Mickaël Correia - Una historia popular del fútbol

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El fútbol es más que un deporte: durante siglo y medio, ha sido un poderoso instrumento de emancipación para trabajadores, feministas, militantes anticolonialistas y los jóvenes de los barrios obreros de todo el mundo. El autor rastrea el destino de aquellos que, practicando este deporte a diario, han sido eclipsados por los galácticos del balón.Cuenta también la asombrosa historia de las subculturas relacionadas con el fútbol nacidas tras la Segunda Guerra Mundial, desde los hooligans ingleses hasta los ultras que jugaron un papel clave en las primavera árabes del 2011. Al proponer una historia «desde abajo», dando voz a todos los protagonistas de esta epopeya, Mickaël Correia nos recuerda que el fútbol puede ser tan generoso como subversivo.

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En tan solo treinta años desde su codificación como deporte moderno en 1863, el fútbol se ha convertido en una pasión popular, en una «religión laica del proletariado británico», en palabras de Eric Hobsbawm, con su iglesia —el club—, su lugar de culto —el estadio— y sus feligreses —los aficionados—.97 «El interés por el fútbol se ha hecho tan grande que ya no podemos seguir considerando el críquet como nuestro “deporte nacional” en el sentido estricto del término —escribe el jugador de críquet y futbolista Charles Burgess Fry en 1895—. Ahora el fútbol se ha ganado el primer puesto en el corazón del pueblo».98 Giro histórico sorprendente: mientras que las comunidades rurales preindustriales se ven despojadas por la burguesía agraria de sus juegos populares de folk football, la clase obrera se apasiona por el esférico, reservado en un primer momento a la élite industrial.

Pase decisivo

El dribbling game que predominaba en los campos de fútbol rezumaba individualismo y rechazaba toda sutileza: el único objetivo durante los noventa minutos de partido era enviar el balón bien lejos para que un atacante pudiera intentar, él solo, marcar un gol, una estrategia futbolística llamada kick and rush. Tal y como explica un periódico deportivo de la época: «Los métodos eran rudimentarios y consistían en pegar patadones a lo largo del campo, acompañados de carreras desenfrenadas de los delanteros que, arrasando con todo a su paso, intentaban a trancas y barrancas hacer entrar la pelota en la deseada portería».99 Imbuidos del espíritu del fair play, los clubes aristocráticos procedentes de las public schools, como los Wanderers o los Old Etonians, buscaban tanto la elegancia del gesto como la proeza individual, y el simple hecho de pasar el balón a un compañero era considerado un signo de debilidad.

Sin embargo, algunos equipos escoceses, en particular el Queen’s Park FC de Glasgow, comienzan a difundir otro tipo de juego. Desde su creación en 1867, el Queen’s Park FC siempre había prestado especial atención a su estrategia de juego. Así, el club adoptó en su reglamento la práctica de un fuera de juego más estricto —favoreciendo el pase del balón entre jugadores del mismo equipo y limitando los asaltos de los delanteros a la portería— y exhortaba a sus miembros a entrenar tres tardes por semana para perfeccionar su juego colectivo. Por otra parte, durante los encuentros clasificatorios de la primera Cup, en la temporada 1871-1872, los jugadores del Queen’s Park100 quedan muy impresionados por la «organización impecable» y la belleza del «juego inteligente» del Royal Engineers AFC, un equipo del cuerpo de ingeniería militar británica que, según el Bell’s Life in London, «ha descubierto el secreto de la victoria en el fútbol: conservar el balón».101 Rápidamente, los futbolistas estrategas de Glasgow hacen suyo este estilo de juego que apuesta por la colaboración entre delanteros y defensas.

En marzo de 1872, durante un partido clasificatorio para la Cup entre los Wanderers y el Queen’s Park, la revista deportiva The Field queda sorprendida por la técnica que emplean estos últimos: «Hacen pocos regates, y la mayor parte del tiempo se pasan el balón con una serie de chutes largos, todo ello asociado a un acertado juego de pases».102 Durante el primer partido internacional de fútbol que enfrentó a Escocia e Inglaterra el 30 de noviembre del mismo año, The Glasgow Herald describe de este modo las diferencias entre ambos equipos: «Los ingleses les sacaban ventaja física, porque pesaban de media diez kilos más que los escoceses, y controlaban el ritmo del juego. Pero el punto fuerte de nuestro equipo era que jugaban juntos en perfecta armonía». Charles W. Alcock, futbolista y administrador de la Football Association, hace un panegírico del estilo escocés, que describe en estos términos en 1874: «No hay nada como lo que llamaré el combination game, […] que consiste en seguir a un miembro de tu propio equipo para venir en su ayuda si hace falta y para recuperar el balón si el compañero es atacado o si le impiden continuar corriendo hacia delante».103

