… personas que tuvieron simplemente el coraje de ser imperfectas. Tuvieron la compasión de ser amables con ellos primero y luego con los otros. Porque resulta ser que no podemos practicar la compasión con otras personas si no podemos tratarnos con amabilidad. Y lo último era que tenían conexión, y esta es la parte difícil: como resultado de la autenticidad, estaban dispuestas a dejar de lado lo que pensaban que deberían ser para ser quienes eran, algo absolutamente necesario para lograr la conexión.
Lo otro que tenían en común era esto: aceptaban plenamente la vulnerabilidad. Este grupo de personas aceptaba y convivía diariamente con la vulnerabilidad. Se aceptaban a sí mismas con todas sus imperfecciones y consideraban que aquello que las hacía vulnerables, las hacía también personas hermosas.
El abrirse y mostrarse tal como uno es genera la forma de empatía más pura entre los seres humanos. Ahí inicia verdaderamente la conexión. Cuando uno abre su corazón, genera un campo de confianza. Se derriban las barreras y las corazas que nos ponemos tantas veces para transitar por el mundo y dejamos que aparezca nuestro ser. Así abrimos la puerta de conexión genuina y le damos al otro un lugar de confianza y empatía para poder hacer lo mismo.
Raíces de la vulnerabilidad
Completa las siguientes frases según lo que sientas que significan para ti. Este es un ejercicio que te servirá para identificar cómo interpretas el concepto de vulnerabilidad y, por ende, cómo afecta tu vida:
La vulnerabilidad es:
La vulnerabilidad se siente como:
Crecí creyendo que la vulnerabilidad era:
En el entorno social donde vivo (la comunidad social y su cultura), siento que los mensajes y las expectativas sobre la vulnerabilidad que recibo son:
¿Algo te sorprende acerca de tus respuestas?
¿Cuántas veces te ha pasado que al abrirte y contar un miedo −o una duda o al expresar tus sentimientos− recibiste de la otra persona una apertura igual o aun mayor? ¿Cuántas situaciones consideradas de vulnerabilidad te han unido más en tus vínculos? ¿Por qué crees que esto sucede? ¿Será que mostrándonos humanos nos volvemos más humanos?
Y si al final de cuentas todos somos seres humanos, por lo tanto imperfectos y por lo tanto vulnerables, ¿qué es lo que estamos haciendo? Tenemos tanto miedo de sentir las emociones que consideramos “malas” que creamos una barrera, nos ponemos una coraza y nos protegemos de la emoción.
El problema es que no podemos elegir selectivamente no sentir tristeza y optar por sentir solo alegría. Cuando nos cerramos a la emoción de la tristeza, automáticamente nos estamos cerrando también a la emoción de la alegría porque ambas son emociones y tienen la misma procedencia. Están, ahí, detrás de la barrera que creamos. Detrás de la coraza que nos pusimos.
Si quieres vivir una vida plena, entonces es necesario aprender a transitar y a abrirte a todas las emociones. Volver a conectarte con tu sentir. Amar, sobre todo amarte a ti mismo. Permitirte sentir lo que sientes. Permitirte mostrar lo que eres. Sentirte merecedor de ser. Sentirte merecedor de amor. Sentirte merecedor de pertenecer. Sentirte suficiente.
Walter Riso tituló uno de sus libros Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz. Para escribirlo se inspiró en las consultas que recibía, en las cuales detectó que muchas de las personas sufrían de lo que Riso denomina “mandatos irracionales perfeccionistas”. Es decir, condicionamientos sociales que establecen que debemos ser excepcionales en algún área. Ser perfectos, no cometer errores y mantenernos en la lista del top ten del algún Récord Guinness social. Estos mandatos generalmente están vinculados al éxito y al reconocimiento, y no dejan lugar al fracaso, a los errores ni a las emociones.
Un ejemplo citado en su libro, describe claramente esta situación:
Una mujer llegó a mi consulta porque el estrés y la ansiedad que sentía habían alcanzado niveles insoportables. Era una madre excelente, una gran esposa, una ejecutiva incansable y eficiente en su trabajo, socialmente encantadora y muy inteligente. El típico dechado de virtudes admirado por la mayoría.
En la primera consulta resumió así su problemática: «Estoy cansada de tratar de ser la mejor en todo lo que hago. Mi marido, mi madre, mis hijos, los accionistas de la empresa y mis amigos, todos esperan mi mejor rendimiento, y que además sea fuerte, que no cometa errores, que me mantenga siempre segura de mí misma, en fin, que jamás les falle... Pero me cansé de exigirme tanto. Estoy agotada de mantener este ritmo. He llegado a esta conclusión después de pensar mucho».
Al cabo de unas citas, mi impresión diagnóstica fue que mi paciente tenía razón, así que la terapia tuvo una meta esencial: aprender a «desorganizarse» un poco y a no tomarse la responsabilidad tan a pecho. O dicho de otra forma: a ejercer el derecho a fracasar y a ser débil. Sin faltar a sus deberes, intentar ser menos implacable consigo misma, más relajada y no tan «ejemplar». Le sugerí que hiciera una reunión con toda la familia y que se declarase, a partir de ese momento, en estado de «solemne imperfección».
Y así lo hizo, ante la sorpresa e incredulidad de los asistentes. Hoy, después de algunos meses de arduo trabajo terapéutico, es una mujer más tranquila y feliz, acepta sus errores y maneja un patrón racional de autoexigencia.
La autoexigencia, sumada a los mandatos sociales que crees propios, generan una idea de lo que “debes ser” que te desconecta de tu verdadera esencia. De lo que quieres ser. De lo que tu ser tiene el potencial para ser y hacer. De tu luz propia. De tu capacidad para compartir tu luz con el mundo a tu manera. De eso se trata. Y para ello, es necesario ir atravesando todas las capas de protección que tú mismo te has puesto, que te ha impuesto la sociedad y que se han transformado en un sistema de creencias que domina y dirige tu vida.
Lo que queremos transmitirte es la necesidad de volver a conectar contigo mismo. Con tu sentir. De escuchar aquello que tú quieres ser, más allá de lo que crees que deberías ser o hacer.
Estamos convencidos de que en la molestia se encuentra el primer despertador de tu ser. La molestia, esa incomodidad, existe para que puedas empezar a despertar, a hacerte preguntas y a escucharte a ti mismo.
Riso propone en su libro diez premisas liberadoras, de las cuales queremos destacar principalmente una de ellas, la número cinco:
1. Maltratarte porque no eres como «deberías ser» es acabar con tu potencial humano.
2. No te compares con nadie. La principal referencia eres tú mismo.
3. Las personas normales dudan y se contradicen: las «creencias inamovibles» son un invento de las mentes rígidas.
4. Desinhibirse es salud: no hagas de la represión emocional una forma de vida.
5. La realización personal no está en ser el «mejor», sino en disfrutar plenamente lo que haces.
6. Reconoce tus cualidades sin vergüenza: menospreciarte no es una virtud.
7. La culpa es una cadena que te ata al pasado: ¡córtala!
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