Esta situación da lugar a múltiples crímenes y a la creación ingenua de la figura de los jueces sin rostro. Como si el ejercicio del derecho se pudiera ejercer, de manera efectiva, sin saber de dónde o de quién proceden las decisiones judiciales, lo cual sería imitar en parte los procedimientos de los delincuentes, quienes sí saben cómo y tienen por costumbre camuflarse para llevar a cabo sus distintas modalidades delictivas. Ahora bien, por la personalidad de Marco Tulio Cicerón, podríamos decir que este insigne filósofo, abogado y defensor de los deberes morales y jurídicos, no habría estado de acuerdo con la figura de los jueces sin rostro, pues no era hombre partidario de maquillar la verdad o de disimular sus críticas respecto a las injusticias y los personajes siniestros de su época. Un hombre así, en la actualidad, sin duda duraría poco, o estaría expuesto (como Cicerón) a padecer un malestar constante y una profunda depresión, como consecuencia de avivar tan altos ideales.31 La figura de los jueces sin rostro constituye un intento por borrar la responsabilidad ética de los administradores de la justicia y por tanto un estímulo para que los enemigos de la verdad, la justicia y la reparación no respondan por sus actuaciones indebidas.
En este orden de ideas, es lícito decir que la desaparición de la verdad (entendida en su doble sentido como construcción simbólica y aproximación lógica a lo real) provoca una dinámica social en la que tanto el sujeto, como la familia y las instituciones tienden a ser cada vez menos claras y coherentes en el uso de la palabra y el lenguaje con respecto a la realidad. En tales circunstancias es entendible por qué cada sujeto anda a tientas respecto a la esencia de sí mismo o en relación con la subjetividad de los demás. Como si las virtudes griegas y romanas se hubieran evaporado paulatinamente en el curso de la humanidad, y solo nos quedara enfrentar el rostro de un mundo caracterizado por múltiples formas de la utilidad, desgajadas de la dignidad de lo honesto de dichas virtudes. Mientras la utilidad es buscada por los animales a causa del instinto, el hombre, que es también un animal, lo hace, pero por medio de la razón. Por esto, el hombre se diferencia de los animales, y por eso Cicerón “se aparta profundamente de la opinión de Pitágoras, que formaba la sociedad: Dios-hombres-animales” (Cicerón, 1992, p. XXX).
Ahora bien, aunque se han planteado por medio de la palabra y el discurso múltiples idealizaciones sobre la vida griega y romana,32 la realidad social en que Cicerón estaba inmerso parece contradecir esos embellecimientos, pues
en todos los intentos de reacción y de vuelta a la vida ciudadana no se hablaba jamás [de] los intereses del Estado, ni de la paz o de la prosperidad del pueblo, sino de la voluntad y de los deseos de César, de Pompeyo y de Craso, y de los caprichos inseguros del populacho. A esto había que añadir la divulgación de la vida epicúrea que predicaba la comodidad y el placer personal, inculcando el absentismo de la vida política (Cicerón, 1992, p. XVI).
Situación que no se diferencia mucho de la dinámica de los pueblos en la contemporaneidad, en los cuales el narcisismo, la búsqueda desenfrenada de los placeres y la exclusión del diferente, tanto en la vida pública como en la privada e individual, siguen siendo una constante y una realidad.33 Lo anterior nos lleva a pensar que detrás de toda idealización (individual o colectiva) usualmente se esconde una cruda realidad, que no estamos dispuestos a reconocer.
