Las realidades paralelas que forman el universo permanecen ocultas a nuestros sentidos, pero no están separadas de nosotros. Lo único que nos impide relacionarnos con el más allá es la costumbre de permanecer enfocados en la materia. Sin embargo, si entramos en el silencio y nos abrimos al espíritu, los umbrales de percepción se amplían y estas dimensiones se vuelven familiares. En este sentido, es fácil imaginar la existencia de seres inmateriales dotados de conciencia que conviven con nosotros (ángeles, guías espirituales, ancestros, seres elementales, entidades…). La relación que mantenemos con ellos está siempre supeditada a nuestra forma de pensar, sentir y actuar en el mundo. Si eres receptivo y estás atento, no te será difícil comprobarlo.
El cosmólogo británico Stephen Hawking no tenía dudas acerca de la existencia de vida más allá de nuestras fronteras. En su opinión, el tema de discusión no debe girar en torno a su existencia, sino a su apariencia. Para afirmar algo así se basaba en un hecho objetivo: en el cosmos hay treinta trillones de sistemas planetarios similares al nuestro. Si a esto le unimos la presencia de dimensiones paralelas, la probabilidad de que no estemos solos es tan alta que parece incuestionable.
La ciencia está llegando a conclusiones que coinciden con muchas de las experiencias espirituales que nutren nuestra cultura desde el origen de los tiempos. Además, confirma algo que los místicos orientales vienen diciendo desde hace miles de años: la dimensión física es el reflejo de un complejo y rico entramado de relaciones energéticas en el que la conciencia desempeña un papel esencial. A partir de aquí, lo más lógico y también lo más sensato es deducir que somos seres multidimensionales y que el ego es solo un aspecto de una realidad trascendente e inaprensible desde la razón. Dicho de otra forma, somos seres espirituales viviendo una experiencia en el plano físico.
La importancia de utilizar la conciencia a voluntad es enorme. A diferencia de los animales y de las plantas, los seres humanos podemos moverla para mejorar nuestras vidas. Las sensaciones físicas nos dicen lo que sucede en el cuerpo. Los estados de ánimo hacen lo propio con el nivel emocional y las ideas nos revelan cómo está funcionando la mente. Al comprender lo que sucede en cada sector de personalidad, podemos potenciar o atenuar la experiencia que estamos viviendo. De hecho, es algo que hacemos de forma cotidiana. Si, por ejemplo, tienes una entrevista de trabajo y estás muy nervioso, intentarás calmarte. Para lograrlo tienes que ser consciente de tu estado emocional, y para eso necesitas mover la conciencia a ese nivel. Solo así podrás respirar con calma y despejar la mente para que no te traicione. Lo mismo sucede cuando te das un golpe en el cuerpo. Al poner las manos en la zona dolorida, sitúas la conciencia sobre ese lugar y le envías energía para mitigar el dolor.
La conciencia tiene la función de observar, comprender, aceptar y permitir que la realidad que está observando se equilibre (o se alinee) en coherencia con una totalidad trascendente de naturaleza amorosa. De esta forma, sostiene el proceso del cambio que emana desde el espíritu y que se vierte sobre la materia. Posee la particularidad de poder estar en varios sitios al mismo tiempo y la encargada de moverla es la mente. Si deseas tener dominio sobre ti mismo y evolucionar de manera favorable, debes aprender a utilizar tu mente con maestría. El objetivo es que haga exactamente lo que deseas.
Los seres humanos tenemos la capacidad de mover la conciencia por las distintas dimensiones de la realidad. De esta forma, podemos transformar la experiencia que vivimos y mejorar nuestra vida y la de los otros seres.
La ciencia moderna nos está diciendo algo que va a cambiar el mundo: la realidad básica no es la materia ni la energía sino la conciencia. El científico norteamericano Dean Radin ha dedicado más de veinticinco años al estudio de la conciencia humana. En su opinión, esta se encarga de organizar la energía y es la responsable de sostener todos los procesos vitales que tienen lugar en los organismos vivos12. Por su parte, el físico británico galés y Premio Nobel de Física en 1973 Brian David Josephson, sostiene que, a la hora de explicar el mundo, los fundamentos no hay que buscarlos en la materia sino en la mente13.
