A partir de entonces me dediqué en cuerpo y alma a tratar de comprender lo que me estaba sucediendo y a buscar una solución definitiva para mi dolencia. Pasé los siguientes años experimentando con una amplia variedad de escuelas y maestros relacionados con el desarrollo personal. Compartí mi vida con yoguis, consteladores familiares, videntes, sanadores, chamanes, masajistas, bailarines, reikistas, sacerdotes, psicólogos, monjes budistas… Al mismo tiempo se me ofreció la oportunidad de ayudar a otras personas, de modo que comencé a trabajar como formador, terapeuta y coach.
Después de buscar con ahínco la solución a mi problema, me di cuenta de que la salud física es una consecuencia de algo que subyace en lo más recóndito del ser. Por consiguiente, lo que hay que sanar no es el cuerpo, sino la personalidad y el alma. Tardé cerca de tres años en recuperarme y, cuando por fin confirmé que ya no tenía dolor físico, me percaté de algo interesante: la persona que había contraído aquella extraña enfermedad ya no existía. Mi forma de ser y de relacionarme con el mundo había sufrido una profunda alteración. Aún me quedaba mucho camino por recorrer, pero disponía de una energía, vitalidad y alegría renovadas. Me sentía muy orgulloso por lo que había conseguido y en mí se fue gestando un anhelo muy sincero de compartir mi experiencia con otras personas. El desarrollo personal se había convertido en el centro y en el motor de mi vida. La aventura no había hecho más que comenzar.
Este libro surge a raíz de un extenso y profundo proceso de transformación y trascendencia personal. Un recorrido que ha cambiado por completo mi percepción y mi forma de estar en el mundo. A diferencia de lo que le sucede a otras personas, mi entrada en la madurez del corazón ha sido lenta, progresiva y meticulosa. He vivido la supremacía del ego y también su estrepitosa caída en el tortuoso laberinto de la enfermedad, la incomprensión y la desesperación más absoluta. He superado muchos obstáculos y comprendido que la connivencia con el alma y finalmente la rendición al espíritu son la clave para sanar de cualquier dolencia física. Sobremanera, es ineludible si deseamos desarrollar el enorme potencial creador que albergamos en nuestro interior.
Me siento muy agradecido a todas las personas con las que he compartido este viaje. En especial a mis maestros y a mis alumnos. Gracias a ellos he podido descubrir el verdadero sentido de mi vida. Si tuviera que definirlo de forma escueta, diría que estamos aquí para vivir experiencias de lo más diverso, para aprender de ellas y para beneficiar a otros seres con nuestras creaciones originales. Para ser feliz hay que hacer dos cosas que, a mi modo de ver, son fundamentales: liberarse del dolor interno y potenciarse en las virtudes y los talentos personales. Cuando te comprometes a este nivel, lo demás sucede de forma natural.
En este libro trato algunos aspectos que nos pueden ayudar a entender el papel que estamos desempeñando los seres humanos en el planeta Tierra y en el universo. También me propongo sentar las bases que sostienen cualquier proceso de transformación personal que se desee hacer de forma consciente. Algunas de estas cuestiones son ya evidencias científicas que no podemos seguir negando por más tiempo. Otras forman parte de mi experiencia personal y, aunque se mueven en los márgenes de la ciencia, lo hacen a nivel especulativo o teórico. Por razones de espacio, el estudio pormenorizado de cada una de las dimensiones de nuestra personalidad será objeto de otro libro.
En cualquier caso, lo importante es contribuir a un proceso que hunde sus raíces en la memoria de los tiempos y en el que ahora mismo está participando mucha gente. El desarrollo personal forma parte ya de nuestra cultura. Se ha introducido en apenas unos años y ha llegado para quedarse. La enorme cantidad de metodologías y propuestas que hay en la actualidad y la amplia variedad de enfoques evidencian que la sociedad lo está pidiendo. En parte porque el viejo paradigma ya no nos sirve para seguir avanzando, pero sobre todo porque formamos parte de un cambio global que está siendo impulsado por la Tierra a nivel energético. Una situación de la que no podemos escabullirnos.
Los adultos tenemos libertad y recursos para decidir sobre nuestro crecimiento personal. Podemos hacer de nuestro viaje un acto consciente y creativo o funcionar por inercia, hasta que un día nos sorprenda la muerte. El viaje es corto y cada uno elige su propio destino. Sin embargo, los niños no tienen esta posibilidad. Si deseamos que cojan el timón de la sociedad, tenemos que allanarles el camino. Necesitan protección y la mejor forma de dársela es ayudándolos a que sean conscientes de su evolución personal para que puedan desarrollar al máximo su condición de seres humanos. En este sentido, nada me complace más que poder contribuir a este propósito. Gracias por tu presencia y buen viaje, querido lector.
Primera Parte. UNA PUERTA ABIERTA A LA ESPIRITUALIDAD
I: EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA
Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es.
Jorge Luis Borges
Debemos considerar nuestra evolución personal desde una perspectiva integradora. Esto quiere decir que la realidad física y la espiritual forman parte de nuestras experiencias vitales. Cualquier proceso de sanación o de evolución que pretenda ser significativo debe contemplarlas de forma interdependiente.
El cambio de paradigma
Sabemos ya que el espíritu y la materia son indisociables, pero seguimos separándolos de forma sistemática. El cambio de paradigma al que asistimos trae consigo mucho desconcierto. Una de las contradicciones más explícitas consiste en negar el mundo espiritual para vivir exclusivamente en el material o viceversa. En cualquier caso, la posibilidad de integrar ambas realidades se nos antoja muchas veces confusa, lejana o incluso peligrosa. Negamos esta posibilidad porque vivimos identificados con la dualidad. En un universo dual, la realidad se organiza sobre principios antagónicos. De acuerdo con la doctrina dualista, el espíritu (la luz) representa el bien, y la materia (la oscuridad), el mal. Esta creencia forma parte de nuestra cultura desde hace miles de años. Al principio se usó para explicar el origen de la creación, pero con el paso del tiempo fue impregnando muchas áreas de conocimiento. Hoy en día forma parte de nuestro sistema de pensamiento. La razón se opone a la intuición, lo femenino a lo masculino, la riqueza a la pobreza, el frío al calor, lo que está bien a lo que está mal…
Esta forma de pensar nos fuerza a elegir entre uno de los dos polos de la dualidad y, con ello, nos crea un conflicto. La vida se convierte entonces en un eterno dilema. En lugar de observar de forma neutral los hechos o las experiencias que vivimos, tendemos a juzgarlos o a etiquetarlos y lo hacemos de acuerdo con conceptos que son antagónicos. Al observarte a ti mismo, actúas igual. Te divides. Tratas de hacer las cosas bien porque piensas que hay una forma de hacerlas mal y, cuando te sales de ese cliché, te sientes fatal. La dualidad te conduce a vivir enfrentado contigo mismo. Si piensas en el espíritu y en la materia, lo primero que haces es separarlos y, si alguien te dice que son manifestaciones de una misma realidad, lo niegas. La negación es un mecanismo de defensa22. Nos negamos a creer algo porque no nos atrevemos a experimentarlo. Es una forma de darnos tiempo antes de admitir la posibilidad de que eso que estamos rechazando sea cierto o nos pueda aportar algún valor. Cuando no estamos preparados psicológicamente para asumir una nueva realidad, tendemos a protegernos. Lo hacemos a través de la negativa, la desvalorización o la destrucción. Sin embargo, cuando ya nos sentimos preparados para aceptarla, la admitimos como si la conociéramos de toda la vida.
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