No crea el lector, que mi agradecimiento aunque con humor, no es serio y sincero. También así la peyorativa alusión evolutiva a las guerras, no deja tener un gran viso de razón. Recordemos que las ciencias de la información, en especial el desarrollo de la cibernética, son producto de las necesidades que plantea la Segunda Guerra Mundial y también la llamada Guerra Fría. Y ya que estamos de agradecimientos, es justo desde una visión de género también reconocer, que las dos guerras mundiales del siglo pasado permitieron grandes avances no sólo a nivel tecnológico, sino también a nivel sociológico, como lo fue la creciente aparición de la mujer en la vida social y laboral, cuando a causa de las guerras, el género femenino tomó el volante de las máquinas.
Por todo esto, agradecemos a este gran movimiento filosófico, los conceptos y métodos que aportó para desarrollar una ciencia que generó un impensado desarrollo científico-tecnológico. Estos desarrollos que vinieron de la mano de nociones tales como: observación, clasificación, descripción, causalidad, explicación, mirada analítica y profunda a partir de instrumentos y técnicas que nos permitieron indagar el mundo desde un proceso hipotético- deductivo.
El positivismo exploró, organizó y ordenó el mundo externo físico-natural y también el escurridizo mundo social. Su obra fue grande, se abocó al reconocimiento y catalogación de la realidad, haciendo del UNIverso extensas e intrincadas taxonomías que clasificaron: minerales, vegetales, animales, relieves, mares, climas, y hasta la conducta humana. Así creó, reinos, tipos, géneros, especies, categorías, subcategorías y metacategorías. Muchas de estas variedades encasilladas en dos grandes clases: lo normal y lo anormal.
Esta mirada condujo a concebir un UNIverso como una máquina perfecta, causal y determinada, que de manera exacta podía reducirse a ecuaciones. Se necesitaba descubrir también cómo funcionaba y cómo se comportaba, es decir establecer las leyes que lo regían y para esta tarea no faltaron muchos grandes hombres. Tantos que no podríamos enumerar acá, guiados por dos principales líderes, René Descartes e Isaac Newton.
De este modo se procedió a describir el comportamiento de todas las cosas: astros, mares, vientos, lluvias, animales, todo lo que podía observarse externamente de la vida en general. Se trató, (de allí tantos tratados y enciclopedias) de un trabajo magno que observó minuciosamente la materia, la ordenó y la bautizó, llamando a cada cosa por su nombre.
Estas motivaciones del hombre fueron satisfechas con creces y convertidas en grandes logros, gracias al trabajo arduo durante tres siglos.
Si bien el término positivismo fue recién acuñado en el siglo XIX, por Augusto Comte, otro grande, fue desde la mitad del siglo XVII que tanto la filosofía dualista cartesiana, mente y materia, como el modelo mecanicista newtoniano del UNIverso, dominó el pensamiento científico. Y no sólo éste, dicho modelo se constituyó en una forma de ver, pensar y hacer que prontamente modalizó la vida social.
En todo este trabajo quizás una de las tareas más significativas lo fue la medición, que posibilitó al cartógrafo a través del cálculo y trazado de paralelos y meridianos, tener el mundo entre sus manos. Guejd (1997), en su maravillosa novela La medida del mundo, documentada históricamente, ilustra magistralmente este momento crucial en la historia de las ciencias, enmarcado en la revolución francesa. La medida se convirtió en cantidad, en exactitud, vista métrica del globo terráqueo que garantizaba invariabilidad y universabilidad. Unidad que borraría cualquier diferencia.
El conocimiento único y preciso de la naturaleza le permitió al hombre intervenir en ella a través de la explotación. El uso de este último término, de ningún modo es peyorativo, como hoy podría considerarse desde una perspectiva ecológica, sino es precisamente utilizado, para la tarea socioeconómica derivada de los conocimientos científicos. De este modo se derivaron ríos, se secaron arroyos, se perforaron montañas, se abrieron minas a cielo abierto. Hoy en día se ha incrementado el cultivo gracias a modernas máquinas que talan cada vez más superficies boscosas y se crían animales eficientemente en granjas industriales (ganadería intensiva) estimulados con fármacos y productos químicos.
Este modo de conocer impulsó grandes desarrollos en el plano de la materia, especialmente en la física, la química, la biología y todas sus aplicaciones en las ramas de la ingeniería y la medicina.
Estos progresos, en el mundo moderno industrializado y urbano, permitieron dar vueltas al mundo en muchos menos que 80 días como lo hiciera Verne, llegar a la luna promediando el siglo XX; quizás punto cúlmine de dominio y control, que le permitió al hombre explorar el cielo y sentirse Dios, haciendo zoom sobre la tierra.
El positivismo posibilitó esto y ¡muchísimo más! también que muy difícilmente hoy alguien “muriera de parto”, de infecciones o apendicitis.
Y hasta aquí llegamos…
Hasta aquí nuestro reconocimiento, ya que si bien hemos logrado reducir las muertes por parto, infecciones y epidemias, han surgido otras por nuestro modo de vivir, a través de la alimentación (cáncer), accidentes automovilísticos, drogadicción, víctimas de violencia o depresión.
Como bien sabemos, paralelamente a las comodidades logradas y la prolongación de la vida, el control de la naturaleza y el ejercicio de dominio, se produjo un profundo desequilibro. Sería redundante y reiterado brindar ejemplos que el lector ya conoce, en relación al riesgo ecológico en el que hoy nos encontramos inmersos. Cuando decimos ecológico, lo hacemos en el sentido más amplio de una ecología profunda, que no involucra solo lo natural sino de manera holística también el orden social, la vida toda.
Extrañamente lo que conduce a la crisis de este paradigma no es su agotamiento, ya que paradójicamente cuenta con los recursos político-económicos, humanos e instrumentales para continuar de manera insaciable y exponencial su éxito y desarrollo. Lo que produce la crisis paradigmática y nos desafía a la búsqueda de nuevos caminos científicos y no solo científicos, es que pese a todos los logros que nos ha permitido su desarrollo, éstos no son suficientes para la consecución de un objetivo primordial de todo organismo vivo, como lo es, la preservación de la vida y su evolución.
Este modelo que produce desmedidamente bienes, requiere más ingresos para obtenerlos y más tiempo para ocuparse de ellos. Este modelo prolonga la vida, la que a su vez, requiere de espacios institucionalizados (geriátricos) para contenerla hasta su extinción.
El método de abstracción científico es muy eficiente y poderoso, pero debemos pagar un precio por él. A medida que definimos nuestro sistema de conceptos con mayor precisión, a medida que lo perfeccionamos y hacemos sus conexiones cada vez más rigurosas, este sistema se va separando cada vez más del mundo real. (Capra, 2009:50)
Una vez reconocidos los importantes aportes de la investigación tradicional, que nos permitieron ingresar en la era moderna, debemos tomar conciencia que los problemas de sociedad que nos angustian, encuentran la raíz en su exceso.
La pregunta crucial -crucial para la supervivencia y el bienestar de nuestro mundo- es cómo convertir los maravillosos descubrimientos de la ciencia en algo que ofrezca servicios altruistas y compasivos a las necesidades de la humanidad y de los demás seres sensibles con quienes compartimos este planeta. (Dalai Lama, 2008:8)
La producción de conocimientos se encuentra afectada por una severa crisis originada en la fragmentación entre ciencia y tecnología. Es indispensable focalizar en esto y abordar una pregunta ética esencial, para qué investigamos. Esta pregunta no surge desde una simple visión utilitarista del trabajo, sino de la búsqueda profunda del sentido de la vida y el compromiso ético de su cuidado.
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