Para Cicerón, es claro que, junto con la oratoria, una de sus grandes preocupaciones fue siempre cómo utilizar el lenguaje con fines adecuados. De manera cándida, pensaba que existía una relación armónica entre el “bien decir” y la “paz social”. Sus críticas contra Catilina13 giran todo el tiempo alrededor de una censura moral o de un llamado ético para que aquel contemporáneo rindiera cuentas ante el Senado y la sociedad romana sobre sus relaciones entre las palabras y los actos. En esta perspectiva, se podría decir que Cicerón operaba como un tribunal de ética o como una instancia judicial empeñada en establecer una relación coherente entre lo simbólico y la realidad.14 Una preocupación que ha hecho parte de las reflexiones filosóficas en todas las épocas y hace parte constitutiva de la reflexión de la filosofía del derecho y de los derechos humanos en la actualidad.15 Derechos que, desde una perspectiva hermenéutica, constituyen otro de los nombres de la prudencia (phrónesis) y un resto de las virtudes morales grecorromanas.16 Según Cicerón, “la prudencia mira al conocimiento de la verdad” (citado en Cura, 2004, p. 37).
Ahora, dado que los hombres no somos dioses, ni nuestro saber es absoluto, es necesario regular nuestra conducta, enfrentarnos al azar y aceptar el hecho de que somos seres en falta y por ello nos equivocamos y tenemos que responder por nuestros actos. Por esta razón, campos como la poesía, la literatura, la semiótica, la lingüística, la filosofía del lenguaje y sobre todo el psicoanálisis, tienen tanta importancia hoy para pensar los fenómenos de la política, los derechos humanos (bajo el amparo de la sociología del derecho), la antropología jurídica, el derecho penal, la politología y las ciencias forenses en general. El psicoanálisis es importante para el abogado actual, a partir de su mirada e interpretación, en la medida en que se asemeja a la actitud del maestro en abogacía de Cicerón, quien después de haber sido asesinado fuera siempre recordado por este dado que Escévola nunca vaciló en criticar la actitud ingenua y hasta romántica que de las virtudes griegas se había formado su joven discípulo; ideales de virtud que se podrían comparar, en varios aspectos, con la concepción que actualmente poseemos de los derechos humanos.
Lo anterior constituye el aspecto más importante del presente libro, pues en él el lector podrá apreciar cómo se privilegia, de principio a fin, la palabra plena de Cicerón en cada una de sus actuaciones como pensador, jurista y declamador público de los derechos y los deberes humanos.17 Se podrán encontrar en este libro, más que datos históricos, referencias constantes a un bien decir de la palabra y el lenguaje, entendido este como instancia simbólica de regulación, propicia para la construcción de una lógica que le dé piso o fundamentación al discurso de la ley, la justicia y los deberes, los cuales, no tienen credibilidad en la actualidad; esto se debe a nuestras costumbres comunicativas, que privilegian más lo imaginario de la picardía, el fraude y el engaño. Al parecer, el “imperio de las imágenes” es lo que caracteriza el mundo del “superyó capitalista”. Ahora, “el malentendido —decía Lacan— del lenguaje-signo es la fuente de las confusiones del discurso y del fraude de la palabra” (Albano, Levit y Naughton, 2005, p. 91). Sin embargo, Cicerón dice:
El fundamento de la justicia es la fidelidad, esto es, la firmeza y la veracidad en las palabras y contratos; y es muy verosímil (tomándonos el atrevimiento de imitar a los estoicos, que son escrupulosos indagadores del origen de las palabras, aunque a otros parezca afectación) que tomase su nombre de la palabra fíat, porque la fidelidad consiste en hacer lo que se ha prometido (1984b, p. 9).
