La geometría sagrada y el proceso de diferenciación celular17
Otro ejemplo que confirma que la vida se origina a partir de estructuras muy sencillas lo encontramos en la cresta neural. El paleontólogo estadounidense John Maisey ha descubierto que todos los vertebrados (aves, mamíferos, peces, reptiles y anfibios) presentamos, en la fase embrionaria, el mismo tejido neuronal. Es como una cresta que se va doblando hasta formar la espina dorsal. Estas células son auténticos vestigios de otra época, con una edad estimada de 450 millones de años18. Otra muestra de arquetipos básicos se puede observar en las diatomeas, que son las algas unicelulares que forman los tipos más comunes de fitoplancton. Sorprenden por su diseño matemático. Viven en todos los océanos de la Tierra y son las responsables de producir nada menos que el cincuenta por ciento de la materia orgánica que sirve como base de la cadena alimentaria oceánica.
Diatomeas19
Este entramado vital sugiere la existencia de un principio dinámico o de una red de conciencia encargada de regular todos los procesos creativos, algo parecido a una enorme tela de araña en la que cada parte está relacionada con el todo. En física cuántica, este fenómeno se conoce con el nombre de holomovimiento20. Si todo lo que existe está interconectado, con independencia del tiempo y del espacio, nada de lo que sucede en la vida es producto del azar. Cualquier suceso afecta a todo y es regulado por esa totalidad. De ahí que los pensamientos, las palabras y los estados de ánimo sean el germen de nuestras experiencias futuras. Al hilo de estas reflexiones, podríamos decir que Dios está en el punto de mira de la ciencia. Algunos científicos, como el físico teórico estadounidense Michio Kaku, están sugiriendo ya la existencia de una fuerza inteligente encargada de gobernarlo todo21.
El nuevo paradigma científico está disolviendo las fronteras entre el espíritu y la materia. Nos invita a considerar que la vida es una creación intencionada y orquestada por la conciencia.
Aun a pesar de que la ciencia se muestre conservadora, la existencia de un universo multidimensional no es una novedad. Es algo que ha estado presente desde que el hombre comenzara a tener experiencias de carácter sagrado. Sacerdotes, brujas, maestros, chamanes y videntes, entre otros, lo han experimentado desde entonces y lo han ido incorporaban a los rituales religiosos y esotéricos. Los viajes astrales, la ensoñación, los exorcismos, la bilocación, la sanación de enfermos mediante el uso de energía, la visión mística, la clariaudiencia, etc. ponen de manifiesto algo que los seres humanos siempre hemos sabido: que la vida presenta una faceta multidimensional. Digamos que más allá de lo material hay algo más. Es un misterio. No podemos percibirlo con los órganos de los sentidos y mucho menos controlarlo con la mente, pero sí podemos experimentarlo y aprender a convivir con ello.
Durante mucho tiempo, la opción de explorar las distintas dimensiones de la realidad estuvo reservada a unos pocos elegidos. El resto se tenía que conformar con una fábula muy elocuente que decía lo siguiente: existe una jerarquía celestial y otra terrenal que media entre esta y el resto de los mortales y se encarga de tomar las decisiones que afectan a la vida de las personas. Este relato permanece aún vigente en nuestros días y constituye el discurso dominante de la mayoría de las religiones. El mensaje original dice que el espíritu de Dios está dentro de nosotros. Sin embargo, se nos ha excluido de la ecuación. El espíritu pasó a ser algo externo procedente de algún lugar remoto. Para alcanzar a Dios había que estudiar su doctrina y cumplir con sus mandatos. Contábamos con su bondad y su misericordia, pero su cólera era terrible. Además, se excluía la experimentación soberana como vía de acceso a la divinidad. De este modo, Dios se convirtió en un juez supremo y las personas pasamos a desempeñar el rol de seres extraviados e indefensos.