Las implicaciones de este nuevo paradigma aún no se han comprendido del todo, pero son el germen de una revolución sin precedentes en la historia de la humanidad. A partir de ahora, la realidad ya no existe tal y como la percibimos con los sentidos físicos. Somos nosotros los que creamos esa realidad, que incluye nuestro cuerpo y todas las experiencias que estamos viviendo. Lo interesante es que esto está siendo corroborado desde muchos ángulos (física cuántica, computación, neurociencia, epigenética, nueva biología…). Los resultados de las pruebas experimentales que se están llevando a cabo confirman la veracidad de este nuevo axioma. Mucha gente no desea aceptarlo, pero la información está ya al alcance de todo el mundo.
A medida que tomamos conciencia de esta situación, nos hacemos responsables de nuestra vida y recuperamos el poder que hemos venido delegando en otros (maestros, políticos, sacerdotes, médicos…). Cuando comprendemos que somos uno con todo, nuestra experiencia, en lugar de dualista, se torna integrativa y holística. Entonces, sustituimos los cimientos del viejo paradigma, basado en la separación, por una nueva forma de entender la realidad y de actuar sobre ella. La flamante civilización que estamos creando es el resultado de un movimiento interno que parte del corazón. Por este motivo, es irreversible e irrenunciable.
Si somos los creadores de la realidad que experimentamos, ya no tenemos que seguir aferrándonos al ego para definir nuestras señas de identidad. Es obvio que somos algo más. La ciencia clásica ha evitado siempre entrar en el debate de la conciencia y se ha mantenido separada de la realidad que observa. Esto es debido a que está muy influida por la energía masculina, que busca siempre una validación externa de sus acciones. Así crea la falsa ilusión de que puede controlar la naturaleza o, incluso, dominar el mundo. Con esta actitud, la lógica cobra mucha importancia, pero la imaginación y la intuición quedan relegadas a un segundo plano. El físico alemán Albert Einstein dice lo siguiente: «La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional, un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado el regalo». En estos momentos, la ciencia es consciente de que no se puede separar de la realidad que observa. Quizás por esta razón está comenzando a adentrarse en el mundo del espíritu.
También se sabe que el universo es como un gran engranaje y que todo lo que sucede en la naturaleza está regulado por leyes generales. Cualquier forma, animada o inanimada, evoluciona a través de ciclos (el clima, las fases de la luna, los biorritmos, las mareas, la reproducción, la actividad solar…). Estos ciclos actúan en distintas escalas espacio-temporales. Los geológicos, por ejemplo, duran millones de años y afectan a extensiones muy amplias o incluso a la Tierra en su conjunto. Sin embargo, el tiempo que tarda un electrón en completar su ciclo de traslación alrededor del núcleo de un átomo es muy pequeño y el espacio que recorre es infinitesimal. Lo que resulta curioso de estos modelos repetitivos es que todos ellos están relacionados entre sí, es decir, o bien se insertan en ciclos cada vez más grandes, o contienen ciclos cada vez más pequeños14. La vida se expresa periódicamente a través de acontecimientos sucesivos, pero todos ellos forman parte de un mecanismo único que no parece tener ni principio ni fin.
La segunda singularidad de la vida es que se origina a partir de estructuras muy simples y que evoluciona de acuerdo con leyes y patrones matemáticos (la espiral logarítmica y la proporción aurea)15. Toda forma de vida comienza con una esfera16. A partir de ella y a medida que la conciencia interacciona con la energía, se van creando formas geométricas cada vez más complejas. Es como si se tratase de un juego de malabares en el que no cesan de aparecer nuevas y sorprendentes figuras. Diseños como el cubo, el hexágono, el octaedro, etc. actúan como verdaderos códigos ocultos de un lenguaje que sugiere una relación íntima entre el espíritu y la materia. Estos arquetipos contienen un potencial de evolución. En la mitosis celular, por ejemplo, esta dinámica es muy evidente. Las células, al dividirse, crean figuras geométricas, muchas de las cuales están presentes en todas las culturas del mundo. La vesica piscis (que sugiere la unión entre el cielo y la tierra y el portal hacia una nueva vida), el merkaba (que significa carroza y representa el vehículo que pone en relación la luz del espíritu con la materia) o la flor de la vida (que simboliza la red que lo conecta todo) son algunas de ellas.
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