Gracias a los futbolistas escoceses, que algunos empezaron a llamar desde entonces los «Scotch Professors», el combination game se extiende a partir de los años 1880 por los clubes de fútbol del norte de Inglaterra. En aquella época numerosos jóvenes escoceses emigran en masa para emplearse como obreros en las fábricas de Lancashire y de los Midlands, atraídos por una revolución industrial que demanda cada vez más mano de obra, y en este proceso son seleccionados para jugar en los clubes de fútbol pertenecientes al patronato industrial. Algunos clubes de Lancashire llegan incluso a publicar anuncios en los periódicos escoceses con el fin de hacerse con jugadores locales, que tenían fama de ser «valientes», «robustos», «duros con el adversario» y «técnicamente hábiles».104 Estos futbolistas obreros desarrollarán rápidamente un estilo de juego propio, el passing game, en el que se fusionan el típico juego de pase de los clubes escoceses con el espíritu de cooperación y de solidaridad que reina en las fábricas. Reflejo de una cultura obrera marcada tanto por la ayuda mutua como por la división del trabajo, el passing game significa la consagración del fútbol como deporte colectivo, cuyo gesto fundador no es regatear egoístamente para intentar marcar un gol, sino pasar el balón a un compañero y construir el juego de manera colectiva.105 A diferencia del regate, que valoriza la proeza individual, el pase representa un acto de altruismo, al servicio de todo el equipo.

Gracias al juego cooperativo desarrollado por los futbolistas obreros, los clubes de Lancashire aparecen cada vez con mayor frecuencia en los partidos clasificatorios para la Cup. En 1883, en su decimosegunda edición, se enfrentan en la final el muy aristocrático club de los Old Etonians y el Blackburn Olympic, un club del norte industrial. El contraste social entre los dos equipos es edificante. Los egresados del prestigioso Eton College, ganadores de la competición en dos ocasiones y propietarios del título, celebran su sexta clasificación en la final. Liderados por el excéntrico director de banca lord Kinnaird, los Old Etonians apuestan por un juego rudo basado en el regate y en la acción individual, en la más pura tradición de los juegos de balón de las public schools. El Blackburn Olympic, por su parte, es un club originario de Blackburn, ciudad industrial de Lancashire que cuenta ya con una docena de clubes activos —entre ellos el Blackburn Rovers, que había perdido la final contra los Old Etonians la temporada anterior—. Los jugadores entrenan en un terreno enfangado y en pendiente que les alquila un pub local, The Hole-i’th’-Wall, y su capitán Albert Warburton es un simple fontanero. El equipo cuenta con varios obreros tejedores, un hilandero, un carnicero, un metalúrgico y un ayudante de dentista. Sydney Yates, un rico industrial propietario de la fundición de la ciudad, ha invertido 100 libras esterlinas en el club para que los obreros puedan consagrar una semana entera al entrenamiento en la localidad costera de Blackpool, una práctica a la vez absolutamente innovadora y sorprendente para la época.106

Delante de ocho mil espectadores, entre ellos «una horda de gente del norte toscamente vestida que vociferaba palabrotas»,107 apelotonados en un estadio de críquet londinense, el Kennington Oval, el saque inicial de la final se pita el sábado 31 de marzo de 1883. El Etonians inaugura el marcador en el minuto treinta, pero el Blackburn consigue empatar en el segundo tiempo. Frente al dribbing game y el individualismo del Old Etonians, que se sitúa en el terreno en configuración 2-2-6, el Blackburn Olympic despliega un juego de pases colectivos ante los ojos incrédulos de los aficionados y los comentaristas deportivos, poniendo en práctica el sentido de la cooperación propio de su condición obrera. El gol de la victoria no llega hasta el minuto 15 de la prórroga. El delantero del Blackburn, Jimmy Costley, hilandero de veintiún años, recibe un centro de Thomas Dewhurst, tejedor de oficio, y lo envía a la portería contraria del guardameta John Rawlinson, gran abogado londinense y futuro diputado conservador.108

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