María ha resuelto por sí sola el enigma de la motivación y el sentido de la vida: moverte siempre en contextos donde sientes que disfrutas, que eres excelente y que además tienes un sentido contributivo que va más allá de lo que tú vas a sacar a cambio. Si tienes poder de influencia sobre adolescentes, entenderás por qué un simple «estudia para ganarte la vida» o «estudia para tener opciones» no es para nada motivador cuando tienes trece o catorce años. ¿Por qué? Porque no se entiende. Es demasiado abstracto. Estás tratando de que alguien invierta un montón de horas de su tiempo en algo que solo le dará, teóricamente, frutos en el largo plazo. Tal vez estos mensajes tienen mucho sentido para quien los dice, no lo niego, pero tienen bastante poco o nulo impacto en un joven. Te hará caso –en el mejor de los casos– porque tienes autoridad sobre él y depende de ti, pero no porque crea en lo que le estás diciendo. O, peor aún, se lo creerá, pero, ¡ay de ti como no obtenga ese trabajo o remuneración deseados! Está emergiendo una nueva forma de comprender la educación de modo que cambiemos el anticuado paradigma actual por uno más encaminado a conseguir que cada vez más personas lleguen a la situación en la que está María: disfrutar del camino sabiendo que eso le ayudará a marcar una diferencia en el mundo.
María se ve a sí misma involucrada activamente en la política y también en la acción social en países más pobres. «Seguramente acabaré creando un partido político –me dice sonriendo, aunque no por ello menos convencida–; siento que también estaré volcada en África todo lo que me dé la vida. Estoy convencida de que para conseguir un futuro mejor para todos tenemos que nivelar los derechos de las personas en general y de las mujeres en particular en los países más desfavorecidos». En este momento le pregunto qué mundo le gustaría ver ahí fuera; la respuesta no tiene desperdicio: «En realidad sueño con un mundo más ‘de verdad’; un mundo donde la gente no se ponga máscaras, un mundo donde nadie pueda sentirse legitimado a mentir o a cometer actos de dudosa ética para vivir. Mi mundo ideal es un mundo donde cada persona elige su profesión y su manera de vivir y ganarse la vida. Un mundo donde los médicos lo sean porque sienten que es su vocación, no solo porque sea prestigioso o porque proporcione acceso a una remuneración determinada, por ejemplo. Y lo mismo con cualquier otra profesión: ¿para qué estudias Derecho? ¿Para poder tener un título determinado que te pueda dar más opciones laborales o para defender los derechos de las personas en algún ámbito en concreto? Lo segundo es lo deseable ya que será una decisión vocacional y con hambre de contribución; lo primero te mete en una competición donde solo estudiarás para ganar prestigio y merecimiento social –y concluye–: un mundo de verdad, eso es lo que quiero. Para conseguirlo necesitamos más personas que decidan la dirección de su vida atendiendo a su vocación y a su deseo de ayudar a otros». Simple y llanamente maravilloso. No se imagina el lector lo que he disfrutado escribiendo el párrafo anterior sabiendo que no son palabras mías –aunque podrían serlo perfectamente ya que suscribo hasta la última coma–, sino que vienen de una generación que ya está empujando y retando a algunas mentes anquilosadas y ancladas en maneras caducas de comprender la vida en general y el trabajo en particular.
