Miguel Ángel Ruiz nos recuerda en estas palabras la importancia de las semillas que elegimos plantar y germinar:
La mente humana es como un campo fértil en el que continuamente se están plantando semillas. Las semillas son opiniones, ideas y conceptos. Tú plantas una semilla, un pensamiento, y éste crece. Las palabras son como semillas, ¡y la mente humana es muy fértil! El único problema es que, con demasiada frecuencia, es fértil para las semillas del miedo. Todas las mentes humanas son fértiles, pero sólo para la clase de semilla para la que están preparadas. Lo importante es descubrir para qué clase de semillas es fértil nuestra mente, y prepararla para recibir las semillas del amor.
Estas por iniciar un viaje hacia tu interior para poder llevarte hacia aquello que tanto quieres. Es un llamado a ti mismo y a que, si aún no te estás escuchando, empieces a hacerlo. Simplemente eso. Deseamos que despiertes la semilla que se encuentra dentro ti y que se despliegue la confianza en tu ser. Porque, recuerda, la semilla eres tú.
Capítulo 2
Nuestra historia
Antes de empezar queremos contarte brevemente nuestra historia. Consideramos que la confianza y la empatía son dos valores importantes para transitar este camino. Por eso queremos que sepas quiénes te están hablando y cómo son nuestras vivencias. Tenemos la intención de que al abrir nuestros corazones y compartir nuestra historia puedas conectarte desde un lugar más genuino con este trabajo y contigo mismo, contigo misma.
Historia de Daniela
A mis 30 años, cuando estaba en lo que consideraba un momento de éxito profesional, tuve una fuerte crisis sobre el estilo de vida que estaba llevando. Me empecé a preguntar qué estaba haciendo, para qué y qué era lo que quería hacer.
Muchas de mis preguntas no tenían respuestas concretas, pero sí identificaba una emoción muy clara: lo que estaba haciendo no me conducía a la vida feliz y con sentido que yo quería vivir. Así inicié mi proceso de transformación.
Transformación que aún estoy viviendo y que me invitó a cuestionar muchas cosas. Me llevó a escucharme. Al prestarle atención a esa voz interior que me decía que algo no iba bien por ese camino, pude sentir y conectar con mi corazón y con la certeza interna de que aquello que tanto anhelaba –y que mucha gente me decía que no era posible– sí existía, sí se podía lograr.
Sentía la necesidad de vivir de otra manera, de encontrarle un sentido, de despertar mi parte creativa, jugar, divertirme. Y comprendí que si quería que las cosas fueran diferentes, yo tenía que cambiar, y que para eso tenía que tomar decisiones.
Decidí dejar mi trabajo corporativo y tomarme unos meses para viajar, seguir conociendo el mundo (conociéndome), ver (verme) y observar (observarme). La mayor enseñanza que me dejaron el viaje y los países que visité fue que siempre hay otra forma de hacer las cosas. Y que cada uno tiene que encontrar la forma que mejor se ajuste a su esencia, a su ser.
Al regreso del viaje, tuve un momento en que sentí un “click” interno y de pronto se unieron los puntos que a primera vista parecían sin conexión entre sí:
Un año antes, mis abuelos me habían regalado una máquina de coser con la que yo quería aprender a hacer mi propia ropa.
Meses después, a modo de hobby y como forma de descarga de mi rutina, empecé clases de corte y confección.
Durante el viaje que hice por el mundo, visité la India y me enamoré de sus telas. Compré varias para regalar.
De regreso a casa, mirando las telas e imaginando todo lo que podía hacer, me pregunté: ¿y si hago vestidos y creo una marca de ropa?
Así nació hola lola, mi emprendimiento de indumentaria con diseños exclusivos inspirado en telas de la India. A partir de ese momento se desencadenaron una serie de eventos, sinergias, conexiones especiales, vínculos entre personas maravillosas y un proceso creativo interno que dio lugar a lo que hoy es hola lola, una marca de indumentaria que nació desde mi corazón. Me convertí en emprendedora. El hermoso y desafiante mundo del emprendedor.
En el transcurso de ese proceso, empecé a observar que había mucha gente que también quería conectar con su pasión o que tenía ideas muy buenas para desarrollar su negocio y que aún no había adquirido las herramientas necesarias para lograrlo. Di con muchos casos de personas que ya tenían en marcha su negocio o emprendimiento y necesitaban hacer mejoras o transformarlo. Fue ahí cuando uní otros tres puntos:
Mi formación y experiencia profesional como economista y asesora, desarrollada principalmente en el ámbito privado, dentro de grandes empresas y como asesora en el sector público.
Mi experiencia como emprendedora. Comprendí lo que significa transitar ese camino desde la perspectiva empresarial, y más aún desde la emocional.
Todo el trabajo de desarrollo personal realizado, que día a día sigo sosteniendo con pasión y compromiso.
Sentí la necesidad de brindar todas estas herramientas y poder acompañar a las personas en la creación y desarrollo de sus proyectos. Así como me convertí en asesora de proyectos.
Contar mi historia me motiva porque sé que muchas personas viven las mismas sensaciones diariamente. Mi primer mensaje es que no están solos y que estamos acá para acompañarlos y apoyarlos. Considero que cada ser humano tiene derecho a vivir realmente la vida que ama. En eso trabajo cada día.
Estoy agradecida y quiero compartir mi experiencia con el objetivo de acompañar a cada una de las personas que desean transformar su vida.
Mi sueño es ver cómo la gente cumple sus sueños.
Historia de Francisco
Puedo resumir mi década de los veinte en dos palabras: metas y logros.
Durante muchos años trabajé duro para poder cumplir lo que yo sentía que era mi sueño: una maestría en la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York. Me refugié en el éxito académico, trabajé sin parar y logré graduarme en distintas carreras y cursos.
Simultáneamente, algo más me impulsaba y me llamaba a trabajar sobre mí, a entenderme mejor, a escuchar mi cuerpo. Sentía que había algo más esperándome. Me dejé llevar por mi curiosidad y opté por apuntarme en una formación de coaching de tres años, cuyo nombre me llamó la atención: Coaching Ontocorporal.
A los 26 años, me encontré viviendo en Nueva York, solo, cumpliendo el sueño que me tomó casi ocho años lograr: la maestría en Columbia. Pero en muchos sentidos fue el comienzo del fin. Confrontado con la realidad de aquello que soñé tanto tiempo, me vi nuevamente en mis patrones de exigencia, perfeccionismo y alto rendimiento.
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