Claudia Liliana Perlo - Hacer ciencia en el siglo XXI

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Claudia Perlo cita autores objetados o directamente ignorados en la comunidad científica, toma ideas de diferentes saberes y las hace propias, las usa como metáfora, las entremezcla para expresarse en una prosa clara donde el origen disciplinar pierde el sentido para converger en un río que corre, que cambia, que no busca llegar sino moverse.Plantea a la investigación científica como un conocimiento que debe circular, saltando de disciplina en disciplina, saliéndose de los laboratorios y de las oficinas para entremezclarse, ensuciarse las manos y dialogando encontrar respuestas creativas a los problemas sociales que hoy tenemos en la puerta de nuestros institutos. Hacer ciencia en el siglo XXI me fue atrapando y me dejé llevar. Dejé de cuestionar para empezar a aprehender, para modificarme, para correrme de la lógica de la disputa en la que nos formamos en nuestro sistema científico y comenzar a avanzar en la lógica del diálogo, sin tratar de forzar convicciones. No sé si coincido con todos los argumentos de la autora, pero si sé que la lectura de su libro me cambió, me potenció, me dio nuevas herramientas para pensar y pensarme, para encontrar nuevos rumbos que me saquen del lugar de encierro al que de a ratos me lleva esta carrera científica que ya no quiero correr más.

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No pocos fueron los enfrentamientos y discusiones que Jung tuvo con Freud, ante lo que éste último consideraba tanta supertichería, que terminó con el castigo del hijo rebelde, fue apartado. Así lo expresó Freud en una carta a su discípulo desviado:

...En consecuencia, propongo que abandonemos nuestra amistad enteramente, no pierdo nada con ello pues mí único vínculo emocional con Ud., ha sido durante un largo tiempo, un delgado hilo, debido al prolongado efecto de pasados desacuerdos. Freud, Viena, Enero de 1913. (Grimaldi:2012)

En la actualidad existe una creciente revalorización de la teoría junguiniana, convergente con una fuerte búsqueda del sentido de la vida y un sutil y progresivo acercamiento entre los mundos que hasta ahora aparecían escindidos: materia y mente, cuerpo y emoción, lo natural y lo social, oriente y occidente. Asimismo consecuentemente con la sanción recibida, esta revalorización aparece en primer lugar en el seno de la práctica social psicoterapéutica y de la sociedad en general, antes que en el espacio paradójicamente creado para la generación de conocimientos: la academia y su espacio institucional, la universidad.

De manera muy similar, fue tomada como alocada la idea de la teoría de la deriva continental, originalmente propuesta por Alfred Wegener en 1912. Quien formuló la misma, a raíz de numerosas observaciones que indicaban que los continentes estuvieron unidos en eras geológicas pasadas. Estas evidencias incluyen la manera en que parecen encajar las formas de los continentes a cada lado del Océano Atlántico, como por ejemplo África y Sudamérica. Por supuesto que la idea fue originalmente descartada como ridícula por sus colegas, quienes no encontraron rigurosidad en sus argumentos. La idea recién fue tomada en cuenta en Europa, en los años cincuenta y confirmada por la comunidad científica una década después.

El desarrollo científico propio de la edad moderna desarrolló la lógica del pensamiento racional adulto y “consciente”, como la única y exclusiva forma de percibir la realidad. Por un lado, intuir e imaginar pareciera ser cosa de niños y eso no es cosa seria. Por otro, cualquier otro estado de conciencia que no respondiera a estas características era/es considerado una patología. El desarrollo científico se ha basado en la lógica racional, ahora bien, ya no podemos ocultar lo que la historia de las ciencias nos muestra. Ya no podemos desconocer el papel que juegan la intuición, la corazonada, y hasta lo que pareciera “demencia”, en los grandes descubrimientos científicos.

No ponemos en cuestión la necesidad de buscar argumentos y construir datos que nos permitan explicar la realidad. Sí nos preguntamos ¿Qué hubiera sido del desarrollo del conocimiento si no hubiéramos contado con seres humanos valientes y osados, dispuestos a pasar el ridículo y perder “prestigio” en pos de seguir adelante con sus intuiciones?

Está visto que, así como pensar distinto fue peligroso en el medievo, no fue/es muy diferente el riesgo en la época moderna. Por lo que para algunos, la búsqueda de alianzas y negociaciones para salvar la reputación y el pellejo constituyó una estrategia adecuada.