Al crear un límite a la conciencia, las religiones se convirtieron en instrumentos de dominación y control social. De alguna forma, olvidaron su función original de ayudar a comprender la experiencia trascendente y guiar a las personas y a los pueblos sin interferir en su destino. Este escenario ha sido poco propicio para el desarrollo saludable de la espiritualidad. Nos ha alejado de nuestra esencia amorosa y nos mantiene cautivos de dogmas morales y sistemas arbitrarios de creencias. Por suerte, está cambiando a pasos agigantados.
La condición humana es desafiante y hermosa. Implica vivir una experiencia en la materia con plena conciencia de lo que eso significa. Como dice un proverbio anónimo: «La vida no es un problema para ser resuelto, sino un misterio para ser vivido». Para desentrañar este enigma y disfrutar de la vida al máximo, es necesario que comprendamos, aceptemos e integremos el espíritu en la dimensión física. Renunciar a la espiritualidad por prejuicios religiosos o devociones ciegas nos aleja de nuestra verdadera naturaleza humana. Las consecuencias están a la vista. Hemos perdido el rumbo y cabalgamos ciegos en un caballo que se ha desbocado. Negar nuestra esencia es como visitar un bello paraje en la naturaleza y pasarnos todo el día haciendo fotos o mirando el móvil. La vida se nos escurre entre las manos y no aprovechamos lo que tiene para ofrecernos. En cualquier caso, ser espiritual no es el objetivo. La finalidad es ser humano.
El origen de este libro
Durante muchos años, mi vida consistió en un ir y venir desde el mundo del espíritu al de la materia. Para mí, ambas realidades eran excluyentes, es decir, identificarme con una significaba negar la otra. Vivir exclusivamente en la materia me resultaba aburrido. Al principio, los placeres corporales y la ilusión de controlar la realidad me parecían atractivos. Sin embargo, la rigidez de la dimensión física terminaba por provocarme la sensación de estar aprisionado. Así que, llegado un momento, iniciaba un movimiento de liberación en la dirección contraria. Normalmente era la naturaleza la que me proporcionaba los recursos que necesitaba para conectar con mi esencia y recuperar la libertad que tanto anhelaba. No obstante, también utilizaba la meditación, la música, el yoga, la literatura, el reiki…
Permanecer en la dimensión espiritual de mi personalidad me resultaba muy atractivo. Mi creatividad no tenía límites y mi vida se llenaba de proyectos fantásticos. Esta situación presentaba un inconveniente: el aislamiento. Al cabo de un tiempo, comenzaba a sentir la necesidad de concretar todo aquello que mi imaginación había fabricado. Entonces me olvidaba de mi esencia y trataba de vivir exclusivamente en el plano físico. Esta alternancia resultaba muy frustrante, pero finalmente me llevó al equilibrio. Comprendí que lo que yo estaba haciendo era dar forma a un profundo anhelo que me trascendía. Si deseaba ser feliz, debía congeniar esta genuina aspiración con los límites que me imponía la realidad material. De esta forma, comencé a confiar más en mí mismo y a dejarme guiar por la intuición. Al rendirme al espíritu y comprometerme con la vida sobre la Tierra, el universo comenzó a ser generoso conmigo. Desde entonces siempre me ha concedido las oportunidades y los recursos que he necesitado para desarrollar mi misión.
A los siete años tuve mi primera experiencia extrasensorial. Una noche, después de mi lectura diaria, apagué la luz y me dispuse a dormir. En ese instante, una claridad blanca y brillante iluminó la habitación. Abrí los ojos pensando que alguien había entrado y encendido la luz, pero para mi sorpresa todo seguía oscuro. Cuando volví a cerrarlos, el resplandor apareció de nuevo. Me quedé sobrecogido y sentí algo parecido a un chorro de agua luminosa y clara. Era como un plasma que impregnaba mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies. Sentí que una presencia femenina me acompañaba y me protegía. Como si fuera un ángel o un guía que estuviera velando por mí. Al cabo de unos minutos, esa energía se fue como había venido y me quedé profundamente dormido.
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