Te invitamos a que te quedes con esas áreas presentes en tu mente y en tu cuerpo. Te animamos a que te escuches y que las sientas. Sin juzgar. Sin juzgarte. No importa el tema del que se trate, ni si te parece demasiado grande o si te parece que puede sonar frívolo o insignificante. Desde ya, si te molesta, entonces para ti es importante y eso es lo único que cuenta.
Confía en este proceso. Si hay una molestia, ahí “haremos zoom”, ahí pondremos y ahí pondrás tú la atención. Recuerda que donde ponemos la atención es donde nos enfocamos, y por ende donde ponemos nuestra energía. Por ejemplo, lleva tu atención a tu pie derecho. Piensa solo en tu pie derecho. De pronto empezarás a sentir cómo está tu pie, si está apoyado, si está cómodo. Seguramente lo muevas para poder sentirlo mejor y luego notes que por un instante, todo lo que te importa es tu pie derecho. Toda tu energía está enfocada en él.
Lo mismo sucede con los asuntos de nuestra vida: donde pones tu atención, pones tu energía, y eso quiere decir que estás invirtiendo tus pensamientos, tus diálogos internos y tu tiempo en ello. Trata de enfocar tu atención, y por lo tanto tu energía, en lo que realmente te importa en este momento. Si pones tu atención en la zona de tu molestia, le vas a dar luz, le vas a dar un lugar consciente en tu vida y surgirá la posibilidad de enfocarte en ella para transformarla.
Puede ocurrir que sientas que aquella zona incómoda no debería molestarte. Quizás sea porque socialmente, o según tus creencias preestablecidas, esa circunstancia “está bien”, entonces empiezas a juzgarte. Lo sabemos porque también nos sucedió.
Dani: “amo los lunes”
Recuerdo que cuando descubrí mi mayor molestia mi cabeza me decía que no podía ser. Que en realidad eso estaba bien y que el problema era mío. Que era una insatisfecha. Que me quejaba de llena. Que tenía una vida armada, socialmente exitosa, y que no tenía derecho a quejarme.
Entonces empecé a pensar que algo en mí estaba mal y que seguramente había algo de este mundo que yo no estaba comprendiendo.
Así pasaron varios meses, en los que mi molestia y mi incomodidad seguían presentes. Cuanto más me juzgaba, más crecía. Cuanto más avanzaba en ese camino “exitoso”, más sentía la incoherencia con mi ser.
La molestia estaba en la zona de mi trabajo. Recuerdo dos frases que resonaron en todo mi ser y permitieron que durante esos meses no olvidara, no tapara ni ignorara lo que me estaba pasando.
La primera la enunció una persona que conocí en un taller de creatividad y es tan simple como: “amo los lunes”. Yo quería amar los lunes, quería dejar de esperar que la semana pasara rápido para poder disfrutar y descansar el fin de semana. Deseaba levantarme motivada y con ganas de trabajar, encontrarle un sentido a aquello que estaba haciendo. Anhelaba un trabajo con significado para mí. Un trabajo con sentido. Quería amar los lunes.
Así fue como llegué a la segunda, la encontré leyendo el libro Lunes felices de Diego Kerner, y me permitió dejar de ser tan dura conmigo misma y bajar la intensidad de la forma en que me juzgaba. Kerner propone un concepto que expresa lo que nos sucede a la gran mayoría de nosotros en algún momento de nuestras vidas: la jaula de oro.
Ese concepto me hizo ver mi propia jaula de oro y comprender desde otro nivel de consciencia qué era lo que me estaba pasando y cómo estaba −¡yo misma!− impidiéndome crear y vivir mi propia vida solo por mantener una posición social, una imagen y cumplir con el “deber ser” que había creado en mi cabeza y que tenía establecido ya como mandato. Me había comprado el paquete entero del “deber ser” y el “deber hacer” y creía realmente que tener un trabajo y una carrera exitosa me haría una persona feliz y libre. Pero a medida que fui construyendo mi carrera profesional y fui creciendo en posición, comencé a darme cuenta de que ese no era mi camino. No de esa forma.
