo, el experimento también salió mal. Pero todo ello no iba a parar a este hombre poderoso, el cual heredó una maldición que su tatarabuelo lanzó en la lejana Islandia: Odiar al mundo mientras con los ojos sonreía ante este.
Dante se encontraba en su despacho esa mañana con uno de sus más estrechos colaboradores cuando entró uno de los científicos.
―Señor. Debemos hablar.
La mirada glacial de Dante dio a entender que podía pasar, pero sin sentarse. El recién llegado fue al grano.
―Los efectos secundarios van en aumento, así como aumentan las ventas de Catrix Farma, ya que por lo visto hay una oleada de mujeres jóvenes que dicen haber sido atacadas por una especie de vampiro.
Dante miró al otro hombre y hubo un silencio de complicidad.
―¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres?
―Creo que deberíamos parar las ventas hasta que logremos aislar la enzima culpable del doble efecto.
La mirada del empresario parecía desprender hielo, tanto que el científico sintió un estremecimiento. Su voz sonó grave, sin admisión de réplica.
―Sigue con tu trabajo, informaré a mis socios del «problema».
El hombre no tardó ni un segundo en salir de allí. Dante ni se inmutó mientras se dirigió en alemán a su colaborador, un hombre de metro noventa y seis y con una musculatura impresionante.
―Vigílalo, creo que este es más débil que el otro. No le quites ojo.
―¿Y si no cumple las expectativas?
―Estos españoles tienen muchos remilgos a la hora de hacer algunos «negocios», así que alguien que no sirve no tiene por qué estar en ningún sitio.
El gigante movió la cabeza asintiendo, luego levantó su elevada estatura y salió del despacho.
Dante deslizó un cajón y sacó un estuche de oro, lo abrió y sacó de él una jeringuilla de cristal, clavó la aguja en la goma que tapaba la boca de un botecito, sorbió con ella el líquido que contenía y tras arremangarse la camisa se lo inyectó en el antebrazo. Luego se levantó y fue a mirarse en un espejo, y mientras observaba su reflejo, se fue acariciando la cara.
CAPÍTULO XII
Estábamos ante una mesa bien preparada con sus platos, copas y cubiertos en el restaurante Ca La Rita en la calle Aragón cerca del Paseo de Gracia. Ante mí tenía a Marta, Esteban y a Alicia, ya que insistieron en que la invitara, pues fue el artífice de que llegara el manuscrito a sus manos. El manuscrito. No recordaba cuando lo escribí y menos cuando lo acabé; incluso cuando lo leí me quedé maravillado… pero muy preocupado; debería ir al médico y contarle lo que me estaba ocurriendo.
Marta estaba exultante ya que tenía pedidos de todas las librerías y plataformas de ebook, sobre todo las de los Corte Inglés, Casa del Libro y l’Fnac del país. Y por lo visto tenía algo que anunciar. Cogió una copa y tintineó con un tenedor para que pusiésemos atención.
―Primero quiero agradecer a Alicia su pequeña, pero importante ayuda al traernos esta maravilla. Y lo siguiente que quiero anunciar es que «BCN Vampire» va a ser traducida al inglés para entrar en el mercado europeo y estadounidense.
No me lo podía creer, eso se iba a convertir en cuantiosos ingresos en mi cuenta corriente, así que no pude reprimir esbozar una sonrisa. Alicia me miró con ternura y alegría al saber tan grata noticia; aquellos ojos me desarmaban cuando me miraban, y ella lo sabía. Un camarero nos trajo una botella de cava y brindamos por ello. Marta tenía una sonrisa de oreja a oreja.
―Muchacho, no sé de dónde sacas esa imaginación, pero leyendo La sombra del diablo llegué a sentirme en el infierno. ¿Cómo se te ocurrió?
Me quedé mudo durante instantes, en los cuales fui el centro de atención de la mesa, así que tuve que utilizar mi arte para salir por la tangente.
―A veces, cuando escribo, me meto tanto en el personaje que desconecto de la realidad y dejo de existir en este plano, con el efecto secundario de que olvido por completo cómo me vino la historia a la mente.
Marta insistió.
―Sí, pero los personajes son casi tangibles al leerlos, es como si los hubieras conocido en verdad. El personaje de Caleb, el protagonista, es realmente auténtico, y lo curioso es que es totalmente antagónico a ti. Tú eres tranquilo, comedido, poco mujeriego y creo que nada aventurero.
―Vaya, gracias por tenerme por un aburrido.
―Lo que quiero decir es que no tiene nada que ver contigo, sobre todo en lo de vampiro ―rio con ganas― ¿Cómo te has documentado para todo ello? No creo que todo sea producto de la imaginación.
Esta vez fui yo el que rio comedidamente.
―Si te contara mi secreto ya no tendría sentido. El misterio que rodea a un escritor debe ser siempre eso, misterio.
Esteban entró en la conversación.
―Ya conoces a Marta, intentará tirar de lo que sea con tal de saber.
Ella contestó rápido:
―Sí, pero lo que más me interesa ahora son las cifras que nos redundará «BCN Vampire».
―La verdad que me vendrán muy bien unos ingresos extra, quiero cambiar de piso, a uno más grande, si puede ser en un lugar diferente.
Alicia se alarmó.
―¿Vas a dejar Barcelona?
―Jamás. Barcelona es mi ciudad fetiche, no podría estar alejado de ella mucho tiempo. El cambio sería de barrio.
Pareció desencantada.
―Dejaremos de ser vecinos.
―Pero no de ser amigos. Sabes que eres muy importante en mi vida.
Una amplia sonrisa iluminó su cara. Marta intervino.
―Vaya, parece que aquí se está cociendo algo importante.
Corté la conversación.
―Sí, la comida que nos vamos a comer ―cogí de nuevo la copa―, quiero hacer un brindis de nuevo por el éxito y la amistad.
Marta no se cortó.
―¿Y por el amor?
―No vas a cambiar ¡eh!
Reímos los cuatro. La conversación se fue amenizando hasta los postres, tras los cuales, Esteban pidió unos cafés y unos whiskys.
―¿Qué marca prefieres Salomón?
Ni me lo pensé.
―Knockando.
―¡Vaya!, sí que tienes buen gusto.
Tras el café di un sorbo al licor y noté un pequeño cambio en mí, cosa que no pasó desapercibida para mis amigos. Alicia me lo hizo saber.
―Te has puesto muy serio de repente. ¿Ocurre algo?
No contesté. Unas extrañas visiones pasaron ante mí, el rostro de una hermosa mujer morena de enormes ojos verdes en la oscuridad. Tardé medio minuto en reaccionar. Entonces la vi, sentada unas mesas más allá. Aquella mirada no me era desconocida, tenía un poder hipnótico sobre mí. Se levantó dejando ver su fabulosa figura de pin up y salió por la puerta, como una diosa, no sin antes echarme una mirada que me caló hasta en el alma.
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