«Entonces, ¿cómo estás contribuyendo tú a crear ese mundo?» le pregunté a María. He aquí su brillante respuesta–: «Pues… haciendo. Soy de las que piensa que una acción vale más que mil palabras; los libros son necesarios y las palabras también, aunque no tienen el mismo impacto que el ejemplo directo de una acción concreta. Y no hablo de hacer grandes cosas, ¡qué va! La ética y el ejemplo están en las cosas pequeñas, en tu día a día, en todos los contactos que tienes con el mundo desde que te levantas por la mañana… No puedes aspirar a ser ético y contribuir para cambiar el mundo si no atiendes a las pequeñas acciones del día a día. El ejemplo que proyectas sobre los demás, esa es la mejor manera de contribuir a crear un mundo mejor». María conoce a la perfección las leyes de la coherencia, la contribución y la educación. ¿Cómo aspiras a liderar un equipo de trabajo si tú mismo no sabes liderarte? ¿Cómo esperas ayudar en África si no puedes ayudar a tu allegado o a tu vecino? Del mismo modo, María y los protagonistas de este libro no ven el trabajo simplemente como un medio para ganarse la vida, ¡nada de eso! Ganarse la vida a través de lo que hacen es tan solo una recompensa o un efecto secundario de la verdadera razón por la que trabajan: poder aportar su granito de arena para que el mundo sea un lugar mejor en aquellos contextos donde actúan. Así, mimar su entorno y echar un cable siempre que puede es algo importante también en la vida de María: «Me encanta pasar tiempo con mis amigos y la gente que quiero; procuro quedar y charlar con las personas para tratar de mejorar sus vidas, sobre todo si están pasando un mal momento. Creo que es importante estar ahí y crear el mundo desde las cosas pequeñas –y concluye–: tengo la convicción de que, así como haces algo pequeño, así harás algo grande. No puedes ayudar a cien mujeres en Tanzania si no eres capaz de ayudar a un amigo cercano».
En el momento en el que mantuve las entrevistas con María, Inakuwa estaba creciendo mucho y muy rápido. En julio del 2018 eran quince voluntarios y en enero del 2019 ya eran más de ochenta, de modo que lo que funcionaba a nivel organizativo hacía unos meses comenzaba a dar síntomas de agotamiento… De algún modo María sentía que Inakuwa se le podía escurrir entre los dedos. Como no podía ser de otro modo, yo quería ayudarla en su maravilloso proyecto, así que le propuse echarles una mano del modo que creí más valioso en ese momento. A través de unas sesiones de coaching de equipo, los directivos y vocales de la ONG podrían decidir cómo querían trabajar y organizarse para sostener ese crecimiento con éxito, amén de reconectar con sus valores e identidad como organización. María no se lo pensó ni un instante: adelante. Total, hablé con una compañera, Andrea Caride, con la que ya había trabajado en Anantapur, India, en el otoño del 2018 para los directivos de la Fundación Vicente Ferrer, y preparamos dos sesiones. Aquella experiencia fue alucinante tanto para Andrea como para mí –y me consta que también lo fue para Inakuwa–. Aprendimos lo que no está escrito. Descubrimos en primera persona el empuje, las ganas, la seriedad, la intensidad, la madurez, la profesionalidad, la claridad y el deseo de contribución de todo el equipo de líderes de la organización. Quince jóvenes en su mayoría universitarios que nos alegraban el día tras cada sesión. Tras ver en acción a estas almas libres supimos que hay esperanza. Supimos que el mundo está en buenas manos. Personalmente confirmé que existen dos realidades: la que te cuentan en los medios de comunicación y la que experimentas en la vida real. No digo que no haya todavía mucho por hacer ahí fuera para mejorar este mundo; queda por hacer, y mucho. Por eso existen organizaciones como Inakuwa. Hay muchas personas que están haciendo cosas bellísimas y absolutamente necesarias ahí fuera; tan solo tenemos que permitirnos verlas. Y eso también forma parte del mundo. Te invito a que también centres tu atención en ellas.
Termino con una reflexión personal: señalar lo que no nos gusta con el dedo está bien, aunque no soluciona nada. No cambia nada el hecho de que te guste o no una determinada realidad. Te invito a que pienses: ¿cómo puedo contribuir a mejorar esa situación? ¿Qué acciones concretas puedo llevar a cabo para objetivamente ser parte de un cambio positivo de esa realidad que no me gusta? Te animo a que pases a la acción, y, si no sabes por dónde empezar, busca iniciativas que ya estén en marcha y colabora con ellas.
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