Antes de poder terminar el beso apasionado, Pedrito juntó todas sus fuerzas y le propinó un empujón a Andrés, con lo cual logró que trastabillara y se cayera de bruces en el piso del baño.
Cuando Andrés se incorporó, lo que sucedió a continuación fue aún más insólito. Sacó de su mochila una larga hoja de acero afilado. Era un cuchillo de esos de carnicero, con empuñadura de plástico blanco. En el video se ve como brilla con una intensidad fenomenal cuando, en cierto ángulo, la luz le da de lleno sobre la hoja de acero.
Se acercó a Pedrito con una velocidad inusitada y le colocó la hoja de la cuchilla sobre el cuello.
—Pendejo de mierda.—dijo Andrés.
—¿Quién te crees que sos?— continuó.
—Hace varias semanas que te sigo y vi claramente que me hiciste propuestas indecentemente sexuales y ahora te haces el duro. —continuó.
—Ahora vas a ver lo que le pasa a los que me hacen frente y me quieren dejar en ridículo.— prosiguió diciendo.
—Vas a hacer todo lo que diga y si te pasas de listo te vas a llevar de regalo un corte muy grande en el cuello y lo último que vas a ver en éste mundo será mi cara.
—Así que quietecito.—terminó.
Dicho esto, le dio la vuelta al cuerpo de Pedrito y con unas manos muy hábiles le desabrochó el cinturón y le bajó los pantalones y la ropa interior.
A continuación lo penetró varias veces seguidas, ambos en posición vertical, y al transcurrir unos minutos se escuchó un grito de éxtasis emanado de la garganta de Andrés. Había acabado y se sentía lleno de júbilo.
Se limpió la verga con hojas de papel del dispenser del baño. Se acomodó las ropas y vio a Pedrito. Estaba acurrucado sobre el piso y sollozaba con lágrimas de vergüenza.
—Ahora me voy.— dijo Andrés. El lunes seguimos con el plan.— continuó.
—Y te advierto, si le llegas a contar algo a cualquier persona sobre lo ocurrido recién, te buscaré y te mataré. Te desollaré vivo de la misma forma que mi tío y mi padre me ensañaron a hacer con un venado. Te aseguro que no te va a gustar y que sufrirás como nunca. Una muerte en agonía es una de las peores.—dijo.
—Te lo juro por lo que más quieras.—prosiguió. Quedas advertido.— terminó.
Dicho esto, salió por la puerta del baño, como si nada hubiera ocurrido. Pensaba que era indestructible y que no había nada ni nadie que le pudiera cambiar su pensamiento.
Al rato, Pedrito se incorporó del suelo, y sin advertir y acordarse de que su celular estaba grabando, salió del baño como si fuera un títere. Parecía que hilos invisibles lo movían sin que él se diera cuenta. Parecía un sonámbulo.
Ese mismo día, a las dos horas de haber pasado esa locura, Pedrito decidió quitarse la vida.
30
Juan Cruz pensó como nunca lo había hecho en su vida. Tenía en su poder la prueba que habían estado buscando con Pedrito. La diferencia era que en la misma, uno de los principales protagonistas del suceso era su amigo, y él se había suicidado por ello mismo. Pensaba en la memoria de Pedrito y en lo que él hubiera querido.
J.C. quería llevar a Andrés a la justicia, sabiendo que con la prueba irrefutable del video, quedaría por el resto de su vida tras las rejas. Eso si no lo mataban o se suicidaba dentro de la cárcel. Podía y era muy probable que ocurriera una de esas dos cosas. Y aunque sus ganas de hacer eso eran muy fuertes decidió no hacerlo. Sin embargo, las cosas no podían quedar así.
Decidió, después de muchas horas de debate consigo mismo, amenazar a Andrés utilizando el video como su arma principal.