Una interesante alianza: Así en la tierra y así en el cielo

En este caso, la separación de la Iglesia de la producción de conocimiento al final de la edad media y en el ingreso a la modernidad, que en primer lugar constituyó un quiebre entre ciencia y fe, no tardó en derivar en una interesante alianza. Divididas las “unidades de negocio”, la ciencia ganó autoridad en el desarrollo de las cuestiones de la tierra y la iglesia se apropió de las cuestiones del cielo. De este modo la ciencia se ocuparía del cuerpo, la mente, la naturaleza y la Iglesia del alma y las cuestiones del espíritu. Asimismo la fuerte atmósfera positivista sedujo la ambición de la iglesia de “demostrar” su propia verdad y condujo a que ésta no se contentara con la eseidad del espíritu, doblegándose prontamente a participar bajo “las reglas del método”. Ejemplo de ello es la necesidad de la iglesia de justificar científicamente los milagros, a través de la recolección de evidencias y pruebas que “demuestren” la veracidad del poder del espíritu sobre la materia, aún con las gafas claras y objetivas con que se observa ésta. El milagro en primera instancia es sospechado, requiere de procesos probatorios de laboratorio para ser creído. La Iglesia se somete al tribunal científico, para hacer “fiable” sus datos, para no caer en la irracionalidad. De este modo va censurando a lo largo de su historia, la eseidad del milagro y racionalizando la fe, empobreciéndolos, transformando lo sobrenatural en natural, construyendo una religión aliada a la investigación científica. No nos faltan ganas, pero sería extenso adentrarnos aquí, (el lector puede suponerlas) en los profundos motivos por las cuales la iglesia se encontró a salvo en el refugio de la razón y no expuesta a la sensación del cuerpo e infinitud del alma.

Volver a la fuente

En el siglo XXI, ante la exacerbación y agotamiento del modelo positivista para dar respuesta a cuestiones que no se resuelven exclusivamente por este método; ante los sísmicos hallazgos del siglo XX que ponen en cuestión el modelo hegemónico y que además señalan un retorno a la integración del conocimiento; aparece una necesidad no científica, sino predominantemente social, de reconocer y revalorizar otras fuentes de conocimiento, que superando el reduccionismo científico permitan vincularnos más plenamente con la compleja realidad. Estas otras formas de pensamiento ligadas a la percepción del cuerpo y al desarrollo del espíritu fueron históricamente despreciadas por la racionalidad moderna, adjudicadas a los pueblos vencidos, pobres, “no desarrollados”, ya sean orientales u occidentales. Muestra de la escasa o poca efectividad de la irracionalidad, plasmada en el mito, en la magia, en la superstición, era (a vista de los otros) “el escaso desarrollo económico y tecnológico de estas comunidades”.

Durante todo el siglo pasado, desde el campo académico, aunque con las gafas tradicionales de la ciencia, la antropología ha realizado una excelente tarea de revalorización de los pueblos, sus culturas y sus saberes, devolviéndole legitimidad a la otredad.

Hacia finales del siglo pasado, el paulatino y gradual acercamiento entre oriente y occidente que ya mencionamos, ilustrado de manera maravillosa tanto en la obra de Capra (2009), como de Dalai Lama (2008) fue conduciendo a científicos y pensadores en general a la reconstrucción de nuestro fragmentado UNIverso.

En la actualidad no son pocos los científicos que viven esta multiplicidad de modelos, aunque con escasa integración con la realidad demandada por el sistema académico institucionalizado. Se percibe un celoso cuidado por parte de los científicos para abrirse al tratamiento de temas que por la ciencia modernas son considerados hoy tabú, y como todo tabú de eso no se habla.

Conozco muchos, pero muchos colegas académicos…gente destacada en su campo -psicología, neurociencia cognitiva, neurociencias básicas-, que en privado están sumamente interesados en los fenómenos psíquicos. Algunos de ellos han tenido éxito en el resultado de sus experimentos. ¿Entonces por qué no oímos hablar de eso? Porque la cultura en el mundo académico dice que no se puede. (Radín, D, 2006) (5)

Aún con disimulo, el pensamiento científico profesional y los profesionales formados en él se vinculan a través de su práctica con la población en general, generándose una comunicación más o menos encubierta entre estos sistemas. Ejemplo de esto, es que en el campo de la salud, ya no aparece una negación absoluta como en el siglo XX, de la efectividad de estos saberes holísticos y prácticas sistémicas tales como: acupuntura, homeopatía, medicina ayurvédica, antroposofía, logosofía, meditación, yoga, reiki, prácticas sufistas, bionergía, biodanza, neochamamismo entre otras. Alguna de estas prácticas, muchas de ellas fundamentadas en los desestabilizadores hallazgos científicos del siglo pasado, según su formalización y evaluación de sus logros por el sistema académico institucionalizado, han sido más o menos aceptadas y toleradas, como lo es el caso de la homeopatía y la acupuntura. En otros casos o bien son descalificadas, o bien consideradas abordajes “alternativos” a las prácticas “tradicionales” científicas. Asimismo ¡que paradójico resulta! denominar “tradicionales” a las prácticas científicas que emergieron en los albores de la modernidad, como “modernas”, suplementarias y superiores a las prácticas tradicionales curativas de los pueblos originarios.

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