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Ya habían pasado casi dos horas desde que Pedrito se juntaría con Andrés y todavía no tenía noticias de su amigo. Quiso llamar a su celular, pero sabía que, si todavía estaba grabando, el mismo estaría en estado silencioso. Aunque era muy raro que Andrés le dé explicaciones durante dos horas, tampoco era imposible, por lo que tampoco se preocupó demasiado. Aunque sí lo estaba y se engañaba a sí mismo.
Debido a la gripe, y a la poca fuerza que tenía, J.C. se quedó dormido a los pocos minutos. Durante su estado de letargo, soñó con Pedrito. En el sueño lo veía llorar desconsolado, con un alto nivel de vergüenza mostrado en su carita. Dentro de ese mismo sueño se descubrió también llorando desconsolado, sintiendo una angustia y una pena que no supo explicar.
Se despertó de un sobresalto a altas horas de la noche, casi a las cuatro de la mañana. Cuando se le pasó el shock y pudo serenarse, tomó el celular y revisó los mensajes. En la casilla donde ponía Pedrito había un número solamente. Cero.
24
A la mañana siguiente, se sentía bastante mejor de salud. Los remedios que estaba tomando empezaban a surtir efecto. De igual modo, todavía no se sentía capaz de levantarse, y menos aún de salir afuera e ir caminando a la casa de Pedrito y ver qué pasaba.
A medida que trascurría la mañana, su preocupación iba en aumento. Había enviado casi treinta mensajes a Pedrito y llamado unas cuantas veces también. Todo sin respuestas. No entendía nada de nada y su estado psicológico estaba cada vez más inestable. No sabía qué hacer.
25
A las doce del mediodía escuchó unos golpecitos en la puerta de su habitación. Le pareció que los mismos eran demasiado débiles, casi inaudibles, todo lo contrario a lo que lo tenía acostumbrado su mamá, cuando generalmente golpeaba con demasiada fuerza.
Pensó que le traían la comida. Aunque era sosa y sin sal, debido a los cuidados que le estaban haciendo tener, J.C. la comía sin protestar. Amaba a su madre y hacía todo lo que ella le decía y ordenaba. Era su amor.
—Adelante.— dijo J.C.
Lo que vio le llenó de terror y miedo. Su mamá estaba blanca, llena de lágrimas que le surcaban las mejillas. Estaba desconsolada y se notaba mucho.
Apenas cruzó el umbral de la puerta salió disparada hacía la cama de su hijo y lo abrazó en un apretón de oso, que casi le dejó sin aire. Ella seguía llorando desconsoladamente.
Cuando se tranquilizó un poco, aún sin saber cómo hacerlo, y sin siquiera darse cuenta de lo que hacía le dijo a Juan Cruz…
—Amor mío, ha ocurrido algo terrible.—comenzó a decir.
Con mucho esfuerzo y con palabras entrecortadas explicó a su hijo lo sucedido, y aunque J.C. no entendió mucho lo que su madre le transmitió, la idea en general sí la entendió.
Pedrito había sido encontrado en su casa colgado del techo de su habitación. Se había suicidado.
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El viernes próximo al fatídico suceso, se realizó el entierro de su amigo en un cementerio hermoso, de esos que sólo se ve césped cortado, árboles y flores, y gente sentada hablando con sus familiares perecidos o simplemente disfrutando de la paz que había en esos lugares. Todo lo contrario a aquellos cementerios donde se veían las lápidas y los mausoleos de los muertos. Eran los típicos de películas de terror, donde los zombis cobraban vida.
El proceso fue lento y doloroso. Un cura pronunció algunas palabras de aliento para los familiares. Todos estaban vestidos con la clásica vestimenta negra que se utilizaba en esas ocasiones. J.C. tenía un saco negro petróleo y pantalón acorde del mismo color.
Finalizado el discurso, y luego de bajado el pequeño cajón hacia el pozo abierto de tierra, la gente se empezó a dispersar en diferentes direcciones. La mayoría no hablaba ni decía nada. Otros sollozaban. Algunos pocos lloraban a todo pulmón. Fue uno de los días más tristes en la vida de J.C.