¡Y lo logró! Al amenazarlo con publicar el video en internet, éste quedó desarmado y sin defensas. Juan Cruz, utilizando la ignorancia de Andrés y el poder de su alto C.I. le dijo que debía irse de la escuela para siempre. Que si no lo hacía publicaría el video en internet y por ello pasaría el resto de su vida en la oscuridad de una celda de dos por dos, con el temor siempre presente de ser violado constantemente por los otros reclusos.
También le había comentado que había desarrollado y programado una aplicación en internet, la que publicaría el video si es que J.C. no insertaba una clave cada cinco días, lo que era un salvamento por si le ocurría algo a J.C.
Andrés, en su intento por sobrevivir, aceptó la oportunidad que le brindaba J.C. y renunció a la escuela. De un momento para otro, y sin saber los motivos, Andrés se ausentó y nunca más se lo volvió a ver.
31
J.C. se sentía lleno de energía. Ahora estaba libre de Andrés y sus abusos. Por fin tenía todo su tiempo libre para dedicarse en forma plena a intentar lograr su deseo más apremiante. Conquistar a Violeta.
Capítulo Segundo
El cambio
1
J.C. cumplía diecisiete años y su madre le había comprado una enorme torta de cumpleaños. A pesar de que no tenía amigos en la escuela, algunos de los compañeros que invitó fueron a su casa. Lo más probable fuera que habían ido porque era difícil no aceptar comida y bebida gratis, especialmente en los momentos económicos difíciles que estaba pasando la Argentina.
Como era de esperar, Violeta no acudió a la fiesta, con lo cual J.C. estuvo toda la tarde y gran parte de la noche, en un estado catatónico. Ni siquiera se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor, donde los que habían asistido comían, bebían y se divertían. Su caso era otro, lo único que quería, era que Violeta estuviera ahí. Hasta pensó en echarlos a todos de su casa y encerrarse en su habitación.
Por suerte eso no ocurrió. Se dio cuenta que ya era difícil estar en una escuela donde todos lo miraban de reojo. Todavía no se habían disipado del todo los rumores instalados por Andrés. Sumado a eso, se sospechaba que él era, de alguna forma, el responsable de que éste haya desaparecido de la escuela de un momento a otro, sin explicaciones.
En lugar de eso, decidió tratar de pasar la noche lo mejor que podía, tratando de reforzar y reafirmar las conexiones emocionales con las personas que allí estaban. Necesitaba aliados en la escuela, y ese era el momento de conseguirlos.
Desde que Pedrito se había ido, sentía un vacío enorme en su pecho. Creía que Violeta sería la persona que llenaría ese hueco. Lamentablemente, no había sido ese el caso. Es más, cada vez era más difícil tratar de conquistarla. Ya estaba perdiendo la paciencia.
Al llegar la medianoche, sus compañeros le cantaron el feliz cumpleaños y brindaron con sendos vasos de cerveza. Por suerte su madre no estaba en la casa. Había tardado casi un mes entero en convencerla de que esa noche no estuviera presente.
A las tres de la mañana, la gente empezó a retirarse de a poco. Si bien se creían muy adultos, la mayoría de ellos tenía entre dieciséis y diecisiete años, por lo que todavía eran menores de edad, y tenían que acatar las reglas impartidas por sus respectivos padres.
A las cuatro y cuarto se fue el último grupo de personas que quedaba. En ese momento, J.C. ya estaba alegre y algo ebrio.
Cuando lo asaltó la soledad, se sintió nuevamente vacío. Muy vacío. El efecto del alcohol acrecentaba sus sentimientos, hasta el grado de hablar consigo mismo. Si alguien lo hubiera visto le habría puesto un chaleco blanco, de esos que se atan por atrás. Parecía un sketch de esos de dibujitos donde la persona habla hacia su izquierda y hacia su derecha, con el angelito y con el demonio.
Necesitaba acallar su cerebro. Necesitaba dejar de pensar. Y en ese momento se le ocurrieron sólo dos opciones. O se iba a dormir o cambiaba por algo más fuerte.
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