Una política de integración
Finalmente, la tercera medida, pasa por impulsar un nuevo ciclo político en materia de integración, cuestión que debe ser clave en nuestra nuevas sociedades precarias y diversas. Una nueva política de estado, destinada no solo a la inmigración, sino al conjunto de una sociedad que ya es étnicamente diversa. Una política cuyos dos elementos centrales deberían ser las medidas de cohesión social para todos y las medidas de gestión de la diversidad en contextos sociales, especialmente los barrios populares, cada vez más marcados por la pluralidad étnica y racial (Fanjul y Moltó, 2019).
¿Qué nueva ciudadanía global nos permitirá cambiar el modelo migratorio imperante?
El concepto de ciudadanía global contempla el ejercicio de los derechos poniendo el foco en el ciudadano a título individual, en su capacidad de agencia en sus comunidades y en su consciencia del funcionamiento del sistema global. Esta articulación de lo local y de lo global pasa po r la aceptación del movimiento de las personas en un mundo interconectado y la gestión de la diversidad dentro de la propia sociedad (Carens, 2013). Sin embargo, el contexto en que se fraguó este proyecto ha cambiado. Este potencial escenario comprende unos derechos que hoy están siendo cuestionados, dándose de bruces con discursos nativistas que instan a los territorios a replegarse dentro de sus fronteras nacionales, bloqueando el movimiento de las personas. Se hace, por tanto, necesaria una adaptación del concepto de ciudadanía global frente a las crecientes reticencias en materia de interculturalidad y diversidad.
Ante estas dificultades, las nuevas narrativas son una herramienta clave capaz de reintroducir algunas certezas olvidadas o ignoradas en el debate público e interesantes para reformular el concepto. La principal de ellas es que “todos somos migrantes”. Los discursos más recurrentes sobre la migración hacen de esta una cuestión que parece concernir solo a un tipo de movimiento y a un perfil social cargado de connotaciones, reservándose para el resto otros términos como “expatriación”.
Al ser difícil generar movilización ante una cuestión que resulta ajena, es fundamental una ciudadanía global asentada y consciente de la universalidad de la migración. Solo una sociedad que se sienta migrante puede facilitar un cambio en el paradigma migratorio. Una nueva narrativa migratoria constituye una forma tanto de alcanzar una ciudadanía global como de ejercerla. Sin tratarse de un medio de comunicación, se convierte en una herramienta de cambio social en manos de los diferentes perfiles sociales que se adapta a los distintos grados de participación, desde ciudadanos de a pie cuyos espacios de incidencia no abarcan más de sus barrios o entornos íntimos, hasta activistas involucrados en movimientos sociales.
Algunos aprendizajes para el mundo educativo
Todos los resultados muestran que hay una profunda segmentación étnica y de clase en los resultados educativos. Con el fin de superar esos resultados es necesario construir una escuela pública, que no tiene por qué ser solamente estatal, que ofrezca igualdad de oportunidades y de resultados para todos, pero especialmente en los nuevos barrios populares étnicamente diversos. Una tarea que, al menos, necesita de tres elementos: inversión pública y dotación de medios, nuevas metodologías de trabajo que integren escuela y comunidad, y gestión de la diversidad. En España hay ejemplos prácticos y maravillosos de este tipo de escuelas que podrían servir de inspiración.
A su vez, se hace necesario que los programas educativos cuenten y normalicen el fenómeno migratorio, su nativismo y sus potencialidades, incorporando una perspectiva migratoria (Aja et al., 2000). Asignaturas como Historia, que normalmente no se estructuran en torno a este fenómeno, podrían hacerlo con plena legitimidad.
Capítulo seis
Mujeres, feminismo y ciudadanía global. Repensar la igualdad, los cuidados y la vida
Carmen Magallón
Enriquecer la igualdad con los legados femeninos
La igualdad formal entre hombres y mujeres está recogida como principio jurídico en la legislación internacional, siendo el hito más reseñable la aprobación, en 1979, de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (Cedaw, en sus siglas en inglés), por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas. En 1983, España ratificó esta convención. Ahora bien, ¿cuál o más bien quién es medida y referente de esa igualdad? ¿Es igualdad entre o igualdad a? Hoy por hoy, lo que predomina no es la igualdad entre, sino la igualdad a, tomar al hombre como medida. Ante lo que nos preguntamos: ¿Puede el universo femenino insertarse en lo universal si lo universal está concebido en masculino? ¿Pueden las mujeres tener un lugar si los hombres lo ocupan todo? Radicalmente, no. Ser igual al hombre no es suficiente. Es preciso reestructurar el marco normativo y de relación, social, político, económico y simbólico, desmontar el reduccionismo de tomar como universal la experiencia y saberes masculinos.
Alimentados por la noción aristotélica, se sigue pensando que las mujeres son hombres deficitarios, se pregunta qué les pasa a las mujeres, por qué no entran más en la política, por qué no están en determinados lugares, por qué hay tan pocas en la ciencia. ¿Acaso les falta algo a las mujeres? Desde luego, les falta ganar igual salario por igual trabajo, romper el techo de cristal para llegar a los puestos de poder en la misma proporción, en suma, eliminar la desigualdad construida sobre su diferencia. ¿Qué igualdad de género concebir para no dejar atrás la riqueza de una diferencia que constituye, de hecho, un legado histórico?
Para una ciudadanía global la igualdad no puede ser la que se concibe como homogeneización, sino la que respeta la diferencia, va más allá de la igualdad de derechos y opciones, exige un aprendizaje mutuo y una reestructuración de la universalidad del modelo humano. Solo lograr derechos, también sería igualdad, pero una igualdad muy chata. Se trata de remover estructuras y lógicas y de sustituir valores caducos. La igualdad ha de tener como meta la construcción de un mundo que valore lo mejor de la experiencia vital de ambos sexos. Me gusta hablar de una igualdad construida con los mejores ladrillos de la experiencia de mujeres y de hombres. Para lograrlo, hay que producir y airear discursos que permitan la construcción de identidades más libres, enriquecidas con la experiencia humana plural, y reestructurar las instituciones y normas que las distintas culturas, y ahora el mundo globalizado, construyeron bajo la hegemonía masculina. Dejar atrás la biodiversidad humana sería una pérdida irreparable.
Para construir el mundo que queremos, también las mujeres han de ser referentes, sus vidas, conocidas, y escuchadas sus aportaciones en todos los campos. No hay que olvidar que son los grupos excluidos quienes tienen la motivación y el deseo de cambiar las cosas y que las mujeres están en todos los grupos excluidos; les toca liderar y, junto a los hombres, hacer del mundo un mejor lugar para todos. Defiendo un liderazgo de mujeres y la inclusión de su plural legado en el referente de igualdad.
Pensemos en lo que nos perdemos si nuestras políticas de igualdad hacen de las mujeres un hombre más y borran de la universalidad los saberes y las prácticas femeninas desarrolladas por ellas en la historia. Pongamos el caso del conocimiento instituido. La corriente principal de la tradición científica ha transmitido los “saberes de hombres”, falta transmitir los “saberes de mujeres”, teniendo en cuenta, eso sí, que la construcción de un saber integral demanda algo más que añadir mujeres.
De los muchos ejemplos que podrían traerse a colación mostraré dos inspiradores episodios de una genealogía femenina que se piensa como paradigma propio, holístico e inclusivo.
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