Cuando cada sujeto es un ser oscuro e impredecible para sí mismo y para los demás, tanto en las relaciones familiares como en la vida privada y en los negocios públicos predomina la desconfianza y la enemistad.34 Dos factores que en buena medida son generados por el mercantilismo y el afán de lucro de los tiempos actuales, asuntos con los que Cicerón seguramente no habría estado de acuerdo, pues pensaba que el comercio que se distribuye “sin engañar a nadie, no se ha de condenar enteramente” (1984a, p. 41). De acuerdo con lo anterior, se podría decir que el capitalismo, en la perspectiva de Cicerón, no sería tan virulento si lograra conservar buena parte de los deberes que en la obra del romano se plantean. Obra que se fundamenta “en el origen casi divino del género humano, en la existencia de una ley universal y eterna, establecida por la naturaleza para regular el comportamiento de los hombres para con Dios (derecho religioso) y para con los hombres (derecho humano)” (1992, pp. XXVIII-XXIX). Aunque Cicerón (1984b) ironiza en Sobre la naturaleza de los dioses tanto la existencia de estos como el culto que los griegos y los romanos (incluyendo a los estoicos que tanto admiraba) le rendían a numerosos seres humanos divinizados (pp. 236-237), en Sobre las leyes afirma que la ley humana tiene su origen en Dios; afirmación que, desde la antigüedad hasta nuestros días, requeriría sin duda (como lo insinúa Cicerón) de interpretación.35 Según Taylor Caldwell, Cicerón experimentó gran interés por los escritos bíblicos, “especialmente los Salmos de David y las profecías del Mesías” (2011, p. 831).
Sin embargo, en un mundo de incertidumbres, egoísmos y crueldad, similar al que respirara Cicerón en la Roma de su época, probablemente solo nos quede como consuelo continuar filosofando para establecer relaciones sólidas y creíbles entre lo simbólico y la realidad, así ello no parezca ser una actividad útil como las que tienen lugar en la actualidad, en un ambiente plagado por la lógica del discurso capitalista y el afán desmedido de rentabilidad.36 Debe decirse que esta actitud filosófica también se ha ido disolviendo en un mundo cada vez más preocupado por lo material y la apariencia y muy poco por lo verdaderamente importante, como diría Foucault, sobre el cuidado de sí, de los otros y de las cosas. En cuanto a esto, escribe: “Encontramos largas y hermosas páginas sobre la vejez, inspiradas en Cicerón, Séneca y Demócrito. En ellas, la vejez aparece como una fase de realización ética hacia la cual hay que tender: en el crepúsculo de la vida, la relación consigo debe llegar al Zenit” (Foucault, 2012, p. 504). En esta perspectiva, es necesario decir que la difusión y la protección de los derechos humanos es otra forma del cuidado de sí y de los deberes morales, los cuales anticipan o preludian la igualdad en tales derechos. Refiriéndose a la igualdad política, en Sobre la república Cicerón dice: “Ciertamente la igualdad absoluta de los derechos que querrían conseguir los pueblos libres, no se puede mantener y esta que llaman igualdad es en realidad la cosa más injusta” (1992, p. 35). Los deberes son otra forma de nombrar el padre, la culpa estructural y la responsabilidad ética, razón por la que conjeturamos que el sujeto desabonado del inconsciente (que es indicio de psicosis) probablemente también lo esté de los deberes morales, de los derechos humanos, de la paz y de la relación con el otro en la vida social. Lo real de la condición humana es que tanto el sujeto como la sociedad se caractericen por su división interna, y las relaciones de cada sujeto son, desde la perspectiva del narcisismo, con su objeto (con el fantasma) y no con el mundo, como en ocasiones se cree al soñar con la paz.
En cuanto a los derechos, que están íntimamente conectados con las obligaciones, Cicerón precisa: “La misma causa hubo para el establecimiento de las leyes; siendo siempre el fin de estas providencias conseguir una justicia igual a todos, porque de otro modo no sería justicia” (1984a, p. 55). Cicerón sabía que, para merecer derechos, el ser humano tiene el deber de reconocer primero obligaciones consigo mismo, con los otros y con la realidad. Si el ser humano no cuida de sí como algo esencial, no puede cuidar tampoco de los otros ni de las cosas fundamentales, como los derechos humanos, para bien de la humanidad. Razón por la que consideramos que el derecho natural (o iusnaturalismo), el cual posee un fuerte influjo filosófico, es innato, anterior y superior (o independiente) al derecho positivo.37 Una verdad de la filosofía del derecho actual que en muchas ocasiones, dada la propensión maliciosa y posmoderna a confundir las palabras con la realidad, se ha tendido a suprimir o a desfigurar. Ahora, mientras la filosofía se relaciona con el hombre desde los ideales y el deber ser, el derecho y la ley lo tienden a mirar de un modo realista, como es.38
Читать дальше