Cuando su madre le dirigió la palabra diciéndole que ya era hora de volver a casa, J.C. le dijo que iría luego. Que tenía que hacer algo importante. Que antes de las veinte horas estaría allí.
27
Utilizando un árbol grande como escudo, vio salir a la mayoría de los alumnos por la puerta de la escuela. Distinguió a Andrés y sus amigos y los siguió con los ojos hasta que dieron vuelta en la esquina.
Cuando la multitud menguó lo suficiente como para pasar desapercibido, especialmente debido a que estaba vestido de traje, enfiló hacia la escuela y se dirigió directamente hacia el baño de varones. Por suerte para él, nadie le prestó atención. Como era viernes, lo único que éstos adolescentes tenían en la cabeza era la joda y la fiesta que harían durante el fin de semana.
Cuando ingresó al baño no había nadie. Continuaba su suerte y se alegró. Se dirigió directamente a los armarios de metal desvencijados donde algunos alumnos prestigiosos poseían su propia casilla. Una de ellas pertenecía a Pedrito y otra a J.C.
Como ambos eran mejores amigos, habían realizado copias de cada una de las llaves y ambos poseían acceso a los dos casilleros.
Las puertas de lata tenían respiraderos en forma de rendijas horizontales, eran aptos para colocar dispositivos de grabación dentro de los mismos y desde allí filmar lo ocurrido. Al abrir el cerrojo, lo primero que encontró fue el celular de Pedrito colocado como lo habían practicado muchas veces. Lo tomó con sus manos, lo introdujo en el bolsillo de su pantalón y se fue a su casa, a paso ligero, pero no tan rápido. No quería levantar sospechas. Pero quería impacientemente saber el contenido del celular.
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Al llegar a su casa, lo primero que hizo fue subir a su habitación y cambiarse. Luego, una vez que puso el celular de Pedrito a cargar, se fue a la cocina y devoró la comida casera que su madre había preparado.
María Marta no podía entender como una persona podía comer todo lo que había engullido J.C. en tan poco tiempo. Adujo que el motivo era que la ceremonia lo había dejado exhausto y necesitaba energías. La verdad era otra, quería revisar el celular con urgencia.
Al terminar la cena, le pidió a su madre retirarse, con la excusa de que estaba molido, que necesitaba descansar. Aunque siempre le ayudaba a lavar los platos y a pasar momentos juntos, entendió a su hijo y le permitió retirarse.
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El contenido que encontró en el celular era de alto contenido emocional. El último video grabado tenía una duración de una hora y cuarto, tiempo en que el mismo se quedó sin batería.
J.C. lo vio dos veces seguidas. Quería entender y confirmar lo que había visto. Todavía no podía creer lo que sus ojos le mostraban. Era algo sacado de una película. Siempre había creído en su inocencia, que hechos como el que estaba viendo, no se producían en la realidad.
El video comenzaba con Pedrito colocando el dispositivo en el lugar y de la forma correcta. Luego se ve cuando cierra la puerta del casillero y a Pedrito apoyado sobre una pared a la espera de Andrés.
Éste no tardó en entrar en escena, a los cinco minutos del comienzo de la grabación se lo ve entrar al baño en forma solitaria. Contrario a lo que hubieran pensado ambos, Andrés fue al encuentro sólo, sin ninguno de sus amigotes.
Todo comenzó con Andrés explicándole el plan para el lunes. Terminada la exposición de la idea, se lo ve yendo y encarando a Pedrito. Lo primero que se vio fue a Andrés incrustándole un beso de lengua muy fuerte y voraz dentro de la boca de Pedrito. Cuando lo vio J.C. por primera vez, quedó estupefacto, sin poder creer lo que sus ojos veían. Pero cuando continuó viendo el material audiovisual, quedó aún más impresionado por el contenido mostrado.
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