En esta lógica, se dice que Cicerón nos legó la “ley propia del lenguaje”, una ley simbólica que, lo mismo que el Estado o la Patria, representa la autoridad del padre de familia, pues como se dice en el psicoanálisis de orientación lacaniana, el símbolo es la expresión de la ausencia de la cosa, que da lugar a la eternización del deseo, el cual finalmente acata la ley o hace del deseo la misma ley. Según Jacques Lacan: “El Nombre- del-padre sirve de soporte a la función simbólica” (Albano et al., 2005, p. 93), lo cual quiere decir que tal significante es el fundamento de la estructuración de la realidad de los vínculos sociales. Se podría decir entonces, de manera hermenéutica, que Marco Tulio Cicerón sirve de soporte a la función simbólica de la ley. O incluso que Cicerón es un parlêtre,18 lo que quiere decir un “ser viviente”, “un ser hablante” o un “viviente que habla”. Un hablante ser, en su traducción literal. De ahí que Lacan hablara de la distinción entre palabra vacía y palabra plena, siendo esta última su gran aspiración como acontecimiento ético, efecto de un bien decir, ligado a lo sublime, al deseo y al Eros creador.
En cuanto a la función paterna de Cicerón, se podría decir que fue, por antonomasia, el símbolo de la lucha contra la corrupción en el mundo, razón por la cual fue llamado “padre de la patria”, noción vecina de la idea romana del pater familias, al ocuparse de la filosofía del derecho a partir de sus elucidaciones sobre los deberes. Con Cicerón se podría decir que la ley vino a sustituir al pater familias, y su concepción jurídica esboza, en varios puntos esenciales, la postura que siglos más tarde va a sistematizar Cesare Beccaria19 (2010) con su atinada elaboración sobre la justicia, intitulada De los delitos y de las penas. Esta problemática de la justicia es de plena actualidad, sobre todo en Colombia, a partir de la llamada justicia transicional del proceso de paz,20 proceso lleno de utopías y de expectativas racionales como las que William Ospina (2015) describe críticamente en su novela El año del verano que nunca llegó.21 Al respecto, cabe anotar que el 23 de septiembre de 2015 (fecha que nos remite al deceso del creador del psicoanálisis en 1939, en Londres, Inglaterra, después de escapar de las garras del exterminio del nazismo) se estableció en La Habana, Cuba, un acuerdo sobre justicia entre el presidente Santos y Timochenko, el máximo jefe de la guerrilla de las FARC.22 Lo llamativo es que días después de lo acordado, el jefe guerrillero afirmó no estar arrepentido o sentirse culpable por los daños ocasionados a la sociedad colombiana, como si careciera internamente de mecanismos de enmienda o rectificación.
Parece ser que en el engaño con la palabra se esconde una de las maneras predilectas de gozar del hombre. Por ello se podría decir, bajo la antorcha de Lacan, que Cicerón sospechaba que el hombre hablando goza (es decir, experimenta malestar y satisface sus impulsos agresivos) y, al tiempo, por el mismo acto de hablar, procura reducir sus formas primarias de gozar. Con el discurso y la palabra el hombre se aliena y se libera. Catilina es un buen ejemplo de ello, un sujeto atravesado y comandado por el goce, el cual se asocia con la perversión, esto es, con la compulsión repetitiva y loca movilizada por la pulsión de muerte, impulso destructivo que Cicerón advirtió, y sigue siendo, muy probablemente entre nosotros, el obstáculo principal de la tranquilidad del alma, los derechos humanos y la paz social. Ahora, seguramente la habilidad lingüística suscitó en Cicerón grandes sentimientos de culpabilidad con relación a su padre, ya que
en él estaban siempre vivos aquellos sentimientos de culpabilidad y exasperación cada vez que le mencionaban a su padre […] Para él resultaba muy doloroso analizar sus propias emociones con respecto a Tulio, porque entonces recordaba los tiempos en que su padre se le había aparecido como un dios pálido y delgado, de ojos iluminados, mano tierna y voz llena de cariño y comprensión (Caldwell, 2011, pp. 611-612).
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