Recuerdo un sabio consejo que alguna vez me dieron, y consiste en que si quieres ser algo, por ejemplo director de tu empresa, observa a esa persona que lleva más de diez años en la posición y pregúntate: ¿es eso lo que realmente quieres?, ¿te imaginas ahí con ese estilo de vida?
La respuesta no es correcta o incorrecta. Simplemente es distinta para cada persona. En mi caso, fue muy claro que ese no era mi camino.
La jaula de oro es muy personal, pero generalmente es de oro porque cuenta con comodidades, éxito y prestigio social. La jaula y el oro son distintos para cada persona; sin embargo, usualmente se encuentran en el dinero que ganas a fin de mes, la vivienda y la zona en la que vives, los bienes que compras, los lugares y la gente que frecuentas, el estilo de vida que creas y que sostienes.
Así creas tu propia prisión con barrotes de oro y la mayor parte del tiempo, el brillo del oro te encandila y te ensordece a tal punto que no puedes escucharte. Sin embargo, al final del día una jaula es una jaula, y esto resulta evidente cuando sientes que no tienes libertad. Es una jaula que tiembla ante la pregunta: ¿para qué?. Si ya no le encuentras sentido, el vacío que le sigue a la pregunta tiene un valor mucho más grande que los barrotes de oro que recubren la jaula.
Fran: observar, aceptar, integrar
Darme cuenta y reconocer mi molestia ha sido un largo proceso. Para mí la molestia tomó la forma del perfeccionismo. Aquello que pensaba sobre cómo debían ser las cosas, cómo me debía sentir y qué debía hacer. Un mundo a base de reglas.
La molestia fue la voz de la insatisfacción, la búsqueda de algo distinto. Cuanto tomé conciencia de mi molestia, mi cuerpo colapsó. Entré en un período de agotamiento físico, emocional y espiritual. Durante tres meses tuve mareos y vértigo. Esta etapa rompió mi paradigma de negar, negar, negar y me llevó a crear un nuevo paradigma de observar, aceptar, integrar (hoy, mi mantra personal). A partir de este período de mi vida supe que la mayor bendición es poder ver.
Recuerdo que en ese entonces di con el siguiente fragmento de Reflexiones sobre la vida, de Joseph Campbell:
“Cuando estamos en un punto de nuestras vidas y queremos estar en otro, hay un obstáculo que superar, un umbral que pasar. La estrella de seis puntas, que en el judaísmo es la estrella de David, es un símbolo que aparece también en la India como signo del Chakra IV.
De los dos triángulos, el que tiene la punta hacia arriba (podría usarse la palabra “aspiración” para él) simboliza el principio del movimiento. El triángulo con la punta para abajo es la inercia, y representa el obstáculo. El triángulo que apunta hacia abajo puede ser experimentado ya como un impedimento, ya como la puerta que se abre. Cuando se reconoce su significación psicológica y se efectúa una transformación mental, se puede ver el obstáculo como una abertura.
De modo que podemos experimentar el triángulo que apunta hacia abajo de dos modos: uno, como un obstáculo; y el otro, como el medio por el que haremos el ascenso.
Así, todo lo que en nuestra vida parece obstructivo puede transformarse mediante el reconocimiento de que es el medio para nuestra transformación.”
Mucho tiempo después participé en un retiro de mindfulness y autocompasión y durante una práctica con los ojos cerrados me obsequiaron un cuarzo en forma de triángulo: “tu piedra de la autocompasión”, me dijeron. Al verla recordé las palabras de Joseph Campbell y quedé fascinado por la forma y el color de ese cuarzo verde triangular que hoy siempre llevo colgado.
“El triángulo que apunta hacia abajo es o bien un obstáculo, o el campo por el cual habrá de venir la realización”. Las palabras de Campbell aún resuenan en mí y me recuerdan que donde está el obstáculo, está la práctica.
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